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Por Verónica Abdala El Chavo del Ocho es como la Coca-Cola: se lo consume por igual en los barrios pobres y en los residenciales, y lo ven tanto los chicos como los ancianos. Esta fue la conclusión a la que llegó la consultora mexicana Nilsen, en el marco de una investigación que se proponía conocer las razones de un éxito televisivo sin precedentes, casi un fenómeno de la historia del medio: el del programa más visto de Roberto Gómez Bolaños, que lleva casi treinta años ininterrumpidos en el aire. En ese lapso, El show del Chavo batió varios records entre otros, haber liderado en algún momento las grillas de rating de todos los países en que se emitió y se ganó un lugar entre los ciclos más queridos por el público. En la Argentina, a exactamente veinte años de haber sido estrenado el personaje nació en 1971 pero llegó al país en 1979, las mediciones posicionan a El show del Chavo (lunes a viernes a las 14 por Telefé) primero en su horario, con un promedio de 13 puntos diarios, según Ibope. Esto ocurre, de modo muy paradójico, mientras en México el programa es considerado una antigualla. Expresiones del argot mexicano que para El Chavo son usuales --como ¡guácala!-- se repiten y usan en la Argentina sin que esté claro su significado. ¡Guácala! vendría a ser ¡qué asco!. La popularidad del ciclo de 1971 a esta parte sorprende hasta al mismo Chespirito, que está casi retirado. En uno de sus viajes a la Argentina, al no poder sintetizar las razones en una fórmula, el actor, guionista y director se contentó con atribuirlo a la bondad y la paciencia del público. Además de El Chavo, Gómez Bolaños inventó personajes como Chapulín Colorado, Chompiras y el Dr. Chapatín. Cuando habla, da la impresión de que ese hombre casi viejo que le prestó durante treinta años el cuerpo al chico tierno de ropas harapientas y gorro con orejeras, se siente más desconcertado que nadie de su vigencia. Sin embargo, El Chavo, como si de una exitosa rock star se tratara, llenó a lo largo de su historia decenas de estadios en América latina y Estados Unidos, conmocionó a pueblos y provincias enteras tras su llegada, congestionó el tráfico de grandes ciudades y, logró que varias generaciones de niños de distintos países incorporaran a su vocabulario algunas de sus expresiones o frases más célebres. (¿Quién no dijo alguna vez, imitando el gesto entre ingenuo y pícaro de El Chavo, Fue sin querer queriendo, o recurrió en alguna oportunidad al clásico ¡Cállate, cállate, que me desespeeeeeeras!?) En México, se mantuvo durante la friolera de diecisiete años al tope de las planillas de rating con un promedio de 40 puntos. En Chile, llenó un estadio con capacidad para ochenta mil personas dos veces en un mismo día. En Nueva York se convirtió en la estrella de varias temporadas tras la venta de todas las localidades de una representación suya en el Madison Square Garden. En Buenos Aires protagonizó un éxito de similares dimensiones cuando, en 1978, agotó las entradas disponibles de siete funciones seguidas en el Luna Park. En Perú, la multitud de chavófilos como se autodefinen los fanáticos destrozó las vallas de acero del aeropuerto internacional, con la intención de que Goméz Bolaños les firmara autógrafos, y sigue la lista. El Chavo es uno de los pocos personajes míticos transnacionales de la historia de la televisión latinoamericana. Pese a que está dirigido, sobre todo, a los chicos, permite una multipliciad importante de lecturas, y por eso le gusta a muchos grandes. Acaso su éxito resida en que no subestima al público, y a que, en el universo de Gómez Bolaños, humor no es sinónimo de chabacanería. Su estilo tiene sutileza, creatividad e inteligencia, y no está del todo alejado de la reflexión. A veces, El show del Chavo parece educar prescindiendo de las moralejas que suelen destilar los malos programas infantiles, divierte valiéndose de un humor por momentos ácido y por esencia atemporal, y es capaz de robar sonrisas, no de imponer carcajadas. Disfrazado de ese personaje que representa su infancia, pobre pero alejada de toda miseria, Gómez Bolaños se ha dado hasta el gusto de bromear con cuestiones ideológicas muy concretas. En uno de los episodios advierte a los espectadores: Los animales que comen carne se llaman carnívoros, los animales que comen frutas se llaman frutívoros, los animales que se comen todo se llaman ricos. Los libretos que dieron vida a El Chavo, entre 1971 y 1993 año en que se grabó el último programa podrían llenar por sí solos una biblioteca. En total, completan doscientos ochenta libros, cada uno compuesto por veinte libretos de cuarenta páginas. Aunque en perspectiva pueda parecer extraño, el actor se decidió a encarnar a El Chavo debido a que, en los comienzos, le costaba conseguir a terceros dispuestos a prestar el cuerpo a sus personajes: en su juventud, con frecuencia se encontraba con que sus colegas lo acusaban de ser poco talentoso o con que éstos rechazaban las propuestas desconfiados de su posibilidades de éxito. La comunión que, a diferencia de lo que suponían esos actores, se dio entre el público y los seis integrantes del famoso vecindario una vez que el ciclo comenzó a emitirse fue a tal punto inusual que sorprendió hasta a los mismos integrantes del elenco. Aún hoy, a seis años de la finalización de las grabaciones, varios de ellos siguen viviendo de los personajes que interpretaban. Los televidentes argentinos han visto en los últimos tiempos a Carlos Villagrán (Quico), María Antonieta de las Nieves (la Chilindrina) y al Profesor Jirafales desfilando por los programas de la tele, entre ellos los de Andrea Frigerio y Susana Giménez. Incluso el mismo Gómez Bolaños y su esposa, Florinda Meza (más conocida como Doña Florinda) pasan buena parte del año recorriendo el mundo, y dando entrevistas. Algunos recordarán, por ejemplo, la visita que le hicieron en 1994 a la diva de Telefé. Si Gómez Bolaños, que fue reiteradamente tentado a reponer el programa, no lo hizo hasta ahora (lo que hace suponer que tampoco lo hará en el futuro), fue por dos razones esenciales: en primer lugar, porque como explicó tras las muertes de Ramón Valdez y de Angelines Fernández (Don Ramón y la Bruja del 71), a mediados de la década, no le interesa recrear el elenco original con actores nuevos. En segundo término, porque está convencido de que a los 69 años se vería tosco haciendo de chico. En su madurez, Chespirito el nombre artístico de Gómez Bolaños es la castellanización de Shakespearito, en homenaje a William Shakespeare está decidido a viajar con su esposa y a cuidar de sus seis hijos (fruto de un matrimonio anterior) y nueve nietos. Atrás parecen haber quedado, para él, las largas jornadas de filmación, las giras, y el set en el que los habitantes del vecindario se trenzaban en las más desopilantes conversaciones. Aunque esas imágenes siguen acompañando a un millón cincuenta mil personas por día que pueden seguir viéndolo por televisión en la Argentina Y repitiendo ¡guácala! aunque no sepan del todo bien que están diciendo..
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