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OPINION
Premios y castigos
Por Diego Bonadeo

Desde cuándo Julio Grondona está alineado junto a quienes se oponían y se siguen oponiendo a lo que convencionalmente se dio en llamar “Fútbol S.A.”? La simplificación y el reduccionismo en el análisis son parientes cercanos de la mala lectura, y esto es aparentemente lo que sucedió con el tema de la “privatización del fútbol” que, a falta de incentivos lúdicos, si de jugar al fútbol se trata, convocó casi toda la atención para saber cuánto de serio había en esta invitación a debatir “reestructuraciones de fondo” en el fútbol argentino.
“Fútbol S.A.” aparte, no parece sustancial optar entre campeonatos largos o cortos, muchos o pocos descensos, recaudaciones íntegras para el club local o no, promedios o no promedios para perder la categoría, etc. Sí parece central y no accesorio el debate sobre las responsabilidades patrimoniales para quienes hagan las cuentas mal o conviertan a las instituciones en clubes pobres con dirigentes ricos. Pero lo ridículo de lo aparentemente decidido es que aparezca el fútbol-juego avalando los futuros desaguisados de los dirigentes. Al decir que las sanciones para quienes no hagan los deberes con transparencia serán pérdidas de puntos o de categoría, se está castigando a los que juegan mejor o a los que hacen goles, por las culpas o dolos de los directivos que, desde las oficinas, ni pagan la entrada –como los hinchas–, ni forman los equipos –como los directores técnicos–, ni juegan –como los jugadores–. Porque ni los hinchas ni los directores técnicos ni los jugadores podrán ser involucrados en desórdenes económicos o financieros, en los clubes en los que actúan como hinchas, como directores técnicos o como jugadores.
Por otra parte, no hay jurisprudencia cercana que puedan hacer presumir con mediana certeza que existan la vocación de ejercer el seguimiento que se declama para hacerles pagar realmente a los responsables cuando de irregularidades se trata. No es necesario abundar en ejemplos. En el fútbol argentino está casi todo mal. Y, en parte así es, porque hay premios para casi todos –los de arriba, por supuesto– y castigos para casi nadie –generalmente los de abajo, por supuesto–.

 

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