Triste campaña Por Eduardo Aliverti |
Elegida cualquiera de las informaciones que protagonizaron los últimos días, y a pesar de que una primera sensación las muestra completamente desconectadas entre sí, se notará enseguida un hilo conductor. Comenzó hablándose de la responsabilidad del Gobierno por los nulos resultados investigativos tras cinco años del ataque a la AMIA. Pero el tema desapareció a las pocas horas, absorbido, en parte, por los dichos y andanzas de Duhalde sobre la deuda externa; y en parte por el agujero negro en que cayeron los cuatro millones de dólares adeudados a Caritas. Pero ambos asuntos desaparecieron al día siguiente, tras la protesta de los productores agropecuarios y el debate sobre la licitud de tomar Buenos Aires. Cuestiones las dos que desaparecieron tan rápido como las anteriores, sólo que sepultadas por el escándalo de las detenciones de ex concejales. Noticia desaparecida más rápido aún, porque Luis Patti tuvo la ocurrencia de proponer civiles armados para defenderse de la delincuencia. Y con casi total seguridad, al momento de leerse estas líneas habrá desaparecido la polémica generada por el ex comisario reemplazada por otra cuestión, baladí o superlativa, que durará tan poco como ella misma. El mismo modo en que desaparecieron la crisis del PAMI y la eclosión por el impuesto destinado a los maestros, que volverán a aparecer en unos meses -cuando la pelota pateada para adelante retorne al arco con el destino de volver a desaparecer más temprano que tarde. Tiene partida doble el carácter vergonzosamente efímero de estos casos. Por un lado, no se trata de tonterías. Hay allí un cóctel con la mayoría de los rasgos que caracterizan a la Argentina de fin de siglo: impunidad; dependencia económica; corrupción; crecientes aunque inorgánicas protestas populares; inseguridad y reverdeceres fascistoides; el drama de los jubilados; los bajos salarios. Temas todos que no merecen durar lo que un suspiro. Pero además, esa consistencia raquítica tiene una particularidad de darse en plena campaña de un año electoral. Lo cual revela una inconsistencia todavía mayor por parte de la clase dirigente con los líderes y estructuras partidarias a la cabeza, en tanto responsables internos de ofertas propuestas y soluciones. O quizá son peor, y deba hablarse de complicidad. Por tomar sólo un botón de muestra, ¿no es curioso el silencio de los principales referentes de la Alianza frente a la demencial jugada de Patti? ¿O será que les conviene jugar con la simpatía que el autoritarismo despierta en numerosos sectores populares, consolidando a un candidato que de esa manera podría restarle votos al adversario principal? El solo hecho de que este tipo de preguntas resulte lógico habla muy mal de quienes deberían impedir que pueda imaginárselas, siquiera.
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