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OPINION
De mendigos y príncipes
Por Julio Nudler

Si alguien aficionado al té, y dispuesto a dejar el Taragüí por el Twinings, va al Disco de Mataderos, saldrá decepcionado. En sus góndolas no hay infusiones importadas. ¿Y la apertura? Sin embargo, si un día anda por Retiro y entra en el Disco de Esmeralda al 1300, podrá comprar el Twinings que prefiera, del blend que más le guste, en hebras o en saquitos. Es que Mataderos y Retiro no son barrios diferentes, sino países o mundos muy distantes entre sí, y ningún supermercadista lo ignora.
Cuando la distribución del ingreso es tan desigual como en la Argentina, el país queda fracturado en mercados diversos, y esos mercados ni siquiera cubren todo el territorio ni toda la sociedad. Sólo los que pueden comprar de vez en cuando cien de queso participan del mercado, y sólo los que son capaces de sofisticar su canasta merecen el nombre de consumidores y convertirse en target.
De este modo, dentro de la república discurren fronteras bien visibles (no invisibles como las políticas), delineadas por un cruce de factores geográficos y sociales. En un simple vuelo de cabotaje pueden recorrerse países distintos, como en una globalización de entrecasa. El viejo chiste de llamar Belindia a Brasil, porque parecía la yuxtaposición de Bélgica y de la India, puede aplicarse hoy del mismo modo a la Argentina fragmentada. El peaje, que es una forma de penalizar la distancia, expresa esa idea de países ajenos conviviendo dentro de un linde político común.
A partir de este cuadro, todo negociante se prepara para explotar las posibilidades de una sociedad alevosamente estratificada. La gente del marketing empieza apuntándole al ABC1, y luego va descolgándose por la cuerda social hasta llegar al piso de su objetivo. Para ensanchar ese segmento de mercado se valen de la prédica neoliberal, que presiona para transformar los bienes sociales en bienes mercantiles. Así, la educación, la salud o la jubilación son quitadas de manos estatales o sindicales, para transferirlas a empresas y holdings financieros. El propósito es ensanchar las fuentes de negocio mediante la privatización de lo social, aunque en ese mismo proceso la exclusión desaloje los flancos desprotegidos de la demanda.
Las franjas sociales que se encaraman por encima de la gran raya divisoria embolsan ingresos comparables a la renta media de los países exitosos. La sobrevaluación del peso los ayuda a sentirse consumidores del mundo, con acceso a los mismos placeres que un renano o un californiano. Pero esto no es Renania ni California, sino un país sudamericano que abrió bruscamente su débil economía y destruyó su mala o buena tradición industrial,
alejándose irreversiblemente del pleno empleo. ¿El riesgo-país también lo correrán los ricos?

 

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