Por Mario Wainfeld Comenzó la
semana acusando a la Alianza y a los medios en general de hacer
campaña sucia. Prometió denuncias ante la Justicia. Acusó a Julio Carpinetti de haber
participado de una conspiración urdida por Enrique Coti Nosiglia y Melchor
Posse, que incluía cuatro tapas en su contra en varias publicaciones
gráficas. Puesto a referir hechos mencionó reuniones entre Carpinetti, Posse y Nosiglia
en un local de la calle San José en la Capital. Ese dato, no menor, es real: Posse
el único dirigente aliancista de primer nivel que sigue hablando (y operando en
función de) la pata peronista usa ese sitio para conversar, seducir o sumar a
peronistas descontentos, casi todos (dicho esto con generosidad) de segunda línea o
dirigentes sindicales del MTA o la CTA y esporádicamente algún gordo de la
CGT.
Pero la conspiración que entretuvo durante tres días al candidato peronista Eduardo
Duhalde no fue probada, los medios imputados no fueron identificados ni la denuncia
judicial presentada. En cambio fue Posse quien, sobreactuando su ofensa, presentó un
escrito en Tribunales. La primera consecuencia de la jugada fue que las declaraciones de
Carpinetti sobre manejos turbios en la provincia que encolerizaron a Duhalde, las que
habían sido divulgadas en una sola revista, se propagaron en todos los diarios, las
radios y la TV, multiplicando su difusión por cien.
La ofensiva no pareció mellar a Fernando de la Rúa y a mediados de semana Duhalde ya no
hablaba de campaña sucia; buscaba otros issues para reactivar su
catatónica intención de voto.
El episodio es menor y posiblemente se olvide en un par de semanas pero pinta bien la
pulsión del gobernador bonaerense por agitar, como sea, las aguas en las que Fernando de
la Rúa hace plácidamente la plancha. No es la primera ni la última acción impensada,
individual e ineficaz que intenta el gobernador en los últimos meses.
El peronismo es un karma que atormenta a Duhalde que le guste o no
integra un oficialismo que gobernó la nación durante diez años y lleva en su mochila
una herencia sin beneficio de inventario. Puede intentar un discurso diferenciador pero no
puede despegarse del peronismo y de los vicios de su gobierno a su antojo. Carga con
Carpinetti, apenas una astilla de su mismo palo, y con el presidente Carlos Menem, su
cáncer electoral. Y ambos son objetivamente sin necesidad de teorías
conspirativas un escollo en su campaña. Lo que menos le conviene es menearlos, como
hizo en estos días.
Menem lo llevó a cometer esta semana otro blooper postergando, tras una serie de zigzags,
el acto a realizarse en Boca. Sus voceros adujeron dificultades con el
estadio, neologismo para rebautizar la pregunta ¿qué hacemos con
Menem?, que no es fácil de responder ni aun en el papel y que será un perpetuo
calvario para Duhalde hasta el fin de la campaña.
Orejeando las encuestas
Los aliancistas esgrimen con satisfacción la encuesta de Analía del Franco que reveló
ayer Página/12 en forma exclusiva y que pone a Fernando de la Rúa casi catorce puntos
arriba de Duhalde en intención de voto. Los peronistas prefieren (por así decirlo) creer
en la que encomendaron a Ricardo Rouvier, que los deja seis puntos y monedas abajo. La
diferencia es menos importante que la semejanza. Ambos bunkers y ambos
candidatos comparten un cuadro de situación común para el 24 de octubre con estos
datos:
Hace dos meses
que Duhalde no crece, confinado en la meseta del voto peronista.
De la Rúa gana
en Capital por demolición y por buen margen en Córdoba, Santa Fe y Mendoza.
Hay virtual
empate en Entre Ríos y provincia de Buenos Aires.
El peronismo
sólo se impone con comodidad en el NOA, San Luis, Formosa y Santiago del Estero.
La
polarización es tremenda: quien salga primero superará el 45 por ciento de los votos y
no habrá ballottage. Por lo tanto el apoyo de terceras fuerzas (léase las de Gustavo
Beliz, Domingo Cavallo o el demócrata mendocino Carlos Balter) debe buscarse para el 24
de octubre o callar para siempre.
El diagnóstico común se bifurca en dos conductas lógicamente simétricas. Los
aliancistas deponen enconos y críticas. Ya casi no se escucha a los frepasistas que
rezongaban por el bajo perfil de Carlos Chacho Alvarez. Ni a los radicales
progres bonaerenses, las huestes de Federico Storani, Leopoldo Moreau y Juan Manuel
Casella que se sienten mal representados por el tándem Graciela Fernández Meijide-Posse
(en especial por este último). A esta altura del partido todos anhelan que la campaña
sea más de lo mismo con dos barajas bajo la manga; conseguir que Balter avale a nivel
nacional la fórmula de la Alianza y que la presencia de De la Rúa apuntale la provincia
de Buenos Aires.
