Por Nora Veiras
No
vamos a actuar sin escuchar antes a Brasil, repetían ayer los voceros de la
Cancillería con la clara intención de salir del centro de la tormenta provocada por la
actitud del gobierno de Menem ante una eventual intervención extranjera en Colombia. En
el Palacio San Martín hacían esfuerzos por explicar que, en realidad, el presidente
Carlos Menem rechazó al igual que su par brasileño Fernando Henrique Cardoso cualquier
intento de intervención de Estados Unidos para resolver el conflicto interno de Colombia.
Un esfuerzo que se estrellaba contra las propias palabras de Menem, quien ofreció
colaboración en caso de que se lo pidan.
Apenas regresó de sus vacaciones, el embajador de Brasil, Sebastiao do Rego Barros, se
dirigió a la Cancillería para entrevistarse con Guido Di Tella y su segundo, Andrés
Cisneros. No fue una sesión de trabajo, estuvieron charlando para aclararse
mutuamente las cosas que dicen los diarios, señaló un asesor de Di Tella sin dar
precisiones. En realidad, los diarios reflejaron básicamente un hecho producido por el
gobierno argentino: el entusiasmo del Presidente por aplastar la subversión
como lo hizo en Tucumán el gobierno peronista en 1975.
La embajada de Estados Unidos negó esas versiones mediante un comunicado de prensa.
Dijo que no está procurando organizar ninguna intervención regional y tampoco tiene la
intención de intervenir unilateralmente, explicaban en el Palacio San Martín.
La semana pasada, nosotros enviamos a la embajada nuestra en Bogotá las
declaraciones del vicecanciller Cisneros y del canciller Guido Di Tella que reflejaban
claramente que no estamos de acuerdo con una intervención y en las que se remarca la
importancia de nuestra relación con Brasil, argumentaron.
El problema fue que el sábado habló Menem. No creo que sea conveniente que Estados
Unidos asuma esa responsabilidad (una intervención) de forma unilateral, cosa que
nosotros no compartimos, dijo por Radio Nacional y anticipó que prestará ayuda
si se nos pide colaboración para frenar esta avanzada de la subversión en
Colombia. La declaración fue lo suficientemente clara como para alimentar las suspicacias
de Brasil, el país que comparte 1600 kilómetros de fronteras con el polvorín colombiano
y rechaza de plano toda hipótesis de apoyo o participación en una incursión armada.
Los hombres de Di Tella aseguraron que los países latinoamericanos no habían analizado
el tema, ni en forma bilateral ni regional, hasta que la prensa empezó a hablar de los
sondeos de Estados Unidos. Por el momento no hay movimientos, repiten y
anuncian que esta semana los hombres de Cancillería volverán a reunirse con el embajador
Barros. Potencialmente, la situación de Colombia afecta a toda la región, por eso
es necesario evaluarla, dice un asesor de Di Tella.
La afectación regional tiene como principal actor a Brasil, que también es el principal
socio argentino en el Mercosur, relación que tampoco pasa por su mejor momento (ver
página 4). Las huestes de Di Tella están preocupadas por mantener las relaciones
equilibradas con Brasil. No es sólo una cuestión política, sino también económica. El
peso del territorio de Cardoso en el comercio exterior argentino es un punto más que
sensible al que Menem parece obligado a adecuarse más allá del entusiasmo en su
alineamiento automático con los deseos de Washington.
Si bien Brasil ya manifestó su queja formal por el pedido argentino de ingresar como
miembro pleno de la OTAN, en la Cancillería aseguraron que ese tema no formó parte del
diálogo de ayer. El dilema para Argentina podría resumirse en que el caso Colombia puede
poner a prueba las relaciones carnales con Estados Unidos por el peso decisivo de la
Brasildependencia.
Dos miradas sobre la intervención |
Ayuda mutua
Por James Neilson
Cuando se temía que una pandilla de golpistas estuviera por apoderarse de
Paraguay, los gobiernos del Brasil y de la Argentina hicieron caso omiso de la doctrina de
la no intervención para que el vecino no se apartara demasiado del camino democrático.
