Por Cristian Alarcón Josefina América Scarfó ha
conservado la puntualidad con que supo cumplir en la década del 30 a las citas
clandestinas. Ayer poco después de las cuatro ella ya esperaba en el despacho del
ministro del Interior, Carlos Corach, que ese hombre tan ajeno a su historia y la de su
amado, Severino Di Giovanni, le devolviera después de 68 años las cartas de amor que el
anarquista le escribió, entre otras cosas, para demostrarle que el amor grande e
infinito está basado en el anarquismo mismo. Los papeles escritos por Di Giovanni
habían sido secuestrados por la Policía Federal después de que en la madrugada del 1º
de febrero de 1931 el líder anarquista fuera fusilado, bajo la dictadura inaugural de
José Félix Uriburu. Josefina esperó ayer que el ministro se ocupara de la coyuntura e
intentara en una conferencia de prensa de emergencia poner paños fríos a la crisis
correntina. Por fin, cuando eran casi las seis en el Salón de los Escudos de la Casa
Rosada, agradeció las cartas y dijo: Que quede claro, que yo he venido acá a
buscar algo mío.
Josefina era casi una niña cuando se enamoró del hombre más peligroso de Buenos
Aires, según sindicaban las crónicas, los políticos y los uniformados de la
época. Di Giovanni, de 28 años, escapaba de la persecución policial y los continuos
ataques a la casa donde vivía con su primera mujer y sus tres hijos, cuando se topó con
ella, que todavía no cumplía los 15. El había conseguido refugio en lo de los Scarfó a
través de Alejandro y Paulino, los hermanos de Fina y activos militantes anarquistas.
Así como se conocieron, con ese nivel de clandestinidad que todo lo rodeaba, creció la
relación. Los comienzos fueron platónicos. El ardor de Severino se volcó, cortés, en
las cartas escritas entre 1926 y 1930, cuando recién la pareja logró convivir diez meses
en una quinta de Burzaco. De ese lugar la policía las secuestró junto a pilas de
panfletos insurreccionales. El escritor Osvaldo Bayer las descubrió en el museo de la
Policía Federal, y las transcribió en su biografía de Severino Di Giovanni. Fue él
quien gestionó, por ruego de Josefina, la restitución de esas palabras robadas.
Ayer toda la Plaza de Mayo estaba rodeada de vallas, y en el extremo opuesto a la Casa
Rosada, una modesta multitud de correntinos exigía dinero al Ministerio del Interior y
que cese la represión de Gendarmería. Terminaron de negociar 55 millones de dólares
para la provincia casi a la hora en que Josefina debía recibir sus cartas. Y por eso el
ministro tuvo que anunciar primero el dinero que intentará frenar el conflicto. Una vez
despachado ese tema, el ministro bajó las escalinatas desde el segundo piso a la planta
baja, mientras hacían bromas y reían con el secretario de Seguridad, Miguel Angel Toma.
La amante del anarquista lo esperaba sentada a una mesa oval en el Salón de los Escudos.
Tenía un vestido violeta y un pañuelo de seda. Sobre el saco verde llevaba un prendedor
con forma de begonia. De unos ojos oscuros bellísimos, la mujer le sonrió al ministro y
le comentó, jocosa: Me pasé la vida corriendo del periodismo y tengo que terminar
con todos estos acá. Los flashes seguían sin que ella pudiese comprenderlo:
Como si fueran pocas las que ya me hicieron protestó ella.
Se había llegado a la fase mediática de un proyecto que comenzó con las gestiones de
Bayer, la mediación del director del Archivo General de la Nación, Miguel Unamuno, y la
intervención final de Corach. Ayer, antes de entregar las cartas, el ministro hizo un
breve discurso, que quiso ser emocionante. Hemos decidido que esta ceremonia tenga
trascendencia porque con esto cumplimos con una obligación moral del Estado
argentino, dijo, en una justificación del despliegue. Luego apeló a una muletilla:
habló de cerrar las heridas. Y por fin hizo una especie de reivindicación de
quienes han sido fieles a sus ideales y han muerto por sus ideales a pesar de que
desde nuestro punto de vista hayan sido errados.
Josefina hizo alarde ayer de su sordera, quizás un beneficio de los años. Con la mano en
la oreja explicó que no daría declaraciones a la prensa. Ya se había negado a todas las
entrevistas: no quería seguir enajenando esas cartas sepia que tanto dolor le
provocarían otra vez en sus manos. Ayer esperó que terminaran las declaraciones
oficiales y habló de una vez para todos: Primero quiero aclararles que yo vengo a
buscar algo que es mío, que quede claro. Y luego les pido disculpas, pero visitar esta
casa es muy doloroso. Josefina recordó entonces a su madre, una mujer tan
digna que vino aquí a arrodillarse y pedir clemencia por su hijo. Paulino Scarfó
había sido condenado al fusilamiento junto a Severino. Ambos murieron gritando
¡Evviva lanarchia. Fue desde acá subrayó Josefina
de donde salió el cúmplase de Uriburu. Y después cuántas madres que no saben dónde
están sus hijos. Fue de acá de donde salieron otras órdenes para matar a infinidad de
jóvenes.
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