El País
de Madrid
Por Javier Moreno
Desde Caracas
Venezuela se
ha entregado a Hugo Chávez. Sin condiciones, sin contrapesos y sin posibilidad de marcha
atrás. El triunfo proporcionado por los venezolanos al presidente, militar sedicioso que
en 1992 se levantó a tiros contra un gobierno civil, en las elecciones para la Asamblea
Constituyente del domingo pasado le permitirá dictar a su gusto, sin cortapisas, el
futuro político del país mediante una nueva Constitución y cerrar, si lo considera
conveniente, el Congreso y el Tribunal Supremo. Así lo dejó claro Chávez tras conocer
la magnitud de su victoria, en un discurso en el palacio presidencial de Miraflores ante
miles de seguidores, que le suplicaban a gritos que acabase con las instituciones que
durante 40 años gobernaron el país.
Desde un balcón del mismo palacio por cuyas escaleras se encaramaron hace siete años
tanques a las órdenes del hoy presidente, Chávez se dirigió a la multitud, plenamente
consciente de que tiene en sus manos el destino político de Venezuela. La
aplastante victoria le otorga a la Asamblea legitimidad para tomar las decisiones que
tenga que tomar, dijo, y el gentío entendió correctamente que no se refería sólo
a redactar la nueva Constitución: ¡Cerremos el Congreso, cerremos el
Congreso!, vociferaban desde la calle. El presidente recogió el guante. Yo no
sé si la Asamblea Constituyente va a disolver el Congreso, contestó (sí,
sí, insistió la multitud), pero tenemos que ir preparándonos para cualquier
decisión. Si decide que el Congreso debe acabar sus funciones, el Congreso debe acabar
sus funciones, dejando claro que está dispuesto a llegar hasta el final en su
enfrentamiento con las instituciones que todavía no controla.
La oposición considera que la Asamblea elegida el domingo sólo tiene poder para redactar
una nueva Constitución, y que disolver el Congreso y la Corte Suprema antes de que ésta
sea aprobada en referendo popular equivale legalmente a un golpe de Estado. Una opinión
que naufragaba ayer tras la contundente derrota de los partidos tradicionales, el
socialdemócrata Acción Democrática (AD) y el democristiano Copei, que dejó cortas sus
peores expectativas, y en medio del ambiente de convención revolucionaria que se vivía
en el palacio presidencial de Miraflores y entre los seguidores de Chávez, tras lograr en
las urnas unos poderes de los que no ha gozado ningún dirigente en América latina en las
últimas décadas.
Las cifras son irrefutables. De los 128 escaños que se disputaron el domingo, los
seguidores de Chávez, agrupados en la coalición denominada Polo Patriótico, coparon
120, dejando a la oposición tan sólo con seis puestos en la futura Asamblea, que
contará también con la presencia de dos legisladores independientes, y otros tres
elegidos hace una semana directamente por las comunidades indígenas. Esto es, el 93,75
por ciento de los 131 legisladores encargados de conformar el futuro de Venezuela son
seguidores del ex golpista, la mayoría rostros anónimos y con escaso peso político, a
excepción de una docena de dirigentes enviados por Chávez para controlar estrechamente
el desarrollo del proceso. Entre ellos, su esposa, Marisabel de Chávez, que logró la
segunda mayor votación el domingo, 1,8 millón de sufragios. En 20 de las 24 regiones en
las que se divide el país, el Polo Patriótico de Chávez consiguió todos los puestos en
disputa.
Inmediatamente después de conocerse la victoria chavista, miles de personas se dirigieron
al Palacio de Miraflores, y en las barriadas más miserables de un país donde el 80 por
ciento de la población es pobre de conmiseración estallaron cohetes y sonó música. Es
que una mayoría de venezolanos considera que, siendo el país rico por el petróleo,
suindigencia sólo es atribuible a la rapiña, el caciqueo y el asalto al presupuesto
nacional por parte de los políticos barridos el domingo de la vida política. Una
encuesta universitaria revela que el 80 por ciento de la población nacional se muestra
convencida de que su país es el más rico del mundo. Y en este ambiente el discurso
populista de Chávez prendió con singular facilidad entre los desheredados, que todavía
acarician el sueño de volver a los años dorados del boom petrolero en los 70 y
80, cuando la abundancia de recursos en forma de subvenciones permitió a los
venezolanos creer en el futuro.
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