Si bien la situación en Colombia está aún más embrollada que en Paraguay, con una
variedad desconcertante de bandas armadas luchando por trozos de poder, en el fondo el
problema que plantea a los demás gobiernos es el mismo: ¿tienen el derecho más,
el deber a prestar ayuda a sus correligionarios cuando éstos corren peligro de ser
pisoteados por sus enemigos? Para los extremistas, trátese de dictadores militares,
guerrilleros de iconografía revolucionaria o narcos, no hay problema alguno: siempre
están dispuestos a colaborar con sus congéneres. Para los demócratas, en cambio, la
mera idea de meterse en un conflicto ajeno es tan antipática que la mayoría prefiere
limitarse a hablar de los méritos de la paz.
Por razones comprensibles, los pueblos más reacios a enviar tropas a campos de batalla
lejanos son aquellos que han sufrido dictaduras en carne propia y por lo tanto son
alérgicos a todo cuanto sabe a militarismo: el alemán, el italiano, el español y, claro
está, los latinoamericanos. Hasta ahora, su pacifismo no ha tenido consecuencias
irreversibles porque por motivos históricos los norteamericanos, británicos y franceses
no han compartido las mismas inhibiciones. De debilitarse mucho más el tambaleante orden
democrático colombiano, empero, los costos de la pasividad principista podrían ser muy
elevados. Ya no es inconcebible en absoluto que Colombia se rompa en tres o cuatro feudos
regidos por pistoleros revolucionarios, paramilitares o
narcotraficantes porque las autoridades democráticamente legitimadas carezcan del poder
físico y anímico necesario para mantenerla unida.
Los norteamericanos no querrán participar en una guerra low-tech en que, además de
perder muchachos, desencadenarían las furias antiyanquis. Para los europeos, Colombia
parece tan exótica como China. Quedan los latinoamericanos, pocos de los cuales desean
que Colombia se despedace, pero sucede que, Carlos Menem aparte, sus
dirigentes no tendrían interés en enviar ayuda militar a los demócratas
colombianos incluso en el caso hipotético de que el presidente Andrés Pastrana se viera
constreñido a pedirla. Tal actitud puede entenderse: sería cuestión de mandar allá
unidades de ejércitos que hace poco libraban guerras sucias contra sus propias
compatriotas. Pero ¿es la correcta? Hay que esperar que nunca tengamos motivos
convincentes para dudarlo.
Ante la amenaza
Por organismos de derechos humanos *
Los organismos de derechos humanos nos pronunciamos enérgicamente, y con
preocupación, por las reiteradas declaraciones de representantes del gobierno de
EE.UU. de intervenir militarmente por una cuestión de seguridad nacional a
Colombia. So pretexto de combatir el
narcotráfico y por elevación a la guerrilla, produciendo
un conflicto de envergadura inadmisible para nosotros,
por las siguientes razones:
1. Se viola el principio fundamental de autodeterminación de los
pueblos.
2. Se puede producir una situación similar a la
de Kosovo.
3. Un conflicto de tal naturaleza afectará a toda
Latinoamérica y el Caribe. Agudizará las relaciones
existentes y, además, llevará a una situación crítica que empeorará aún más las
condiciones de vida de nuestros
pueblos.
4. Será una excusa agregada para reprimir toda protesta
social en el continente.
5. Se violarán masivamente los derechos humanos.
Ante la magnitud del riesgo, hacemos un llamado:
A. Al gobierno de EE.UU. de no intervenir militarmente a Colombia.
B. Al gobierno de Colombia de rechazar enérgicamente toda posible
intervención de EE.UU.
C. Al gobierno argentino que se pronuncie en contra y haga las gestiones
necesarias para impedir dicha intervención. Plantear ante los organismos internacionales
la denuncia sobre ese riesgo.
D. Convocar a una solidaridad activa para impedir este despropósito.
La paz se logra solidariamente
* Abuelas de Plaza de Mayo
Asamblea Permanente por los Derechos Humanos
Centros de Estudios Legales y Sociales
Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas
Liga Argentina por los Derechos Humanos
Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora
Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos
Servicio de Paz y Justicia |
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