El diario de esta ciudad trajo un pirulo de tapa. Cita a la
página de los avisos clasificados del Tagesspiegel de Berlín, en la sección de
Mucamas. Dice: Joven maestra, habla alemán, ruso, ucraniano, inglés y
polaco. Busca trabajo como mucama (limpieza, cocina, etc.). Sin comentario.
Evidentemente se trata de una mucama globalizada. Con casos así podemos sostener que
hemos pasado ya a ser una sociedad de servicios cada vez mejores. Quien tenga dudas, lea
la información del General Anzeiger de ayer: la firma distribuidora Otto Versand anuncia
que ya puede cumplir con el servicio de llevar el desayuno a la cama. Ni el emperador
Caracalla pudo soñar alguna vez con esto ¡porque hay que ver qué desayuno! Con las
delicias del paladar de todos los continentes y todos los mares. (No voy a caer en la
impudicia de citar aquí la estadísticas de Naciones Unidas de los niños que se mueren
de hambre). Es decir que no podemos negar que los que están bien en este neoliberalismo
final están cada vez mejor. Ahora sí, el pobre diablo sin trabajo que vaya aprendiendo
unos cuantos idiomas si quiere llegar a limpiar pisos o llevar desayunos.
Es interesante el estudio de la sociología del primer mundo a través de los avisos
clasificados. Pero también de algunas noticias de primera página para hacer callar a los
pesimistas: Siemens aumentó sus ganancias en un 17 por ciento mientras que las
ventas lo hicieron en un 12 por ciento, en los primeros seis meses de este año.
Esos son números, esas son medallas. Esto anda cada vez mejor. Y si a esta información
se agrega la que está en la columna de al lado se nota que a la globalización no la para
nadie: La empresa Madaus de medicamentos se tecnifica cada vez más y eso hace
posible que deje cesante al 41 por ciento de su personal. Cifras recién salidas del
horno. Claro, está bien calculado: Madaus produce medicamentos y echa a gente y como se
sabe que entre los desocupados hay más enfermos que entre los que tienen trabajo, va muy
bien la fórmula: más medicamentos, más enfermos, más ganancias. Eso es lo que se llama
una economía sana. (Uno se avergüenza cuando lee libros de ciencias económicas del
siglo pasado. Por ejemplo, aquel inglés Alfred Marshall, el de los Principles of
Economics que se consideraba un capitalista progresista yo lo calificaría un
capitalista inteligente y que puso ese lema irrefutable: El capital más
valioso es el que se invierte en los seres humanos. Claro, este intelectual de la
economía llegó a eso así: Comencé a visitar los barrios más pobres de las
diversas ciudades, recorrí calle tras calle y miré en el rostro a los más pobres de los
pobres. Fue cuando decidí estudiar lo más profundamente posible los principios de la
Economía Política.
Pero volvamos a la realidad de este dorado 1999: lo leemos en la primera del Frankfurter
Rundschau. El tema es McDonalds y sus restaurantes para las generaciones
globalizadas. Se trata de un insólito caso de rebeldía para los tiempos que corren. Un
estudiante que era empleado en McDonalds resolvió iniciarle juicio a la
todopoderosa empresa. Este estudiante merece ser nombrado: se llama Oliver Gottwald.
Oliver, especie de Espartaco de fines del siglo veinte, se presentó ante la justicia
porque McDonalds lo había dejado cesante de un día para el otro. ¿Qué había
ocurrido? Un día se le había presentado el jefe de personal para decir que tenía que
firmar una cláusula en el contrato de trabajo donde él, el empleado, debía hacerse
cargo de la mitad de las cargas sociales que debe por ley pagar la empresa. Y
le hizo ver que si se negaba a hacerlo lo iban a poner de patitas en la calle. Todos los
otros empleados aceptaron. Pero Oliver, no. Y como la empresa norteamericana tiene sus
principios basados en los sagrados principios de la libertad, le dio el empujón necesario
para que Oliver pensara su futuro en las colas de desocupados. Ni corto ni perezoso,
Oliver recurrió a la justicia. La justicia citó al representante empresarial, pero éste
no fue, haciéndole saber al juez que no podía concurrir porque estaba de
vacaciones.
Ahora, todo el mundo espera ver que pasará en esta nueva versión de David contra
Goliath. El diario adelanta que es muy posible que lajusticia le dé la razón a Oliver,
pero que si bien puede ganar jamás volverá a ser retomado en el trabajo. Claro, todo es
según quién tiene la manija. Manija y coima son la nueva ética de estos tiempos. Pero
es que si se obliga a la empresa a retomar a Oliver, ¿dónde quedan los sagrados
principios de la flexibilización y la desregulación? Por aquello de que: bueno es todo
aquello que es útil a la economía, todo aquello que tiende a limitarla debe ser
eliminado de inmediato. Si Oliver gana el juicio es posible que emigre el gran capital.
