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PANORAMA ECONOMICO

Los reyes del lobby

Por Julio Nudler

t.gif (862 bytes)  ¿Será verdad que en la Argentina neoliberal las decisiones las toma el mercado, una entelequia ante la cual no valen lobbies ni estrategias de presión ni manos visibles? Si se mira la acción de los grupos económicos autóctonos y de las multinacionales, la respuesta es simplemente “no”. Tal vez no sea porque el discurso oficial mienta, sino porque la macroeconomía nacional se desestabiliza recurrentemente, cada dos o tres años, y el Gobierno tiene que apagar el piloto automático, volver a ponerse el casco y tomar fuertes decisiones de política económica. De este modo se confirma una tradición muy cara. La que dice que la Argentina es el país del lobby.
Techint, el mayor grupo de base nacional y de creciente globalización, muestra entender muy bien el país donde prospera, y ayuda así a demostrar la presunción. Diversos hombres de la Organización de la familia Rocca presiden cámaras tan diversas como la de la Construcción (Eduardo Baglietto) o la de Exportadores (Enrique Mantilla). También conducen el Centro de Industriales Siderúrgicos (Javier Tizado), y se dice que manejan la Confederación de Industrias Metalúrgicas (CIMA). Su máximo lobbysta, Sergio Einaudi, encarna el poder detrás del trono en la Unión Industrial Argentina, donde nadie llega a presidente sin la anuencia de la familia.
El maneja también los más altos contactos políticos: como tal participó anteayer del selecto cónclave neoyorquino convocado por Goldman Sachs para tomarle examen a la actual y futura conducción económica del país. En el estrado ocupaba una silla José Luis Machinea, economista a quien Roberto Rocca, dueño y señor de Techint, le dio trabajo tras la vuelta al llano de los radicales, poniéndolo al frente del Instituto de Desarrollo Industrial (IDI), que Rocca creó y solventó.
¿Significa esto que Machinea, si llega a ministro con Fernando de la Rúa, tratará con especial cariño a Techint? “Sí, pero no sólo a Techint –contesta otro economista de la Alianza–. El va a tratar con cariño a todas los industriales localizados en el país y que hayan hecho inversiones fuertes aquí. Si tiene que definir a quién darle un reintegro y a quién ponerle un impuesto, Machinea le dará el reintegro a Techint, o lo mismo a Arcor, y le pondrá el impuesto a IRSA (Soros).”
Esto de tener tantos micrófonos involucra el peligro de pronunciar discursos contradictorios, según el interés que se defienda en cada ámbito. Y, de hecho, aunque Techint pise tan fuerte en varias entidades industriales, Agostino Rocca, cabeza ejecutiva de la Organización, pertenece al Consejo Empresario Argentino, club de poderosos lobbystas de ideología ultraliberal (hoy estremecido por vientos de confrontación). Algo parecido puede decirse de la acción de otro hombre de Techint, Arnaldo Musich, en FIEL, usina chicagueana que ya presidió hace un cuarto de siglo, y en las relaciones internacionales (CARI).
No es fácil mantener un discurso coherente cuando la diversificación de negocios lleva desde desguazar autos viejos (Scrap Service), a extender la línea B del subte, ampliar Ezeiza o cobrar peaje en el Acceso Oeste, además de lidiar con el gobierno de Chávez en Venezuela como dueños de Sidor o tender un gasoducto en Arabia Saudita. Pero incluso como siderúrgicos no están a salvo de las contradicciones: “No hay nada más antiindustrial que vender chapa cara (alusión a Siderar) o comunicaciones costosísimas (referencia a cuando Techint tenía el 8% de Telefónica)”, sentencia un experto en competencia desleal. Pero las inconsecuencias no desvelan a ningún empresario. Como todo industrial argentino que se precie, cada alto dignatario de Techint tiene su estancia. Y además sus dobles mensajes: todos reclaman el cierre de la economía para su producto final y la apertura para sus insumos, partes y piezas. Esta incongruencia se acentuó más que nunca estos años, a medida que las fábricas que sobreviven se fueron transformando en meras ensambladoras.
La multiplicidad de intereses conduce a situaciones paradojales. Así, fue raro escuchar a Mantilla, presidente de la CERA (Exportadores), pronunciarse a favor de la adopción de medidas de salvaguardia contra lasimportaciones desde Brasil, haciéndolo en nombre de la defensa, a largo plazo, de las fuentes de trabajo en el país. Aunque pueda hallarse encomiable su posición, ¿qué exportador diría eso, cuando lo que quieren todos son insumos baratos, vengan de donde vengan y generen el desempleo que generen? Mientras tanto, Tizado (Siderar y CIS) reclamaba que se conviertan en definitivos los derechos compensatorios aplicados por cuatro meses contra las acerías brasileñas, acusadas de dumping por él mismo. (En realidad, Siderar se cuidó de cuestionar los embarques de chapa gruesa y bobinas para relaminar del mismo origen, porque los importadores de esos productos son, precisamente, firmas de Techint, como Siat y Cometarsa.)
Si quieren evitarse las simplificaciones, no puede decirse que la política económica del menemismo haya favorecido a Techint, y tampoco que la haya perjudicado. Un poco de cada cosa. En un sentido, el grupo –muy enfocado al acero y al petróleo– se siente a sus anchas en un modelo que acentuó la especialización del país en las commodities (insumos). Como líder mundial en tubos sin costura, a través de Siderca y subsidiarias en el exterior, Techint sufre con la volatilidad de esos mercados –muy pendientes, por ejemplo, de las fluctuaciones del petróleo, que hacen oscilar las inversiones–, pero también con lo que pueda pasarles a sus clientes locales. Por algo sostienen Fundes, una fundación orientada a desarrollar pymes, que se convertirían en clientes para sus productos.
Aunque Techint participó (moderadamente) en la fiesta de las privatizaciones (Ferroexpreso Pampeano, Transportadora de Gas del Norte, Edelap, etcétera), hasta hoy deben añorar a la YPF estatal, a la que le vendían a precios que ninguna compañía privada acepta. También echarán de menos el privilegio del que gozó durante veinte años Propulsora Siderúrgica, única autorizada a importar los coils para relaminar en frío en Ensenada. Cuando eso se terminó, volvieron a apostar fuerte comprando Siderar (ex Somisa) para integrarse verticalmente dentro de la Argentina. “Siempre apostaron por el país”, dice un encariñado con los Rocca, cuya dinastía, originaria de la Italia fascista, llegó de la mano de Juan Perón en 1946 y mantuvo a través del tiempo su apego a un modelo escasamente liberal, donde el Estado se encarga de apuntalar la expansión de una casta fabril (trátese del modelo corporativista o del coreano).
“Los Rocca consiguieron convertirse en una compañía global (de las casi 50 mil personas que ocupan en todo el mundo, sólo algo más de la mitad trabajan hoy en la Argentina). Pero la base de sustento de esas compañías internacionalizadas –explica un experto– es siempre el mercado interno. Por eso necesitan influir sobre las decisiones políticas a todo nivel. Aún hoy hay montones de pequeñas reglamentaciones de las que dependen sus negocios.” Esto cierra la ecuación: Techint es el grupo con más lobby en el país porque es también el más potente. “Usan todos los sellos que pueden –comenta un relacionista–, porque las cámaras patronales están para eso: para obviar el uso del membrete propio, y poder pelear por medidas que las favorezcan sin que se relacione con ellas el nombre particular de una empresa.”

 

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