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“ALTERNATIBA”, LA PATA TECNO DE “BUENOS AIRES SUPERNOVA”
Una discoteca a cielo abierto

En una reactualización de aquellas reuniones hippies de los ‘60 en Plaza Francia, un ciclo de DJ’s y moda realizado en el San Martín reúne hasta hoy a una generación que busca diferenciarse por el sonido, la ropa ...  y el baile.

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Por Esteban Pintos
t.gif (862 bytes)  El espectáculo del centro porteño en tiempos de vacaciones de invierno encierra, en sí mismo, una catarata de imágenes que no desentonan con una banda de sonido urbana acelerada, estridente y ciertamente hipnótica. En ese contexto, las tardes que fueron del martes 20 hasta hoy en la denominada Plaza seca del Centro Cultural Gral. San Martín, en la esquina de Sarmiento y Paraná, aportaron un cuadro extra a la película de todos los días. Una performance viva con música urbana acelerada, estridente y más hipnótica aún, personajes salidos de catacumbas disco bailoteando a su compás y desfiles de una moda jugada y alejada de ciertos cánones estéticos que rigen en otros ámbitos más recoletos. Todo eso como producto de la combinación moda-dj’s-música que ofreció Alternatiba, una de las actividades previstas dentro del ciclo Buenos Aires Supernova que organizó el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
La tribu electrónica es, más allá de los arranques de gigantismo que debió sufrir en tiempos de raves masivas a la argentina (panchos, cerveza, descontrol) que ya pasó, apenas un conglomerado de disc-jockeys de pequeña y mediana fama, un par de lugares aptos para el baile, un servicio gratuito de modelos casuales y cotidianos con “lo que hay usar”, incipientes sellos discográficos independientes que editan a algunos artistas interesantes, una buena dosis de snobismo y una contradicción permanente entre una declamación outsider de principios y cierto gusto por el protagonismo mediático, inevitable por otra parte en tiempos en que la música que los identifica no es otra cosa que la consecuencia evidente de la aceleración de los tiempos y el bombardeo visual constante.
Así, la electrónica, algo así como una evolución de aquello que se conoció como tecno en los ochenta, es la “cosa nueva”: lo que una estrella pop como Gustavo Cerati se permite como capricho/gusto con sus proyectos Plan V y Ocio, lo que una agencia de publicidad piensa como ideal para combinar el gusto por la cerveza y la pasión por el fútbol (aquel comercial “inspirado” en el hit “Born slippy” de Underworld, estrellas del género), lo que lleva a más de 3000 personas a elegir como programa de fin de semana presenciar el espectáculo de un número top mundial como The Chemical Brothers (pasó en mayo), lo que sucede con mayor o menor convocatoria en ciertos clubes de la ciudad. Aún así, empujada y estimulada por una ola mundial que rompe en playas lejanas como la Argentina vía globalización, la tribu electrónica todavía permanece en los márgenes de lo que se entiende por gusto popular.
En cierto sentido, la convocatoria espontánea que provocó este evento observado con asombro por el caminante habitual del centro y/o la familia que pasea con los chicos en vacaciones, tuvo como mayor logro el hecho de “sacar” de sus catacumbas underground a esta tribu y exhibirla, con una infraestructura adecuada de luces, sonido y pasarela, ante el común de la gente. Así, Jorge Pizarro, dueño del local nocturno Ave Porco e ideólogo de Alternatiba, pensó en eso cuando se le ocurrió. “El concepto básico era mostrar una discoteca a cielo abierto, en el centro de la ciudad y de día. Una disco desnuda para quien vuelve en colectivo del trabajo a su casa, se baje y se quede un rato, escuchando y mirando”, le dijo a Página/12 una de estas tardes. Tardes en las que hasta los encargados de seguridad dispuestos por la organización –con una pechera que reza, cautelosa, Control– se dejaban llevar por el ritmo machacante de la música que “ponían” (de discos de vinilo, un estandarte de identidad) los dj’s que iban pasando. Salvando las distancias, los años y los contextos sociopolíticos, esos chicos vestidos con ropa grande, camperas de marca deportiva (Adidas sigue primera absoluta en los rankings de preferencia) y pelo de colores, juntándose cada día para escuchar un poco de la música que los mueve, bailar si cabe y ver un poco de moda “alternativa”, se parecen a los que, cuenta la historia oficial de lo que se dio en llamar “rock nacional”, empezaron a juntarse en Plaza Francia, a fines de la década del sesenta. “Vine acá para bailar un rato, porque vienen misamigos y hay gente como yo”, comentaba Natalia, una jovencita de 16 años en pausa vacacional. Esa es la clave: juntarse con gente como uno. Hoy, treinta después de aquellos arranques hippies en La Recoleta, cuando el rock está institucionalizado, llena canchas de fútbol y proyecta personajes a la categoría de estrellas, esto, la electrónica, el baile, lo “diferente” de una vestimenta, toma su lugar y se plantea como lo emergente.
Alternatiba reunió a un grupo de dj’s que pasaron su música (Carla Tintoré, Aldo Haydar, Trincado, los Diegos, Ro-k y Cid, entre otros), proyectos grupales que “tocaron” su música (Terrestres Anónimos, la Urban Groove, Frecuencia Infinita y los adolescentes de Equinoxio) y diseñadores de moda que mostraron sus creaciones (Pablo Simon, Sergio de Loof, Horacio Sandoval, Miuki Madelaire, la troupe de la galería Bond Street), convocó un promedio de 1000 personas por día y cambió el paisaje del centro porteño, entre colectivos, taxis y autos ruidosos, gente apurada, chicos de vacaciones y oficinistas de paso. El cuadro, aún llamativo, no desentonaba. Para nada.

 

Fiestas de Woodstock

Por E.F.
Las raves de Woodstock 1999, una de las grandes innovaciones respecto de la edición de 1994 (y ni hablar de 1969) fueron un desenfrenado muestrario de cómo se vive el fenómeno cerca de su origen. El festival les reservó un espacio en el hangar aeronáutico que durante el día presentaba nuevos talentos, y allí fue donde cada noche se alcanzaron las cotas más altas de delirio colectivo. Con shows de gente como Moby y DJ’s tan prestigiosos como Fatboy Slim, las raves fueron ganadas por una alegre masa (el sábado se juntaron 25 mil personas) en la que abundaban personajes algo desorbitados por el éxtasis, el trip de ácido o alguna otra cosa. Eximidos de la necesidad de tener que mirar a un escenario, los bailarines podían dedicarse a la observación mutua, o directamente enfrascarse en los dibujos realizados en la oscuridad por unos palitos fosforescentes encajados entre sus dedos. La potencia del sonido, que pegaba en el centro del pecho, llevaba a niveles cada vez más altos de excitación, con lo que no fueron pocos los que necesitaron atención médica por una costilla fisurada, un esguince de tobillo o un ojo en compota causado por un codazo sin intención. El domingo por la noche, cuando el descontrol ganó todo en Rome, los organizadores prefirieron cancelar la última rave, en la que iba a pasar discos Perry Farrell. No era cuestión de agregar leña al fuego.

 

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