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Por Esteban Pintos El espectáculo del centro porteño en tiempos de vacaciones de invierno encierra, en sí mismo, una catarata de imágenes que no desentonan con una banda de sonido urbana acelerada, estridente y ciertamente hipnótica. En ese contexto, las tardes que fueron del martes 20 hasta hoy en la denominada Plaza seca del Centro Cultural Gral. San Martín, en la esquina de Sarmiento y Paraná, aportaron un cuadro extra a la película de todos los días. Una performance viva con música urbana acelerada, estridente y más hipnótica aún, personajes salidos de catacumbas disco bailoteando a su compás y desfiles de una moda jugada y alejada de ciertos cánones estéticos que rigen en otros ámbitos más recoletos. Todo eso como producto de la combinación moda-djs-música que ofreció Alternatiba, una de las actividades previstas dentro del ciclo Buenos Aires Supernova que organizó el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. La tribu electrónica es, más allá de los arranques de gigantismo que debió sufrir en tiempos de raves masivas a la argentina (panchos, cerveza, descontrol) que ya pasó, apenas un conglomerado de disc-jockeys de pequeña y mediana fama, un par de lugares aptos para el baile, un servicio gratuito de modelos casuales y cotidianos con lo que hay usar, incipientes sellos discográficos independientes que editan a algunos artistas interesantes, una buena dosis de snobismo y una contradicción permanente entre una declamación outsider de principios y cierto gusto por el protagonismo mediático, inevitable por otra parte en tiempos en que la música que los identifica no es otra cosa que la consecuencia evidente de la aceleración de los tiempos y el bombardeo visual constante. Así, la electrónica, algo así como una evolución de aquello que se conoció como tecno en los ochenta, es la cosa nueva: lo que una estrella pop como Gustavo Cerati se permite como capricho/gusto con sus proyectos Plan V y Ocio, lo que una agencia de publicidad piensa como ideal para combinar el gusto por la cerveza y la pasión por el fútbol (aquel comercial inspirado en el hit Born slippy de Underworld, estrellas del género), lo que lleva a más de 3000 personas a elegir como programa de fin de semana presenciar el espectáculo de un número top mundial como The Chemical Brothers (pasó en mayo), lo que sucede con mayor o menor convocatoria en ciertos clubes de la ciudad. Aún así, empujada y estimulada por una ola mundial que rompe en playas lejanas como la Argentina vía globalización, la tribu electrónica todavía permanece en los márgenes de lo que se entiende por gusto popular. En cierto sentido, la convocatoria espontánea que provocó este evento observado con asombro por el caminante habitual del centro y/o la familia que pasea con los chicos en vacaciones, tuvo como mayor logro el hecho de sacar de sus catacumbas underground a esta tribu y exhibirla, con una infraestructura adecuada de luces, sonido y pasarela, ante el común de la gente. Así, Jorge Pizarro, dueño del local nocturno Ave Porco e ideólogo de Alternatiba, pensó en eso cuando se le ocurrió. El concepto básico era mostrar una discoteca a cielo abierto, en el centro de la ciudad y de día. Una disco desnuda para quien vuelve en colectivo del trabajo a su casa, se baje y se quede un rato, escuchando y mirando, le dijo a Página/12 una de estas tardes. Tardes en las que hasta los encargados de seguridad dispuestos por la organización con una pechera que reza, cautelosa, Control se dejaban llevar por el ritmo machacante de la música que ponían (de discos de vinilo, un estandarte de identidad) los djs que iban pasando. Salvando las distancias, los años y los contextos sociopolíticos, esos chicos vestidos con ropa grande, camperas de marca deportiva (Adidas sigue primera absoluta en los rankings de preferencia) y pelo de colores, juntándose cada día para escuchar un poco de la música que los mueve, bailar si cabe y ver un poco de moda alternativa, se parecen a los que, cuenta la historia oficial de lo que se dio en llamar rock nacional, empezaron a juntarse en Plaza Francia, a fines de la década del sesenta. Vine acá para bailar un rato, porque vienen misamigos y hay gente como yo, comentaba Natalia, una jovencita de 16 años en pausa vacacional. Esa es la clave: juntarse con gente como uno. Hoy, treinta después de aquellos arranques hippies en La Recoleta, cuando el rock está institucionalizado, llena canchas de fútbol y proyecta personajes a la categoría de estrellas, esto, la electrónica, el baile, lo diferente de una vestimenta, toma su lugar y se plantea como lo emergente. Alternatiba reunió a un grupo de djs que pasaron su música (Carla Tintoré, Aldo Haydar, Trincado, los Diegos, Ro-k y Cid, entre otros), proyectos grupales que tocaron su música (Terrestres Anónimos, la Urban Groove, Frecuencia Infinita y los adolescentes de Equinoxio) y diseñadores de moda que mostraron sus creaciones (Pablo Simon, Sergio de Loof, Horacio Sandoval, Miuki Madelaire, la troupe de la galería Bond Street), convocó un promedio de 1000 personas por día y cambió el paisaje del centro porteño, entre colectivos, taxis y autos ruidosos, gente apurada, chicos de vacaciones y oficinistas de paso. El cuadro, aún llamativo, no desentonaba. Para nada.
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