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NUNCA FUE TAN GRANDE LA BRECHA ECONOMICA EN LA CAPITAL
Dos mundos en una ciudad

Parque Patricios es el barrio donde la mortalidad infantil es más alta: 27,3 por mil, más que en Jujuy o La Rioja. En Belgrano es de 5,6, como en Francia. En el primer barrio el 37 por ciento de los chicos tiene necesidades básicas insatisfechas; en Belgrano, el 6,2. Dos mundos, nunca tan separados, en una misma ciudad.

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La Villa 21 queda en Parque Patricios: allí viven aproximadamente 30 mil personas.

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En la calle Melián, de Belgrano, muchas rejas muestran la preocupación por los robos.


Por Alejandra Dandan

t.gif (862 bytes) Juan Pablo camina todos los días 15 cuadras hasta el colegio. Marina sale del Belgrano Hillocks School y corre a ballet. Los dos son porteños. Viven a 10 kilómetros. Juan Pablo hace segundo año. En su barrio 80 por ciento de los chicos tiene parásitos. Vive en el corazón de la Villa 21 de Parque Patricios, el polo de la Capital donde la mortalidad infantil, de 27,3 por mil, es la más alta, incluso mayor a Corrientes, Jujuy o La Rioja. La casa de Marina está en el barrio de la Capital donde la mortalidad es la más baja: 5,6 por mil. Es Belgrano. Ahí ese indicador es como el de Francia o Alemania. Dos barrios a 100 cuadras: la casa de Marina está sobre Melián, la de Juan Pablo sobre un piso de tierra. Un estudio de la consultora Equis revela la desigualdad de distribución de la pobreza por barrios de la Capital, sobre menores de 14 años. En Patricios los chicos con necesidades básicas insatisfechas (NBI) son el 37,7 por ciento. En Belgrano, 6,2. Son proyecciones del Indec y muestran el golpe de un dato: casi 1 de cada 10 porteños vive en villas o casas tomadas. El lugar es siempre el mismo: 61 por ciento de todos los chicos porteños con necesidades insatisfechas están en el cordón sur. La brecha. Esa zanja entre Juan Pablo y Marina es de 10 kilómetros, y muestra la profundidad de la brecha económica pero también cultural.
La urbe mantiene niveles de pobreza constantes pero esa estabilidad encierra un estado explosivo: la asimetría del ingreso cada vez más aguda. Y frente a esto el correlato espacial, el del territorio, que delimita ghettos socioculturales encadenados a la economía. Esos ghettos son enclaves que resisten fusionarse. Juan Pablo vive al suroeste, en un barrio donde 25 por ciento de las casas son deficitarias o hacinadas. “Deberíamos pensar que 1 de cada 3 chicos del sur es pobre –dice el sociólogo Néstor López y contrasta–: al norte esa proporción es de 1 de cada 20”. Esa dualidad que para los economistas se visualiza en los últimos cuatro censos, muestra ahora un punto de inflexión: se torna irreversible. Héctor Valle, ex director del Indec, analiza la brecha hasta marcar en el presente su peor momento: “La brecha se achica algo después del pico de la híper y la situación mejoró hasta el ‘84. Desde allí empeoró fuertemente a lo largo de los 80. Por eso mientras en los primeros años del menemismo, en el ‘91, la situación era de recuperación, en el ‘99 aparece un pico de empeoramiento que tiende a profundizarse”.
Ghetto quebrado
Artemio López, de la consultora Equis, propone para analizar la magnitud de pobreza al sur el crecimiento en villas que en los últimos 10 años fue de 125 por ciento: “Sólo en villas, ubicadas casi en su totalidad en el sur, los habitantes pasaron de 52 mil a 117 mil”. De aquí, un nuevo dato: uno de cada diez porteños a fin de año vivirá en villa o casa tomada. La proyección incorpora a las 150 mil personas que viven en casas tomadas, fenómeno reciente en toda la Capital. Desde hace más de 40 años el promedio de porteños es constante. Con esta base, ese aumento en villas y al sur, provoca el disparo de la brecha: mientras al norte baja la densidad –por la mudanza de muchos hacia barrios privados fuera de la capital–, al sur crece.
Esa migración a barrios como Patricios, para Héctor Valle, está dada por la pauperización de “la clase media tradicional desplazada hacia allí y los del Gran Buenos Aires que comparan el costo de viajar todos los días en colectivo al centro o instalarse en las villas o en alguna casa tomada”.
El norte en la mira
Una mancha. Así describe el desarrollo desequilibrado el arquitecto Julio Kesselman, ex presidente de la Sociedad Central de Arquitectos. “La ciudad se desarrolló hacia el norte. Incorporó infraestructura y no sólo comodidad: hay más colegios, funcionan mejor los hospitales, hay policía,servicios sanitarios, espacios verdes”. Como en una composición que suma fotogramas el norte exhibe: museos, cines, educación, deporte, servicios, comercios. El sur: galpones y fábricas abandonadas. Ese desarrollo, dice, no fue casual: “Se necesitó prestar más atención al sector de poder adquisitivo alto que obliga a construir y reconstruir”.
A lo largo del siglo todas las inversiones públicas y privadas estuvieron dirigidas ahí. El secretario de Planeamiento porteño, Enrique García Espill, adjudica al Código de Planeamiento del ‘77 parte de la culpa de la dualidad: “Se prohibió la construcción y ampliación de viviendas en el sur y no existen ciudades ni desarrollo de comercios, ni educación donde no se pueden hacer viviendas”. El sur fue ideado como área de industria y equipamiento, por eso crecieron galpones y depósitos hoy, la mayoría, vacíos u ocupados.
La brecha perpetua
Para curarse Marina tiene en su área 62 establecimientos de salud. Juan Pablo, 25. Por establecimiento existen 1503 habitantes en Belgrano y 3829 en Patricios. Este impacto se agudiza y seguirá haciéndolo. La concentración espacial de los pobres, explica Néstor López, investigador del Cedes, muestra una perpetuación de las desventajas: “Antes en un escenario heterogéneo los chicos se reunían en escuelas y plazas donde los diversos estratos sociales compartían su proceso de formación”. Ahora, segmentados, se debilita su capital simbólico porque están privados del acceso a pautas culturales y de integración.
La migración y pauperización de sectores medios incidió en las instituciones. “Esto es un efecto –dice López– de las dificultades de los más pobres en sostenerlas.” Van cerrándose clubes, servicios públicos y los centros de actividad barrial decaen.
Perdido el perfil heterogéneo tradicional de la urbe porteña se profundizan claustros de ricos y pobres. Al interior, cada uno se vuelve homogéneo, compacto. La clase alta puede estar a sólo 10 kilómetros de los más pobres, pero sus “barrios –dice López– están diferenciados por rejas y servicios de seguridad”. Satisfacen allí, sigue el sociólogo, las necesidades de la vida diaria. “En el caso de los pobres –continúa– estos espacios cerrados no son efecto de un aislamiento voluntario sino de una segregación impuesta.”
Juan Pablo y Marina viven a cien cuadras, pero es difícil que algún día se conozcan.