Las huestes de Rucucu
Los peronistas, a su vez, esperan que Duhalde salga de su soledad y su
decadencia, según describe un importante allegado a Carlos Ruckauf, que no cree que
éste pueda alzarse con la gobernación a contrapelo de una derrota nacional. No
puede haber más de 4 ó 5 puntos de diferencia entre los votos nacionales y los
provinciales. Si Duhalde cae, nosotros sólo podremos fantasear con el consuelo bobo de
hacer un buen papel. Ruckauf piensa igual y, por eso, cuando dialoga con Duhalde,
brevemente y como mucho una vez a la semana, lo impele a recuperar la iniciativa y lanza
en estos días una campaña por TV en la que el gobernador lo presenta como su sucesor.
Como lo cortés no quita lo valiente, Rucucu maquina algunas acciones para
fortalecer su propio perfil: una sería la renuncia a su cargo de vicepresidente. Otra una
ofensiva contra el pliego de senador del ministro del Interior Carlos Corach, una cruzada
por la transparencia como la que protagonizó contra Ramoncito Saadi. Para redondear
sabiendo que se cortan más boletas frente al encuestador que en el
cuarto oscuro encarga un sondeo con simulación de voto para medir con rigor cuánta
gente está dispuesta a cortar boleta dendeveras eligiéndolo a él pero no a
su mentor.
Otro desafío electoral fuerte para Duhalde es descontar la ventaja en Capital. Para eso
imagina una privatizada Ley de Lemas, poniendo su boleta arriba de la de varios partidos
entre ellas los de Gustavo Beliz y Domingo Cavallo. La intención es sensata, lo orienta
al centroderecha que como destaca el consultor Rosendo Fraga es el único
tramo del electorado que puede disputar a la Alianza. Su problema es la cantidad de peleas
cruzadas que interfieren con su objetivo: Beliz y Cavallo se odian entre sí, odian a
buena parte de la dirigencia pejotista (incluido el jefe de campaña de Duhalde, Julio
César Chiche Aráoz, a quien identifican con las peores aristas del
menemismo) y son odiados por ella. Además, las encuestas que anuncian derrota hacen menos
atractivos los pagos diferidos en el gabinete de un futuro gobierno y tornan
arduo hacer ofrecimientos tentadores a los potenciales aliados (ver página 9). De todos
modos, Duhalde sigue teniendo teléfono rojo, hablando personal y cotidianamente con
Cavallo y con Beliz.
Sin el acto en Boca, arriando por ahora la bandera de la campaña sucia, el
candidato que viene de atrás está obligado a imaginar nuevas tácticas. Su situación es
tal que es mejor equivocarse que quedarse quieto. Un alivio: el domingo próximo habrá
elección en Santa Fe y la casi segura consagración de Carlos Reutemann siempre le
vendrá bien, aunqueLole no tiene muchas ganas de permitirle apropiarse siquiera de un
porcentaje mínimo del capital simbólico de su victoria.
La única verdad
El viaje de arrebato del presidente Menem a Brasil, el rechazo de su nonato pedido de
incorporación a la OTAN (una de las fantasías de alta intensidad que urde a su lado
Jorge Castro para mitigar su duelo), las movilizaciones en 14 provincias con dificultades
para pagar los sueldos (en el mes que comienza serán más) incluida la alegre
tristeza de los correntinos que invadieron la Plaza de Mayo signan el fin de un
ciclo y de un esquema económico que los dos candidatos a ministros de Economía José
Luis Machinea y Jorge Remes Lenicov prometieron respetar. Lo hicieron emitiendo un
balsámico para los mercados discurso único en un escenario que era una
convocatoria al panfleto: en un lujoso hotel neoyorquino, ante la plana mayor de Wall
Street de espaldas a la bandera argentina y a la norteamericana. Un signo que huele a
símbolo de una época de restricciones y magras diferenciaciones.
Una época muy distinta a la que vivió (y aún más distinta a la que soñó) Rodolfo
Ortega Peña, abogado, historiador, militante, intelectual, dirigente y diputado
todo a full que ya era un hombre maduro y un referente cuando la Triple A
arrasó con su vida a los 38 años. Un militante consecuente, multifacético y estudioso,
amén de un revolucionario, que llevó la discusión política a todos los planos con
pasión, compromiso y rigor. Ayer se cumplieron 25 años del asesinato de un tipo de una
madera que siempre fue difícil de conseguir, que en estos tiempos de libre mercado es
casi inhallable y que merece, como pocos, el homenaje del recuerdo.
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