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Por Rodolfo Mattarollo |
![]() Personalmente pienso que Rodolfo Ortega Peña es un actor central de una nueva izquierda revolucionaria que no llegó a configurarse en la Argentina, de la que otra figura emblemática fue el dirigente del gremio de Luz y Fuerza de Córdoba Agustín Tosco. Hombres a los que sería falso contraponer a los grupos armados, con los que mantenían, sobre todo el primero, múltiples lazos, pero que representaban algo distinto: una visión ideológica, política, social y cultural mucho más amplia de las demandas, los intereses y las posibilidades del conjunto de la sociedad. Dos personalidades empeñadas en la lucha abierta de amplios sectores sociales, que buscaban una confluencia --el valor de la unidad-- para marchar hacia una democracia avanzada --a la vez política y social-- que abriera las puertas, como correspondía a la mentalidad de la época, y a través de diversas formas de lucha, a una vía de desarrollo no capitalista. Digamos también que Ortega Peña era una figura que irritaba a las cúpulas de la guerrilla. Demasiado independiente, demasiado informado, demasiado inteligente, amante de la buena mesa y del buen vino, amante de la vida en suma, no era el militante "puro y duro" que se disciplinaba a las direcciones militarizadas, autoritarias y en gran parte tempranamente burocratizadas de las organizaciones armadas. Yo no sé cómo serán los sueños del siglo venidero en la Argentina y en América latina. Tal vez contra lo que en un tiempo creíamos, los caminos que se busquen como consecuencia de la correlación de fuerzas creada en esta última década en el mundo entre el club de los más ricos y la inmensas muchedumbres de los pobres, haga pensar más como precedente en las luchas de Mahatma Gandhi que en las de Ernesto "Che" Guevara. Pero si la memoria de los hombres está hecha de los infinitos aportes de las generaciones anteriores, no faltará en nuestra ribera el recuerdo de Rodolfo Ortega Peña.
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