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Por Pablo Plotkin Diez minutos de distancia entre una performance y la otra, un tiempo lo bastante corto como para apreciar la diferencia. Primero, el set íntimo de Leo García, un cantautor introspectivo y romántico de la nueva generación, con su guitarra acústica y sus melodías despojadas. Al rato, Turf y su rock exultante, eléctrico y de consignas adolescentes, que convocó a la mayoría de las 650 personas que en la tarde/noche del jueves llenaron el Teatro de la Ribera. Fue una manera didáctica de ver dos conceptos casi opuestos que hoy conviven en el rock argentino: el que, después de haber probado con todo electricidad y electrónica, vuelve a las raíces del sonido, y los que siguen haciendo de la urgencia rockera el combustible de su música. Esa fue la esencia de la tercera fecha del programa de recitales encuadrados dentro de Buenos Aires Supernova, el ciclo invernal que organiza la Secretaría de Cultura de la Ciudad, que ayer seguía con Suárez y Deluxe, y hoy, a las 19, con Los Cafres y Cymbal Jr. Cuando todavía una parte del público hacía la fila a la entrada del teatro, a un costado del río negro y el óxido de los barcos, Leo García ya estaba en el escenario tocando Libre del amor, una de las canciones de Vital, el disco que editó recientemente. García fue durante esta década el cerebro de una banda que nació y murió en el underground: Avant Press, tal vez la única (y tímida) gran esperanza pop que dio la década. Rodeado de otros talentos de la escena pop subte (la primera formación era con Ezequiel Araujo, ahora tecladista de El Otro Yo, Juan Carlos Marioni y Pablo Varela, actuales guitarrista y baterista de Bristol), la banda había despertado atención. Pero Avant Press se separó, dejó un disco que hoy pocos tienen y terminó siendo un secreto bien guardado. Leo emprendió su camino solista, al tiempo que colaboraba con Gustavo Cerati y componía Vital, un álbum que se hamaca entre las más sencillas canciones acústicas y la música electrónica abstracta. Acompañado de un contrabajo, una batería y una guitarra eléctrica ejecutada sutilmente, el show del jueves lo ideó en función de su faceta de cantautor. El público rocker más ortodoxo de Turf no pudo soportarlo. Algunos lo insultaron, pero García fingió ignorarlos y mantuvo la elegancia y la voz sin fisuras hasta el final del recital, cantando Amor vagabundo, Expandido y Suave, un tema coescrito con el poeta Roberto Jacoby, letrista de Virus en los ochenta. Y finalmente, en un acto de justicia, se fue aplaudido. Entonces saltó al escenario el ahora quinteto Turf, con su nuevo tecladista Nicolás Ottavianelli. El show empezó con una secuencia instrumental épica, que abrió la ruta para el tema que bautizará su próximo disco: Siempre libre. Una proclama que cabalga sobre versos de libertad (una voz que estalla en tu interior/no podés mirarla de lejos) y la guitarra líder de Leandro Lopatín. También hicieron un cover de Hablando a tu corazón, de su admirado Charly García, y una revisión de las canciones de su único disco editado, Una pila de vida, bastante exitoso como debut de una banda argentina de rock: 15 mil copias vendidas. La fórmula de Turf se basa en melodías fácilmente silbables, una lírica directa y pregonera, adrenalina, y la figura de pequeño sex symbol de su cantante, Joaquín Levinton. El incitó a que la gente se levantara de las butacas y bailara un pogo ingenuo con Chiquilín, Juventurf y el hit Casanova. El único bis fue Crónica TV, un tema que habla de una noche enfermiza de ingesta de sustancias y televisión. Todo un retrato de época.
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