OPINION
La otra revolución mexicana
Por Carlos Polimeni * |
Café
Tacuba comenzó su carrera en 1989, cuando el rock mexicano se había insuflado de orgullo
legítimo, al convertirse en una especie de vallado cultural a la invasión de bandas y
solistas extranjeros, pero para un oído crítico estaba aún en búsqueda de una
identidad definitiva. Los Café Tacuba aparecieron para dársela, con una propuesta
superadora y a la vez muy novedosa: considerar a toda la música mexicana, incluso la que
el rock ignoraba, en general, como una fuente de inspiración, e interpretarla con
coordenadas y claves estéticas novedosas. Y pensar la cercanía de Estados Unidos
México es el único país latinoamericano ubicado en América del Norte como
una ventaja, sin sucumbir, como centenares de miles de sus compatriotas, a la tentación
de adorarlos. Los Tacuba fueron revolucionarios desde la formación: se lanzaron al ruedo
con una sin batería, con contrabajo acústico, con un cantante solista y dos músicos
polifuncionales en su derredor. Un cuarteto minimal, para nada vinculado con la
parafernalia rockera de rigor, aunque usara baterías electrónicas programadas.
La mezcla de pasado y futuro, el desconocimiento de status quo previos y la
revalorización de la cultura mexicana, entendiéndola como una suma de expresiones muy
diversas, caracterizan la propuesta de la banda, que casi de inmediato llamó la
atención, en su país, en EE.UU, en Europa y en buena parte de América latina. Luego de
un disco debut, en 1992, en que mostró la primera parte del juego, fue con el segundo,
Ré, editado en 1994, que Café Tacuba obtuvo la consagración internacional y llegó casi
al medio millón de unidades compradas. Boleros, cumbanchas, quebrados y otros ritmos
populares, tocados por un grupo de músicos al tanto de toda la historia moderna del rock
sintetizaron, sin necesidad de demasiadas explicaciones, la apuesta del cuarteto, cuya
figura más visible, el cantante, se hacía llamar a Anónimo. El cosmos de Café Tacuba
es el de una nueva generación mexicana, orgullosa de su cultura, de su música, de sus
iconos y tradiciones, convencida de que su aporte al panorama del arte no puede ser la
reproducción de patrones fijados por la industria mundial. La generación del
subcomandante Marcos, por otra parte. Café Tacuba impresionó al mundo como la primera
banda mexicana sin complejos de inferioridad ante los monstruos del panorama internacional
del rock. Es más, hizo que muchos de éstos los mirasen con asombro y generó un foco de
creciente atención y simpatía en Estados Unidos por el rock latinoamericano. El tercer
disco, Avalancha de éxitos acentúo ese carácter: se trató de un homenaje a una serie
de éxitos populares de la música latinoamericana de los últimos 30 años, en general
despreciados por el target bienpensante. El siguiente paso es este ambicioso doble.
En el espíritu de Café Tacuba, como en el del jazz, a veces es más importante la
interpretación que el tema en sí: lo ilumina, lo renueva, lo descubre. En la historia
del rock, en cualquier lugar del mundo, eso ha sido poco frecuente. El rock es más sus
canciones y sus actitudes que sus interpretaciones, casi por definición. Pero también
por facilismos, por falta de tiempo, por inmadurez. Si Soda Stereo abrió los mercados del
rock transmitiendo a América latina la estética de un grupo británico, Café Tacuba
abrió la mente del mismo público, transmitiéndole orgullo de ser latino.
* El texto es parte de un capítulo del libro Bailando sobre los escombros. Una historia
crítica del rock en castellano, que publicará la editorial Biblos. |
|