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OPINION
La lucha de todos
Por Enrique M. Martínez *

Hace 100 años la soja era una curiosidad botánica, pero ya muchos miles de argentinos y otros tantos inmigrantes se ilusionaban con llegar algún día a cultivar 50 hectáreas de trigo propias y a tener 100 vaquitas, porque eso aseguraba una prosperidad serena y eterna. Los bisnietos y tartaranietos de aquellos soñadores están peleando para que no les rematen sus campos, si no los vendieron o alquilaron malamente hasta ahora. Durante muchos años, el deterioro fue asignado a la política de retenciones a la exportación, que deprimía los precios agrícolas para subsidiar a la industria. Pero hace casi 10 años, las retenciones se eliminaron totalmente. Hace tres años, los precios de los cereales eran tan altos que se batieron todos los records de siembra y de cosecha. Hoy son hasta 60 por ciento menores que aquellos valores. En el mundo global, pequeñas variaciones de la cosecha total producen enormes variaciones de precio.
La confusión es total. Los hombres de campo saben que hay que protestar y piden reducción de peajes, refinanciación de pasivos, menos impuestos y créditos frescos baratos. Sin embargo, en el fondo todos saben que eso no alcanza para frenar el deterioro, aun cuando se otorgara un pedido de máxima, reduciendo el precio del gasoil al 40 por ciento,
que es el valor vigente en Estados Unidos.
El problema que nadie parece todavía estar en condiciones de asumir de un modo explícito es que la producción de materias primas, donde muchos vendedores les entregan a unos pocos compradores, que cada vez son menos en el mundo, construye inexorablemente un plano inclinado en el que los pocos imponen condiciones cada vez más ruinosas a los muchos. La Junta Nacional de Granos no tenía otra razón de ser que equilibrar esas cargas. Los subsidios agrícolas americanos y europeos no tienen otro origen que ése, poniendo el peso de sus estados nacionales para evitar esos perjuicios. No fueron inventados para jorobar a los argentinos, aunque ése sea uno de los efectos colaterales. Los norteamericanos y europeos apoyan su agricultura con una industria de alta productividad, que la subsidia. Los argentinos no tenemos tal industria. Nuestra opción estratégica es construir esa industria a partir de nuestra producción agrícola, incorporándole todo el valor que hoy le agregan en otras playas, lo cual desconcentraría la demanda, aumentaría el empleo en el campo y en la industria y mejoraría los ingresos reales de todos. Buena parte de las condiciones están disponibles. Falta un gobierno.

* Miembro de los equipos económicos de la Alianza.

 

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