 

Las cifras

ron2.gif (93 bytes)   En los últimos 9 años la población porteña sólo en villas creció 125 por ciento, de 52 mil a 117 mil. El 35 por ciento son chicos.
ron2.gif (93 bytes)  A fin de año, 1 en 10 porteños vivirá en villas o casas tomadas.
ron2.gif (93 bytes)  El 13.6 por ciento de los menores de 14 años tiene necesidades básicas insatisfechas. Son 79.312.
ron2.gif (93 bytes)  En el cordón sur se concentra el 61 por ciento.
ron2.gif (93 bytes)  Mientras en el distrito que comprende a Patricios esa población es del 37.7 por ciento, en el de Belgrano son 6.2 por ciento.
ron2.gif (93 bytes)  El índice de mortalidad infantil en Patricios es de 27.3 por mil. En Belgrano, 5.6.
ron2.gif (93 bytes)  Por cada 24 muertes infantiles en Belgrano y Palermo, mueren 65 en Patricios, la Boca, Barracas y Pompeya.
ron2.gif (93 bytes)  En el distrito donde Belgrano queda incluido hay 62 centros de salud, en el de Patricios, 25.
ron2.gif (93 bytes)  Para la primera región hay 1503 habitantes por centro, para la segunda 3829.
ron2.gif (93 bytes)  En Belgrano hay 108 escuelas privadas y 40 públicas. En atricios, 41 y 25.


