Por Martín Pérez Amigos, periodistas y
fans. Así definió Fito Paez al público que abarrotó el reciclado Teatro Maipo el
show con que comenzó a presentar en público su nuevo disco, Abre, que ayer
llegó a las bateas. Secundado por una numerosa banda, Páez tocó sólo los doce temas de
su primer disco de estudio desde Circo Beat, de 1995. Como en la presentación oficial de
aquel álbum, Fito interpretó su nuevo repertorio por primera vez, en vivo y como
corresponde, en el mismo orden con el que está ubicado en el álbum. Esto es como
una conferencia de prensa, pero sin preguntas, ironizó desde el escenario.
¿De qué signo sos, Fito..?, bromeó alguien desde el público. Como quiera
que fuese, el show del Maipo sirvió para terminar de oficializar el regreso del que fue
el artista pop argentino más exitoso de la primera mitad de la década que termina. Ante
los aplausos de fans, amigos y periodistas, Páez abrió un nuevo capítulo de su carrera,
que continuará con una gira nacional (que desemboca en el Teatro Gran Rex en noviembre) y
que se anuncia continental para después de fin de año.
¿Creían que se habían librado de mí?, preguntó Páez con un tono
olmediano a medio camino entre la ironía y el cariño, apenas terminado Abre,
el primer tema del show. Otra vez desde un escenario y rodeado por una numerosa banda, al
estilo de las que ha formado desde el éxito de El amor después del amor, Páez lució en
su salsa. Pero una salsa mucho menos adornada, con él y sus músicos vestidos
austeramente de negro, haciendo honor a sus recientes autocríticas por su vestuario en
los años del éxito, por un lado tan cercano y a la vez tan lejano. Sin embargo, de donde
no se baja Páez es de su caballo culterano, tal como lo demostró al contar la historia
que encierra el tema Dos en la ciudad. Dijo que se trataba de la historia de
una pareja, e inmediatamente aclaró que no eran Vulnerables, lo que generó
una risa en la platea. Me la imagino dirigida por Cassavettes, se jugó,
aunque la historia que propone también podría formar parte de Campeones.
Acompañado por la presencia de su mujer Cecilia Roth, bien visible desde un palco ubicado
a la izquierda de la platea del teatro, Páez presentó también en sociedad a su nuevo
grupo. ¡Es increíble! Soy el más viejo de la banda, se sorprendió Páez
entre tema y tema, lo que motivó una aclaración por parte del tecladista Claudio
Cardone, conocido por su trabajo junto a Luis Alberto Spinetta. Además de Cardone, (que
es más viejo que Paez, quedó claro), tocan los juveniles Gonzalo Aloras en guitarra y
teclados, Emmanuel Cauvet en batería y el uruguayo Nicolás Ibarburu ex integrante
del grupo de Jaime Roos en guitarra. En el vivo, éste se destacó tanto con la
acústica como con la Rickenbaker, tocando las partes que en el disco hicieron Gabriel
Carámbula y Ulises Butrón. La banda se completa con el incondicional bajo de Guillermo
Vadalá (recordar: Vadalá fue el único músico presente en aquella falsa despedida
Chapa y pintura en el Teatro Alvear hace casi una década) y el trío de
metales y vientos, importados de Cuba: Carlos Huerta en trompeta, Juan Reinaldo Larrinaga
en saxo y flautas Adrián Elizarde Soto en trombón.
Calificado por el propio artista como un disco de texto, Abre (o Pequeña teoría sobre el
fin de la razón) sufrió en vivo un poco sus sobreabundancias. En particular durante
La casa desaparecida, que logró acallar el entusiasta ardor de los fans
presentes en el Maipo. Páez lo había previsto: al anunciar el tema musitó que
Dios nos ayude. Después de sus once minutos de duración se disculpó diciendo:
Ya me gustaría a mí escribir comedias de enredos. Es que, si Enemigos
Intimos, su trabajo de la polémica con Joaquín Sabina pareció una unión empresarial
entre dos exitosas firmas, Abre es la tarjeta de presentación de una industria pop
atendida por su propio dueño. Por lo tanto, y a la manera de Tercer Mundo, ese disco de
supuesta despedida que terminó siendo nuevo comienzo, Abreabreva de todos los talentos y
los excesos marca Páez. Claro que lo hace con la declarada ambición de volver al walkman
de su público, y no con la vocación nada-que-perder de aquel álbum. Eso es lo que no se
puede dejar de tener en cuenta al ir escuchándolo en vivo, o por radio una y
otra vez.
LOS SIETE DELFINES EN LA BOCA
El dark más glamoroso
Por Pablo Plotkin
Los
cuatro músicos de Los 7 Delfines se alinearon, enfrentaron al público y se inclinaron
ante los aplausos. Uno estaba de blanco, otro de rojo, otro de azul y el cuarto de negro.
El de negro, por supuesto, era Richard Coleman, cantante, guitarrista y principal
compositor de la banda. Con el pelo revuelto, la cara pálida y los ojos hundidos en
sombras, por momentos parecía que nada hubiera cambiado desde los 80, década durante la
que comandó el grupo dark de culto por excelencia del rock argentino: Fricción. La
sensación se hizo más intensa mientras Coleman cantaba versos como creo que la
última vez que sonreí fue cuando me lavé los dientes, y ofrendaba una sonrisa,
que en verdad era una mueca, al micrófono. Por lo demás, la potencia eléctrica
redoblada de los Delfines tiene hoy en su lírica y en su actitud en vivo algo de
positivista. Quedó claro el lunes a la noche, después de que interpretaran A
Marte, el último tema, y se despidieran de las 650 personas que llenaban el Teatro
de la Ribera con la felicidad de seguir en el camino. La fecha parte del ciclo de
recitales gratuitos dentro del ciclo Buenos Aires Supernova, que ya agotó las entradas
hasta el sábado abrió con un show bastante largo de Veta Madre, un cuarteto de
rock solemne. El sonido del lugar se volvió más potente, tal vez en exceso. Los que
querían ver sólo a L7D esperaban afuera.
Ella fue la canción con que Los Delfines abrieron el fuego. El repertorio se
basó en el material del disco en vivo que la banda acaba de editar Regio, grabado
hace un año, más un puñado de estrenos que integrarían su próximo álbum.
Suelo, 2do. Round, Vanidad, Venado y frío
y una versión en castellano de Street life, de Roxy Music, la banda de Bryan
Ferry de principios de los 70, una de las mejores de la era del glam rock. Mientras sonaba
el cover, caía una catarata de papel picado plateado sobre el pelo y la estola de plumas
negras que Coleman llevaba al cuello. Un poco dark, un poco glam: la misma imagen que
ahora cultivan, por ejemplo, los ingleses de Placebo. Coleman y Diego García alternaron
funciones de guitarrista líder y rítmico. El cantante y el baterista Braulio Aguirre son
los únicos miembros fundadores que quedan. El primer guitarrista era Horacio Villafañe
(alias Gamexane), que después del disco debut dejó el grupo para unirse a Todos Tus
Muertos. El nuevo bajista, Germán Lentino, entró por Ricky Sáenz Paz, hoy en Bel Mondo.
Que poco y nada haya cambiado en la banda a pesar de las deserciones, sólo corrobora la
condición de cerebro que representa Coleman para Los Delfines.
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