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OPINION
Nacidos después de la televisión
Por Claudio Zeiger

En un capítulo de la mediocre serie “Nueva York Undercover” emitido recientemente en la trasnoche del 13, un hombre a quien habían negado el ingreso al ejército en tiempos de Vietnam se dedica a atacar meticulosamente a miembros de minorías sociales. El asunto es que en los sesenta su puesto había sido ocupado por otro postulante, un militar negro. Lo que esencialmente mostraba el capítulo era a un asesino desesperado por ser atrapado frente a la considerable ineficacia de la policía. Por supuesto que al final lo logra, pero antes había llegado a meterse en el propio cuartel de la policía para poner una bomba en la estufa, y los detectives ni se habían percatado de su presencia.
El capítulo era esquemático. La personalidad del asesino rayaba con lo obvio. Y, sin embargo, se puede intuir que en estas historias menores que pululan por las películas clase B o la literatura pulp (donde se suele combinar asesinos seriales y crímenes sexuales violentísimos con la frívola intención de producir efectos eróticos) hay más “verdad social” que en productos tan sofisticados como El silencio de los inocentes.
Cary Stayner –presunto asesino de Silvina Pelosso, Julie y Carol Sund, la naturalista Joie Armstrong y quizá su propio tío– fue interrogado tres veces por el FBI y, aunque no llegó a poner una bomba en la estufa, tampoco lograba ser detenido. Al parecer, a los sabuesos les resultaba demasiado obvio como asesino.
Pero una declaración suya sobrepasa la imaginación de cualquier guionista de crueldades urbanas. Culpable, inimputable o presunto asesino, Cary Stayner batió el record de lo que los psicoanalistas suelen denominar la honestidad del perverso: después de asumir los crímenes, no sólo pidió disculpas a los familiares de la víctimas, sino que expresó el deseo de que su historia sea adaptada para televisión, y que los beneficios monetarios que resulten de ello sean entregados... a los familiares de las víctimas. El mató por naturaleza: nada personal.
Según le dijo al periodista que lo entrevistó en la cárcel, imaginaba productores de Hollywood compitiendo por comprarle la historia. Su historia. ¿Estará pensando Stayner en una emisión especial de Hallmark, el canal abocado casi por completo a difundir telefilms basados en casos reales? ¿Sabrá que diversos productores se movieron activamente para llevar a la pantalla el archipromocionado crimen de Gianni Versace antes de que Andrew Cunanan cayera en el olvido? ¿Y que una productora independiente afirmó que, efectivamente, ya había intenciones de llevar su historia al cine, y que la historia sería mucho más interesante si se descubrían más víctimas de Stayner?
La frase que explicaría los móviles de los crímenes suena a una cruel parodia de “Sorpresa y 1/2”: “Desde chico tuve un sueño: quería matar”, dijo Stayner. Pero no necesitó de ninguna producción especial para cumplirlo. Si cometió los crímenes, lo que ahora le importa es el costado mediático del asunto. La puntada final: quiere anticiparse al momento en que los grandes crímenes ingresan al dominio público y comienzan a proliferar bajo los rótulos de diferentes géneros; el docudrama, el testimonio, el caso real, la versión libre inspirada en la realidad. Stayner se preparó toda la vida para llevar a cabo el sueño que tiene desde la tierna infancia, y no quiere que se produzca un desvío hacia ningún género menor. El quiere la puerta grande: la autobiografía.
Nadie, con una mano en el corazón, podría afirmar temerariamente que Stayner confesó haber matado para salir en televisión o para vender (y donar) sus derechos. El mismo invocó unas nebulosas “voces” en la cabeza que lo impulsaban a matar. Pero Stayner, de 37 años, también pertenece a las primeras generaciones de los nacidos después de la televisión. Los peores crímenes también se cometen con una cámara como obscuro objeto de deseo. No se puede pensar en un crimen sin imágenes ni culpa sin público. La reparación, en consecuencia, será un telefilm frente al cual todos nos quedaremos, una vez más, horrorizados hasta el próximo programa.

 

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