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PLACER
Por Rodrigo Fresán

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UNO En el centro exacto de Glamorama –la más que interesante novela de Bret Easton Ellis– el protagonista se sube a un barco. El protagonista se llama Victor Ward y es modelo, y el barco es un barco modelo y se llama “Queen Elizabeth II”. La situación del viaje por mar, el recurso de hacer flotar todo aquello que parecía estar suspendido en las vertiginosas alturas milenaristas no es casual ni gratuito. Sobre el agua, el afilado mundo de Victor Ward se dulcifica, su ablanda, se hace, sí, líquido. Así, Victor Ward pronto pierde la noción del día y de la hora y pasa el tiempo viendo una y otra vez Parque Jurásico. La gente –desde el principio de los tiempos– siempre ha subido a los barcos para escaparse.

DOS Lo que nos lleva al concepto de crucero de placer. ¿Qué significa exactamente eso además de dar vueltas por ahí, de isla a isla, bebiendo cocteles de nombres ridículos y de colores lisérgicos? Fácil: el placer de desaparecer y convertirse en otro. La gente –desde el principio de los tiempos– sube a los barcos y sufre violentas alteraciones de su conducta por lo general terrena y firme y, si no, vean lo que le ocurre a la heroína de Titanic.

TRES Pero lo interesante de todo es el efecto suspensión-de-larealidad. Los principales usuarios de los cruceros de placer son, se sabe, gente que pertenece a la clase media acomodada. Subirse a un barco, saludar al capitán, jugar al bridge, comer mucho y gratis (la ilusión del todo gratuito habiendo pagado todo de antemano), releer La novena profecía o el último de Paolo Coelho, ponerse un smoking por primera y última vez en la vida, y practicar extraños deportes y bailes descabellados que nunca practicaron les produce ese curioso efecto-espejismo de sentirse vagamente millonarios sin saber por qué y sin sentir culpa acerca de cómo fue que hicieron fortuna. Leo –con malicia de escritor, con el regocijo perverso que producen esas noticias demasiado increíbles para ser ciertas– un titular que dice: 62 violadas en cruceros de placer. Sigo leyendo: la compañía se llama Carnival Cruise Lines (compañía con base en Miami que, ya que estamos, acaba de comprar el “QEII” en el que sonambula el modelo tóxico Victor Ward) y es dueña de barcos con nombres como “Imagination”, “Fantasy”, “Ecstasy”, “Destiny”, “Sensation”, “Celebration”. Y parece que algunos miembros de las tripulaciones de la Carnival Cruise Lines se toman los nombres en serio y hacen de las suyas. Cocineros, camareros, jefes de casino, peluqueros, músicos. Hombres en su mayoría, pero parece que hay de todo y los sucesos –al tener sitio en aguas internacionales, fuera de la jurisdicción norteamericana– son difusos y producen cierto desorientador mareo. Las víctimas, por lo general, no dicen demasiado (léase: arreglo extrajudicial), los victimarios son rápidamente despachados a su país de origen y el caso se archiva o se tira por la borda. La situación cambió hace poco a partir del testimonio de una damnificada (también parte de la tripulación) quien fuera violada por un compañero de trabajo a bordo del “Imagination” volviendo de Cozumel. Pidió cuatro millones de dólares deindemnización, su agresor ya no estaba sobre cubierta cuando llegaron los oficiales del FBI y la compañía Carnival Cruise considera la suma “desproporcionada” y afirma que los incidentes –calificados como “avances no deseados”– son “hechos aislados: uno en cada cien mil pasajeros”. Sesenta y una mujeres más se anotaron en la demanda. Leo en un libro de David Foster Wallace que sus competidoras han rebautizado a la Carnival como “Carnívora”. La cuestión ha llegado, ahora, al Congreso. Leven anclas y El bote del amor nunca volverá a ser lo mismo.

CUATRO La mejor crónica jamás escrita sobre los cruceros de placer se llama A Supposedly Fun Thing I’ll Never Do Again, está firmada por el joven escritor y periodista norteamericano David Foster Wallace, apareció originalmente en la revista Harper’s y fue posteriormente recopilada en el libro de igual título. “Una cosa supuestamente divertida que nunca volveré a hacer” es lo que cuenta DFW en casi cien páginas: el horror conradiano de altamar atrapado en una ficción flotante. DFW no es violado (aunque si se hace eco de rumores que harían palidecer a los personajes de Porky’s) pero sí enloquecido por el rigor militar de ritos y ceremonias y, sí, por la repetida emisión y visión de Parque Jurásico. Mar adentro todos se vuelven un poco prehistóricos, parece.

CINCO Y los millonarios en serio, por supuesto, vuelan en Concorde.

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