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FIJA

Por Antonio Dal Masetto

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t.gif (862 bytes) Esta noche el bar está muy concurrido. Vaso en mano, preocupados y vehementes, los parroquianos hablan de lo que irá a pasar en los últimos días de este gobierno. La caja registradora no deja de tintinear y el Gallego luce feliz. Su cara me trae a la memoria algunos momentos estelares de su pensamiento filosófico. Por ejemplo: “La alegría es buena para la caja porque a la gente se le da por empinar el codo. Pero a la hora de los números, la melancolía y la tristeza son la verdadera sal de la registradora. Ahí es donde los parroquianos entran a chupar como cosacos”.
–Señores –dice el parroquiano Lorenzo, propietario del puesto de flores de la esquina–, ya está a la firma el decreto para vender todos los árboles del país. Se van a llevar la madera al extranjero. No vamos a tener más sombra en la Argentina. Si querés un poco de sombra, andá comprándote una sombrilla china de ésas de uno noventa y nueve. El dato me lo pasó mi pibe, que estudia en la escuela de jardinería del Botánico. Y el pibe lo sabe de muy buena fuente, tan segura como cuando en el hipódromo se dice: “Es una fija, lo sé de la boca del caballo”.
–Eso no es nada, también está a la firma un decreto vendiéndoles la Patagonia a los japoneses –dice Lucho, el tachero–. Los ponja van a construir un enorme geriátrico modelo donde van a poner a todos sus jubilados. Lo único que nos falta es que levanten una pared de blíndex para que los viejitos menesterosos de este lado miren con la ñata contra el vidrio cómo viven los jubilados ricos. Esto me lo contó mi cuñada que es enfermera en un geriátrico. Ella lo sabe bien posta, mismísimo de la boca del caballo.
–Ya está el decreto firmado que obliga a reemplazar toda las cañerías de la Capital Federal, de ciudades y pueblos del interior –dice León, el gasista–. Un día de éstos van a venir los que ganaron la licitación, te van a arrancar los caños de plomo de tu casa, te van a tirar en el patio uno de plástico berreta y arreglátelas. Ni se te ocurra hacerte el dormido porque te patean la puerta. En menos de un año el plomo se va a cotizar mejor que el oro. El dato me lo dio el dueño de la casa de sanitarios, que timbea en la Bolsa desde hace años. Es como si viniera de la boca del caballo.
–Caballeros –interviene el Gallego–, los veo muy preocupados por lo que esos tíos se van a llevar y no están teniendo en cuenta lo que pueden llegar a dejarles –dice el Gallego.
–¿Qué otras cosas peores nos pueden pasar?
–Los invito a que saquen sus conclusiones con esta historia que ocurrió hace años en mi pueblo. El alcalde y todo su equipo eran unos tipos de avería. Más rápidos que la luz y más taimados que ese hijo de mala madre del gato de mi señora que me destroza los pulóveres y mea en mi sillón. Cuando perdieron las elecciones, hubo una gran fiesta. El nuevo alcalde, su equipo de funcionarios y el pueblo entero comimos, bebimos y bailamos hasta el amanecer. Los que se iban ni aparecieron por la fiesta. Poco espíritu deportivo, pensamos. Cuando asomó el sol del nuevo día, nos dirigimos al Ayuntamiento, el alcalde a la cabeza, llave en mano. Se adelantó y lo dejamos solo para que gozara de ese momento. Abrió la puerta muy contento el gordo Paco, con su faja de alcalde sobre el traje azul con que se había casado. Buen tipo, el gordo Paco, tan lleno de entusiasmo y de proyectos. Y entró en el Ayuntamiento. Nos quedamos todos en la plaza, expectantes, esperando que apareciera en el balcón. Se escuchó un alarido.Pasados unos minutos, Ramiro, el vicealcalde, fue a ver qué pasaba. Se asomó a la puerta y nos dijo: “No lo veo, está oscuro, voy a buscarlo”. Hubo otro alarido y después silencio. Lo miramos al cura: “Vaya usted, don Cosme, que fue misionero en Africa y conoce los peligros y además tiene protección celestial”. Don Cosme se adelantó crucifijo en manos. Dio medio paso al interior y regresó rápidamente: “Es imposible meterse ahí, está lleno de trampas para leones, fosos con lanzas para cazar elefantes, pozos disimulados con pirañas y cocodrilos, y estoy seguro de haber visto cuatro reducidores de cabezas emboscados detrás de una columna. Que el señor se apiade de las buenas almas de Paco y Ramiro, donde quiera que estén”. Don Cosme sacó el rosario y todos nos arrodillamos. Ahí tienen una historia para ir meditando.
–¿Al final qué pasó con el Ayuntamiento? –preguntamos todos.
–Echamos llave al edificio, lo precintamos y por las dudas pusimos una empalizada con un guardián, para que los chicos que como ustedes saben son unos revoltosos insoportables y se meten en cualquier parte no se arrimaran al lugar.
Los parroquianos nos miramos en silencio. Depresión total en el bar. El Gallego golpea las manos:
–Bueno, señores, cuando a uno le agarra el bajón como a ustedes ahora, lo mejor que puede hacer es darse a la bebida. Así que vayan pidiendo lo suyo, que mi caja registradora es muy sensible y cuando no trabaja se me pone mustia la pobre.

REP

 

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