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Incendios de camiones, destrucción de materiales, saqueos, intervención de las fuerzas del orden en traje de combate fueron las últimas imágenes que dejó el festival de rock de Woodstock en su versión de fin de siglo. La madrugada del domingo confirmó que lo único que este festival y los tres días de Peace and Love de 1969 tenían en común era el nombre. Siete personas fueron detenidas y cinco espectadores resultaron heridos, entre ellos uno de gravedad, al ser aplastado por una casa rodante volcada, según afirmó ayer James McMahon, responsable local de la policía del estado de Nueva York. Los organizadores y las autoridades habían restado importancia el viernes a los incidentes y al consumo de drogas, ambos omnipresentes durante el festival. Supongo que (los espectadores) necesitaban desahogarse, y fue un poco un descontrol, había comentado por la noche John Scher, uno de los productores del festival. Pero la situación terminó de desmadrarse hacia el final de una cita a la que concurrieron 300 mil personas. La lista de los destrozos es larga, pero como para empezar cabe relatar que entre 500 y 700 espectadores de unos 20 años de edad incendiaron cuatro camiones, según McMahon, el desconcertado jefe de la policía local. El uniformado, sin embargo, admitió que varios otros miles de personas participaron o alentaron los disturbios. Ayer, unos 150.000 espectadores todavía se encontraban en la base aérea abandonada de Griffiss, cerca de Roma (nordeste de Estados Unidos), y la desconcentración se llevaba a cabo con mucha mayor lentitud que la prevista. Gran parte de los 225.000 participantes al festival (en lugar de los 400.000 previstos) habían viajado únicamente para escuchar a sus grupos favoritos de heavy metal, y se aburrían durante los conciertos de la canadiense Alanis Morissette o del veterano del country, Willie Nelson. Según informó la policía, otra docena de camiones fueron saqueados. Allí había agua, comida y/o camisetas, que durante los tres días del festival habían sido vendidas a precios muy altos. Luego la gente prendió grandes fogatas, en las cuales los jóvenes arrojaron los montones de basura acumulada en la vieja pista de aterrizaje. Entre los múltiples destrozos, los organizadores contemplaban también las carpas y los puestos de venta de souvenirs o de alimentación y al menos dos torres de sonido. Intervinieron en la represión alrededor de 700 guardias antimotines, que recurrieron a granadas de gas lacrimógeno para controlar los incidentes. A todo esto, el personal de seguridad contratado para el concierto no intervino porque, según Scher, no estaba entrenado para afrontar tales tumultos. Los incidentes estallaron hacia el fin de la presentación de Red Hot Chili Peppers, el último de los casi 60 grupos o músicos que participaron del festival. Es una verdadera vergüenza que esto haya ocurrido, comentó Scher, para quien los incidentes empañaron de manera permanente lo que ocurrió aquí. Y como para subrayar mejor el desfase entre los dos festivales, con 30 años de diferencia, los jóvenes utilizaron las velas distribuidas para un homenaje a Jimmy Hendrix, una de las estrellas de Woodstock 69, para desatar los incendios. El sábado por la noche, durante un concierto de Limp Bizkit, un grupo de rock alternativo de Florida (sureste), los primeros disturbios habían causado un número indeterminado de traumatismos craneanos y de costillas rotas. Limp Bizkit ignoraba lo que significaba actuar delante de 200.000 personas y que el público había averiado el sistema sonoro que habría permitido a Fred Durst, el cantante del grupo, tratar de calmar a la multitud. Tanto la policía como los organizadores habían desatado risas incontroladas durante sus ruedas de prensa diarias el domingo cuando aseguraron que habían detenido a al menos diez personas por tenencia de drogas, cuando la mayoría de los espectadores estaban notoriamente bajo influencia. Además, dijeron ser incapaces de calcular el número de heridos de la noche anterior.
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