La última edición del milenio se propone abierta a todas las formas del arte. Hay muchas videoinstalaciones y muy poca pintura. El arte latinoamericano también escasea.
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Por Irma Arestizábal * Desde Venecia La Bienal de Venecia nació en el siglo XIX como un evento competitivo para celebrar el poder artístico e ideológico de las naciones dominantes. En este año ha nombrado curador a Harald Szeemann (Berna, Suiza, 1933), quien fuera director de la Documenta V de 1972 y de las Bienales de Kwangju (Corea) y Lyon (Francia) en 1997, creador, con Achille Bonito Oliva, del Aperto en la Bienal de Venecia de 1980, y curador de numerosas de importantísimas exposiciones. Para esta Bienal del fin de milenio Szeemann ha elegido, dando un soplo de vitalidad a la estructura centenaria, estar Abierto a todas partes (dAPERTutto). Así su ojo ha recorrido muchas latitudes y visitado a innumerables artistas, invitando, por ejemplo, quince artistas provenientes de China, entre cientos de participantes de otros países. Hay una apertura hacia Oriente que Szeemann afirma es necesaria, dado que el arte occidental está cansado, saturado. Un aire de frescura -.hija de la tradición de siglos se respira en Fen Maliuming caminando sobre la Gran Muralla, un video en el que el esbelto cuerpo masculino con un rostro de rasgos femeninos acentuados por el maquillaje, camina por sobre la muralla; en las impresionantes fotos de Zhang Huan en el agua o cubierto de moscas en una performance; en la poética serie de fotos que muestra, alrededor de una mesa en forma de cruz, el Ultimo eclipse de este milenio de Ai Weiwei o en las pinturas (entre las pocas de esta Bienal) que se expresan al límite de la visibilidad en las telas de Qiu Shihua. Es una pena que este abrirse a todas partes no haya penetrado suficientemente en el conocimiento de la producción artística de América latina. En el Aperto nuestro continente sólo está representado por una importante instalación del cubano Katcho (Alexis Leyva Machado). Una realidad a pensar: ¿seremos poco agresivos en nuestra acción cultural? Afirma Szeemann: La intensidad (y la línea conductora, podría agregarse) de los proyectos es la base de mi criterio y esto es algo emocional, intuitivo y espiritual. Así los sentimos en Venecia, ante un proyecto total que parte de los tradicionales Giardini, aún divididos en la decimonónica partición por países. Entre estos, sin ninguna duda, se destacan Bélgica, con una poética creación de Ann Veronica Janssens: un espacio de niebla a través de la cual se adivinan cactus, sombras, ciudades. Estados Unidos, con la estupenda realización de Ann Hamilton: en el neoclásico pabellón de paredes blancas y techos abiertos hacia el verde, un polvo rojo cae de tanto en tanto de las cornisas blancas de todas las salas. A veces queda detenido en los signos en Braille que, en las paredes, como en la voz distorsionada de la artista, nos hablan acerca de los pensamientos de Jefferson. Por decisión de Szeemann el Padiglione Italia ha sido abierto a todas las nacionalidades en nombre de un montaje libre de esquemas y egoísmos localistas (suscitando numerosas polémicas en el mundo cultural de la península) y se ha convertido en el núcleo de su discurso. Una vez vistos los pabellones, a partir de él comienza el recorrido por dAPERTutto. Dominado por las creaciones de los Leones de Oro Louise Bourgeois y Bruce Nauman, y por presencias sugestivas como el video Il decollo de la italiana premiada Grazia Toderi o la video-instalación de la suiza Pipilotti Rist, el Padiglione Italia es como un faro que guía al visitante. A partir de allí el camino permite ver un desarrollo por los espacios generosos y solemnes del Arsenale. Es en estos espacios donde un estupendo diálogo entre la gloriosa creación de Jacopo Sansovino y el arte contemporáneo reafirma la vigencia del valor del ayer en el hoy que se proyecta hacia el futuro. En el ingreso de la Corderie nos encontramos con Kastenhaus de Wolfgang Winter y Berthold Horbelt, construcción