¿Entonces? No. Por algo en Estados Unidos fueron ahorcados los cuatro anarquistas que
hace justo 122 años exigían las ocho horas de trabajo. Esos obreros estaban contra la
libertad. Por lo menos contra la libertad empresarial, palabra liminar, hoy. No, eso ahora
no va a pasar con Oliver, porque los métodos de convencimiento son mucho más
inteligentes ahora. Pero eso sí, a Oliver le va a costar conseguir un nuevo trabajo. Nada
es gratuito en este democrático mundo de libertades. Porque, principios son principios.
El poeta alemán Jürgen Fuchs escribió poco antes de su temprana muerte, ocurrida hace
pocos días, esta frase: El capitalismo mató a la poesía. Su experiencia lo
había deprimido totalmente. El había sido uno de los intelectuales en la Alemania
comunista más combativo contra el denominado socialismo real. Fue expulsado a
la Alemania Federal y aquí hizo una larga experiencia. Su alma sensible no soportó la
realidad de que quien no marcha al mismo ritmo se queda en la cola de los vencidos. No
tuvo ya esta vez la fuerza de salir a la calle a protestar. Pero creemos que esta vez se
equivocó, Jürgen Fuchs: el capitalismo puede hacer, de lo más sagrado, una mercadería
vendible. Pero lo único que nunca va a poder matar es a la poesía, que es invencible.
La próxima víctima es la cultura. Aquí se ha iniciado el gran debate. La cultura es una
mercadería que también debe autofinanciarse y, en lo posible, dar ganancias.
Los responsables de teatros, museos y orquestas sinfónicas califican a esto de la
verdadera decadencia de Occidente. Se financian por sí mismos o cierran.
Orientarse en el mercado y en la demanda. Así morirán sin remedio las artes
creativas, dijo el titular del Instituto Goethe, Hilmar Hoffmann. Muera la cultura,
viva la diversión. La discusión ahora está en manos de expertos financieros. Goethe ya
no da ganancias. Beethoven, apenas. Los viejos también sólo cuestan, no dan ganancias,
¿por qué no los flexibilizamos? Pero no hay que ver todo negativo. Hay cosas positivas
como lo que ocurre en Bonn, en la casa donde nació Beethoven: allí funciona un venta de
artículos beethovenianos: remeras con la cabeza del genial sordo, o platos con su firma,
o vasos con los nombres de sus sinfonías. En los diarios sale la lista con todo el
surtido. Comprar, comprar, ganancias, ganancias. Aprendamos de Siemens, aprendamos de
Estados Unidos.
Esto lo han aprendido muy bien los socialistas europeos. Después del famoso acuerdo
Shroeder-Blair, todo ha comenzado a hacerse a su tiempo y moderadamente. El ministro de
Economía del gobierno socialdemócrata-verde de Alemania va a ahorrar, lo que los
conservadores no hicieron. Por eso está ya el proyecto socialista de no
subirles más a los jubilados la cuota de los convenios firmados de cada respectivo
gremio, sino sólo el porcentaje de inflación. Pero eso es apenas un botón de muestra.
Hay que ajustarse el cinturón. Pero no los que tienen mucho, porque si no se van, sino
los dependientes. El gobierno de izquierda quiere reducir a un 40 por ciento
la cuota del Estado, esto significa reducir subvenciones, leyes sociales y personal
administrativo. Es decir, un paso más hacia el neoliberalismo. El profesor Leonhard
Hajen, de la Universidad de Hamburgo, le han respondido al primer ministro que el
neoliberalismo no ha solucionado ningún problema. El neoliberalismo reduce la política y
la sociedad a la lógica del mercado y de la competencia. En forma extrema ese sistema
paraliza la falta de solidaridad de la sociedad. Por ahí no está la solución. Un
gobierno de izquierda tiene que extremar la imaginacióny poner en duda todo
lo que lleva a la desigualdad y a la falta de dignidad. El mercado todavía no ha podido
matar los ideales de un sistema solidario, y no los va a poder matar nunca.
Y un tema para otro pirulo de tapa: el primer ministro alemán Schroeder, a la vez titular
del partido socialdemócrata, ha escrito una carta personal a todos los afiliados a ese
partido. Encabezó la carta con queridos amigas y amigos. Un afiliado a ese
partido al cual pertenecieron Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht recordó con
tristeza que antes, los titulares del partido encabezaban sus cartas a los afiliados con
las palabras: Queridos compañeras y compañeros.
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