Por Eduardo Fabregat desde Rome, Nueva York La ruta parece interminable, y
el calor sólido, y en el vocabulario parece haber desaparecido el verbo llegar.
Resignados, los miles de automovilistas que han quedado atrapados en el camino al Griffis
Park otean el horizonte, ponen al máximo el aire y la radio donde dicen que la
asistencia ya llegó a 300 mil personas y esperan el milagro de que la maldita cola
se mueva de una vez. Tras algunos centenares de metros con el mismo espectáculo, una
curva afortunada deja a la vista el ingreso de prensa, y el calvario se termina. Justo al
doblar, puede verse en la luneta trasera de uno de los autos una frase más o menos
emblemática: pray for rain. Recen por lluvia.
Promediando el último gran festival del siglo, las cosas pareen estar -más allá de la
traffic situation bastante en orden. La oferta está signada artísticamente por el
predominio de sonidos fuertes y la cruza de elementos históricamente atribuidos a la
música negra con rock blanco. El resto es mística. La mística del barro, que se hizo
presente en la primera jornada, aun cuando ese día el cielo se mantuvo tozudamente claro:
los woodstockians aprovecharon un par de salidas de agua y en sólo una hora armaron un
ring de lodo, como para que los fotógrafos de todo el mundo registraran las escenas de
rigor. También se vio la mística de las drogas, presentes todo el tiempo y sin provocar
ningún tipo de histeria en las autoridades. Desde el escenario, la recomendación es
tomen mucha agua, pónganse loción, pásenla bien, y si se drogan no se pasen de
rosca. La mística de la música sucediendo todo el tiempo, con los agregados de fin
de siglo que convierten a Woodstock en un encuentro multicultural y multidisciplinario.
Tras calentar sus motores y testear todos los aspectos técnicos el jueves con una
serie de grupos de la zona Woodstock arrancó oficialmente el viernes, después del
mediodía y en el escenario Este, cuando James Brown hizo lo que más le gusta, historia,
con un show de puro funk y soul que preanunció un día largo y caliente. El círculo se
cerraría varias horas después, en el segundo escenario y con la reunión de
Parliament/Funkadelic: dos propuestas de ritmo cien por ciento negro encerrando una
primera jornada que, en el balance, sirvió como aperitivo. Así, en el escenario chico
(es una manera de decir), los aquí ignotos moe aprovecharon un breve momento de nubes
para levantar a la gente del sopor vespertino, justamente con un cover del I Wanna
be Sedated de Ramones. Por esa misma área pasarían el hip hop cadencioso de The
Roots y la primera demostración de en qué terminó mutando aquel rapnroll de
Aerosmith y Run DMC: en cosas como Insane Clown Posse, dos rappers sin mucho estilo,
apoyados en una banda rockera y con maquillaje de payaso en sus caras. La imagen era
suficientemente explícita.
En la otra punta de la gigantesca base, Jamiroquai pareció una redundancia teniendo en
cuenta la performance de James Brown. Por eso pareció convincente la performance de
Sheryl Crow, en plan sexy, tocando el bajo y hasta con un cover del Wild
Horses de los Rolling Stones. Lo más fuerte, sin embargo, estaba por venir, con el
arrasador tándem de The Offspring y Korn y una actuación consagratoria de Bush, el
cierre de los números rockeros.
Allí asomó el otro Woodstock. Desprovistos de actividad los escenarios, la gente se
abalanzó sobre la zona intermedia, dominada por dos hangares de diferente calaña: en uno
transcurre un festival de cine independiente que ofrece desde películas de zombies hechas
con dos mil dólares hasta Polyester, un film de culto dirigido por John Waters en el que
hay que raspar una plancha de cartón y olfatearla para experimentar el
Odorama. En el otro, que durante el día muestra shows de bandas nuevas, se
desarrollan las raves nocturnas, que tienen invitados tan distinguidoscomo Moby (quien
ofreció un show para el recuerdo el viernes) o Perry Farrell oficiando de disc jockey.
Allí, también, se concentran varios beer gardens, recintos cerrados donde se accede
exhibiendo un documento que certifique la mayoría de edad, y en el que una multitud de
puesteros diseminados por el campo resuelve cualquier problema de espera. Los vasos de
medio litro cuestan 5 dólares, pero a nadie parece importarle el detalle. De todos modos,
sólo se sirven dos por persona, y para volver a beber hay que salir y entrar de nuevo.
Caminar, claro, es una de las principales actividades. A pesar de que se dispusieron buses
escolares internos para la gente afectada a la organización y cobertura del festival,
caminar los tres kilómetros que separan ambos escenarios es una experiencia en sí misma.
En un solo recorrido afloran algunos hippies de la vieja guardia haciendo acto de
presencia, pero es mucho más usual cruzarse con embarrados, mujeres desnudas y con
dibujos estratégicamente pintados o no, y allí se producen arremolinamientos
peligrosos chicas y muchachos que ofrecen sustancias varias, estadounidenses,
japoneses, colombianos, mexicanos, argentinos caracterizados por portar casi
invariablemente una camiseta de la Selección, y muy de tanto en tanto un afroamericano.
Es que Woodstock es un festival casi exclusivamente blando, a pesar de que en el comienzo
de ayer pudo verse una concentración de público negro frente al escenario donde Wyclef
Jean honró a Janis Joplin y Jimi Hendrix (con una versión de la versión-Jimi del himno
norteamericano). Poco antes, Kid Rock había hecho las delicias de los blandos combinando
el rap con las guitarras Led Zeppelin. Con el correr del día, de todos modos, la balanza
fue inclinándose, a través del rock típicamente americano de Counting Crows y Dave
Matthews Band, preparando el terreno para lo que se espera como uno de los cierres más
fuertes: mientras Chemical Brothers se encargarán del escenario Oeste, Rage against the
Machine y Metallica liquidarán el asunto a todo gas en el Este. Después, todo podrá
suceder: la impresión generalizada es que, a diferencia del viernes, anoche nadie
planeaba regresar a su alojamiento, tomando definitivamente la ex base aérea para la
causa del rock. O algo así.
Unos pequeños detalles
Como corresponde a un encuentro de estas características, las cifras cuentan. Los
dossiers de prensa hablan de 17 millones de watts a través de 90 kilómetros de cable,
una electricidad capaz de alumbrar una ciudad de 250 mil personas, 2 mil doctores, un
hospital para 80 personas y varias unidades sanitarias, 3500 integrantes de seguridad, 90
mil sándwiches de pollo y esas cosas. Estadística.
En las tiendas dedicadas al comercio puede conseguirse desde
una carpa hasta una MasterCard Woodstock, pasando por pipas de cristal (y de todos los
materiales), piercings de toda clase, tatuajes naturistas de henna, pizza, remeras,
vestidos, colchonetas inflables y todo tipo de souvenirs. Los precios no son precisamente
del tiempo del hippismo.
Uno de los mayores problemas de Woodstock 1994 fue el de los
baños... y la experiencia no parece haber servido de mucho. El tremendo calor del sábado
a la tarde convirtió a cualquier área de baños químicos en algo que hacer parecer al
Riachuelo un cristalino paseo. Afortunadamente, sobran los espacios verdes ocultos a la
vista. |
|