 

Vivir en la villa de Patricios
Escasez y miedo

Por A.D.

t.gif (862 bytes) La carnicera se ríe, nerviosa. El local tiene su nombre. Es Mary de la Villa 21. En voz muy alta repite que está harta de abrir todo el día por un kilo de carne picada y un peso por los panes despachados:
–Y encima arriesgás el pellejo. Vienen los chorros y le meten un caño a la nena por dos pesos.
Robada. Parte de esa villa está en Parque Patricios, el barrio porteño con índice más alto de mortalidad infantil. 80 por ciento de los chicos tiene parásitos y en los últimos cinco años el índice de tuberculosis creció 50 por ciento. El 40 por ciento de las mamás llegan a la sala de parto sin revisación previa. Los datos también perturban afuera: mientras las empresas telefónicas no mandan técnicos por los saqueos, los médicos del centro de salud local piden pases por miedo. Son tres las patologías más graves, dicen: violencia, drogadicción y las infectocontagiosas.
Juan Pablo vive en el barrio de Mary. Desde ahí todos los días camina hasta su escuela, el Vieytes. Son 15 cuadras. En su casa, su mamá Teresa explica que es para ahorrar. No hay cines ni gastos extra en vacaciones de invierno. Teresa y Pedro tienen cinco hijos y las concesiones en gastos llegan hasta un yogur batido o Kellogg’s. Hay techo de chapa en esa casa que es una de las únicas que tiene baño con sistema de arrastre de agua.
Un pasillo lleva hasta la entrada del barrio. Allí está la iglesia y, en frente, una unidad sanitaria. Como el resto de la gente, para tener luz el centro de salud está colgado. Como en toda la villa no hay gas natural. Los médicos pagan entre todos la garrafa para prender una hornalla, tampoco allí hay teléfono. “Para pedir turno –dice Teresa– me voy a las siete, pero muchas veces no hay más y me voy al Penna, pero cuando llego allá no hay más números”. El jefe del área programática del hospital, Pedro Saposnik, lo subraya: “No damos abasto, en el centro se atienden 2000 chicos por mes”.
El aumento de la población en la villa, de 10 a 30 mil habitantes, sobrepasa la capacidad de los médicos. La falta de cloacas y agua potable potencia enfermedades parasitarias. “Los que empiezan el tratamiento –dice Saposnik– se reinfectan antes de terminar.” La mortalidad queda asociada a variables diversas: “El 40 por ciento da a luz sin ningún control previo –agrega–: la mitad de las muertes son prevenibles”. Faltan los esquemas de vacunación. Mientras el promedio de desnutridos porteños es de 6 por ciento, en esta área está entre el 12 y el 13 por ciento. El médico indica que no es sólo por falta de comida sino por infecciones que no son tratadas.
Y la violencia aparece como traba: “Antes a los desnutridos los íbamos a buscar a las casas, pero por el recrudecimiento de la violencia el equipo de salud no sale”. Así vuelve a aparecer un cerco al interior de la villa, el mismo que sujeta a Pedro Carabajal, el papá de Juan Pablo, en su casa. Nadie sale de casa después de que oscurece. Fuera, alrededor, existe al menos un muerto por semana.
La Maternidad Sardá atiende entre su población a Parque Patricios. De los 6000 nacimientos anuales, el 8.8 por ciento de los chicos tienen bajo peso. Muchas mujeres llegan con anemia por falta de hierro. En general inician los controles prenatales entre el final del primer trimestre y comienzos del segundo. Este dato mejoró en los últimos tres años; desde el hospital Elsa Andina, jefa de Obstetricia, indica que antes las visitas promedio comenzaban en el segundo trimestre. En general existen problemas de desinformación sobre planificación familiar.
Patricios perdió en los últimos años su rol histórico. Como Barracas, era uno de los centros de almacenamiento de mercancía. El economista Héctor Valle explica allí parte de la desocupación y emigración de los sectores de clase media y alta: “La trasformación se inicia con la aparición del Mercado Central, hacia donde empezaron a confluir, por cuestión de costos, las mercaderías y productos que llegaban del puerto a esa zona”. El cierre generó mano de obra desocupada y galpones vacíos.

