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REEDITAN UNA GRAN BIOGRAFIA DEL ESCRITOR IRLANDES
Los secretos de Oscar Wilde

Escrita por su amigo y confidente Frank Harris, “Vida y confesiones de Oscar Wilde” permite una visión muy nítida de la intimidad del genio.

Oscar Wilde con su amante, el aristocrático lord Alfred Douglas.
La biografía de Harris fue publicada por primera vez en 1916.

Dato: Esta biografía es clave porque Harris no es un historiador sino un contemporáneo de lo que cuenta, y de tal modo presenta a un Wilde en vivo y en directo.

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Por Enrique Vila-Matas

t.gif (862 bytes) Decía Oscar Wilde que hay algo infinitamente vulgar en las tragedias de los demás. La suya, desde luego, de vulgar no tuvo nada. Es una tragedia tan grande como una vida y ha engendrado muchísimas biografías. La más completa sin duda es la publicada por el gran Richard Ellmann en Londres en 1987. Para todos los wildeanos y wildeanistas, la segunda en importancia es Vida y confesiones de Oscar Wilde, escrita por uno de sus grandes amigos, Frank Harris, y publicada en Nueva York en 1916. Prologada y traducida (e incluso ampliada con textos de André Gide) por Ricardo Baeza, esta biografía de Harris fue editada en castellano por primera vez en 1928 por Biblioteca Nueva. Una editorial madrileña, que lleva ese mismo nombre, acaba de ponerla de vuelta a disposición del público, en una bella edición de casi 400 páginas.
Se dice que esta biografía es clave porque Harris no es un historiador sino un contemporáneo de lo que cuenta, y de tal modo presenta a un Wilde en vivo y en directo. Lo hace, además, con una escritura no exenta de cierta genialidad, pues Harris no fue precisamente un cualquiera. Fue un hombre que carecía de prejuicios morales anticuados –tal como advierte Luis Antonio de Villena en su certero prólogo–, un hombre libre y moderno que amaba la literatura y el sexo y fue el autor de un clásico del erotismo contemporáneo, el relato de las hazañas de un gran amigo de las mujeres, Mi vida y mis amores. Por el propio Wilde se conoce esta orientadora anécdota de la vida del que sería su biógrafo: “Una vez la editorial americana Harper le pidió a Harris que escribiera un libro de cien mil palabras por unos 5000 dólares pagados por adelantado. Les escribió diciendo que no podía encargarse del trabajo porque en inglés no había cien mil palabras”.
Decía el autor de De profundis que la auténtica vida de alguien es muy a menudo la vida que uno no lleva. Pero a Wilde está claro que no se le puede aplicar esa aguda frase, pues la historia de su ascensión y la de su infernal caída son lo suficientemente apasionantes como para no tener que leer una vida diferente a la que vivió. Tanto en el éxito como en la tragedia de los días finales (“conocí íntimamente a Wilde durante 20 años y desde el principio al fin lo quise como nosotros, pobres mortales, queremos, con intervalos de vana cólera y alejamiento momentáneo, pero, en general, con una admiración entusiasta”, señala su biógrafo), Harris estuvo al lado del escritor. La admiración entusiasta de Harris por su amigo distingue –como si hubiera interpretado literalmente aquello de “he puesto todo mi genio en vivir y sólo el talento en mis obras”– entre el hombre y sus escritos, prefiriendo al hombre cuando dice que, a su juicio, Wilde fue más grande como conversador que como escritor. Pero este error -Harris se consideraba literariamente superior a su amigo– no empaña el conocimiento de primera mano que posee del biografiado y que lo lleva a escribir magníficas páginas de recuerdos, como cuando cuenta ese almuerzo en el Café Royal en el que, estando presente también Bernard Shaw, le profetizó a Wilde su futura tragedia y le aconsejó sin éxito que dejara Londres antes de que lo encarcelaran.
Las páginas finales, que describen el trágico exilio de Wilde tras su paso por Reading, son de una rara intensidad, puntuada por las notas cómicas que acompañan a toda tragedia. Wilde dedicándose, por ejemplo, a hacerle continuos sablazos a su amigo Harris, que había estrenado con éxito en Londres una obra de teatro basada en una idea que Wilde, sumido en una pereza cósmica –”el trabajo es la maldición de las clases bebedoras”–, le había regalado a su amigo.
“Una escena más, la última, y habré terminado”, afirma Harris. La tragedia va más allá del entierro de Wilde en Bagneux. Robert Ross, el incondicional amigo, había colocado en la tumba el cuerpo de Wilde en un lecho de cal viva, con la intención de que la cal devorara la carnedejando los huesos intactos, de modo que el esqueleto pudiera ser transportado fácilmente el día en que fuera posible trasladar a Wilde al cementerio de Père Lachaise. Pero, cuando nueve años después de la muerte del escritor se abrió la tumba, Ross, con gran horror suyo, se encontró con que la cal había conservado las carnes en vez de destruirlas. El rostro de Wilde estaba reconocible, con la particularidad de que los cabellos y la barba le habían crecido. Para evitar el trabajo de los que empuñaban las palas, Ross descendió a la tumba y él mismo, con sus manos temblorosas, abrazado al cadáver, transportó el cuerpo al nuevo féretro.

 

La importancia de llamarse así

Después de haber sufrido cárcel y humillaciones en los últimos años de su vida, Oscar Wilde murió el 30 de noviembre de 1900. Tenía 46 años, y había escrito varias de las páginas más maravillosas que haya dado la lengua inglesa. Pero en 1895 había vivido su mejor y su peor momento. Se estrenó en Londres La importancia de llamarse Ernesto, y cuatro meses más tarde la justicia victoriana lo condenó a dos años de trabajos forzados por “sodomía e indecencia grave”. Mucho se ha hablado sobre la homosexualidad del autor de El retrato de Dorian Grey, y lo cierto es que la historia confirma su bisexualidad: además de haber estado casado con Constance Lloyd y de haber tenido dos hijos, fue amante de prostitutas cuando era joven y se enamoró perdidamente de una adolescente irlandesa que finalmente se quedó con Bram Stoker, el autor de Drácula.

 

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