con cajas de plástico para botellas, posiblemente el ánfora del siglo XX y del XXI que también se encuentra, en otro color en I Giardini. A los espacios de la Corderie se han sumado este año los de las Gaggiandre, Artiglierie, Isolotto, Magazzini delle povere y Tesse, unos 4000 metros cuadrados más. Es en este último, que se abre majestuoso hacia misteriosas piletas y al mar, es donde se encuentra la representación argentina con la obra de Jacques Bedel, Luis Benedit, Oscar Bony y Dino Bruzzone, curada por Laura Buccellato y Jorge Glusberg. En una paradoja propia de estos tiempos, el envío argentino se encuentra cerca de dos extremos: de un lado el penoso espacio del Instituto Italo Latinoamericano y del otro la obra más emocionante de la Bienal, la premiada creación de Shirin Neshat (Qazvin, 1957) que nos habla de la mujer, de la vida, de lo visceral, de la fuerza, de la necesidad de pensar el presente a partir del pasado. Con la máquina fotográfica y la cámara de video, Neshat descubre las más íntimas realidades de la feminidad oriental y su destino en el Irán del fundamentalismo y del encuentro de culturas. Un hombre que canta ante una platea llena de hombres; una mujer que se expresa con toda su alma ante un teatro vacío, contemplada, desde la pared de enfrente, por los hombres mudos: en Irán está prohibido que las mujeres canten en público. Sin duda es en estos mágicos espacios del Arsenale donde triunfa el arte fresco, la ocupación virtual del espacio, la experimentación, el triunfo de las nuevas tecnologías e instalaciones, los jóvenes artistas y los artistas que permanecen jóvenes. Las videoinstalaciones, el lenguaje que sobresale entre todas las otras formas de expresión en esta Bienal, mostrando cómo a la generación actual le agrada expresarse con el movimiento que no debe ser observado pasivamente, están muy bien representadas: el catalán Antoni Abad, con su equilibrista que camina por encima de nuestras cabezas y los ratones que se comen el Love de una torta de mazapán. La yugoslava Vesna Vesic presenta en Wash me and will be whiter than snow (Lávame y seré más blanca que la nieve) partes de un rostro que, al leer los Salmos, llora, un autorretrato con lágrimas. El americano Doug Aitken muestra Electric Earth, su video premiado, el mundo sobrecargado de información, propaganda y felicidad conseguida con la nueva pasta de dientes, la bebida fresca o el viaje de la agencia de turismo. La inmaterialidad de las figuras que caminan a la par del espectador en la video-instalación de Dominique González Foerster o la sorprendente caída de la botella de soda que explota a nuestros pies y vuelve a derramarse una y otra vez en el video de Roderick Buchanan. Además de este mundo virtual, llama la atención la total invasión espacial de la parafernalia de Paul McCarthy, aparatosidad que se contrapone a las delicadas construcciones de Sarah Sze. En una entrevista la artista cita a Robert Smithson explicando la filosofía de su obra con esta frase: Es la dimensión la que determina el objeto, pero es la escala la que determina arte. En términos de escala, no de dimensiones, se puede convertir una habitación en algo tan inmenso como el sistema solar. Y en la pequeña sala que le fue asignada, Sze consigue este milagro con las curvas y contracurvas de plantas, alambres y luces que, a través de la ventana, se extienden hasta el canal. La poética ocupación del espacio del Magazzino Isolotto con vasos de vidrio de Serge Spitzer, rumano residente en Estados Unidos, es otro de los puntos altos del Arsenale. En todo el recorrido Szeemann da una clase de real curaduría, una muestra única, una obra en sí misma, donde el hilo rojo soy yo. El hilo rojo es la noción de paseo que ofrece esta edición, que va de obra en obra, de sorpresa en sorpresa. Un camino perpetuo donde la obra noaparece como composición formal sino como resultado de un proceso donde cada uno puede reaccionar como quiera. * Doctora en Artes. Curadora de la colección de la Cancillería.
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