 


 

Vivir en el barrio de Belgrano
Bienestar y rejas

Por A.D.

t.gif (862 bytes) La verdulera hace puerta. El local está en la aristocrática calle Melián. Hay cestos de mimbres con mandarinas a 0,95 el kilo y huevos: 1/2 docena 0,75. Detrás, un vanitory y toallas de papel. Bajo el chorro de agua los clientes clausuran allí su ritual de compra, del toqueteo de papas o del coliflor que ahora la verdulera muestra. Se queja:
–Ni una manchita, ni un rayoncito tiene que tener. No te lo compran.
Belgrano tiene el porcentaje más bajo de mortalidad infantil de la Capital. Un barrio de chicos con pediatras de cabecera y esquema de vacunación no sólo completos sino ampliados. Allí hay más del doble de escuelas que en barrios como Patricios: el distrito tiene 108 privadas y 40 públicas. Un barrio de vecinos con 20 cines para elegir y donde las quejas que surgen en los centros de gestión se centran en la seguridad, los ruido de alarmas, revestimientos arruinados por medianeras o arboledas exuberantes. Fuera de las casas de Belgrano crecen las rejas y también la basura, que allí es abundante: los antropólogos la llaman basura limpia, 47 por ciento es inorgánica. Esos deshechos aumentan cada año y el dato se vuelve indicio de mayor consumo: de junio del ‘98 a junio ‘99 la recolección pasó de 26.950,98 toneladas a 30.547,01.
El canillita no deja de moverse en su puesto, que nace en la vereda y termina al fondo de un local. O’Higgins y La Pampa. El hombre se queja: los diez números de Paris Match se agotaron. Habla del Miami Tribune y la venta de los sábados “por el suplemento turismo”, de los doce pesos de costo y repite verborrágico nombres de diarios en inglés, francés e italiano. “Todos se venden –explica– pero el que me los trae a mí también reparte en la zona porque muchos están suscriptos.”
Hacia la zona residencial, la calle está semidesierta. Las casas revestidas con rejas. Marina camina con su mamá y su hermano Jean. La mujer es arquitecta y vive hace más de veinte años en Belgrano, cuando “los vecinos se conocían todos y si vos jugabas en la calle siempre había alguno que te cuidaba”. Cada paso refleja una psicosis: inseguridad. Los vecinos consiguieron rondas de policías en las zonas de casas bajas y garitas en los sitios más caros. Juan José Rosso, coordinador del Consejo de Seguridad del centro de gestión, menciona el dato como estrategia para desalentar robos, ahora concentrados en salidas de bancos y discos.
Pero la apuesta por la protección repliega vínculos sociales. La mamá de Marina colabora de misionera de San Patricio recorriendo casas del barrio. Por la insistencia de claustros cerrados suele terminar “evangelizando más –dice– a los empleados que a los dueños de casa, que casi ni conozco. Ni siquiera –insiste– a mis propios vecinos”. Marina y Jean quedan sentados por un rato en la vereda. Aunque pública, está a los pies de “la mansión del dueño de Bayer, enseguida van a venir los guardias, vas a ver”, anticipa. Los nenes posan para la foto. Alguien abre un portón de madera. Mira y la mujer espanta sospechas saludando a los guardias como buena vecina.
Jefa del servicio de guardia de la clínica Sagrada Familia, María de los Angeles Harris habla de consultas programadas: las más frecuentes son para clínica médica, ginecología, cirugía y dermatología, una de las más demandadas por control de piel y lesiones. A diferencia de otros sectores sociales, dice, los pacientes de la zona “son conscientes de su enfermedad, saben de qué se trata y son consecuentes con las prescripciones y la prevención”. Entre los más chicos aparece el correlato: apenas aparecen las primeras líneas de fiebre acuden al médico. Las consultas cotidianas son por “catarro por vía aérea superior, otitis o muy pocos con broncoespasmos”, explica ahora Caterina Henson, de ese servicio. “En general tienen pediatra de cabecera o referente y nosotros desde la guardia nos comunicamos con ellos”. No hay niños desnutridos. La mayoría no sólo cumple con los esquemas de vacunación sino que tienen esquemas ampliados.

 

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