Por Horacio Verbitsky La campaña electoral está
resucitando espectros que se creían bien muertos y enterrados, pero no es la primera vez
que eso ocurre. Durante la campaña de 1989 los aspirantes justicialistas Carlos Menem y
Eduardo Duhalde recrearon algunos de los mitos fundantes de su movimiento, como el
ejército y la burguesía nacionales, con buenos resultados electorales que no pudieron
trasladar luego a la realidad. Hoy el populismo uniformado sigue descansando en paz. En
cambio algunos grandes grupos económicos están acudiendo a masivas capas de polvos y
coloretes para trasvestirse de burguesía nacional. Con los tacones mal ajustados ingresan
al escenario apoyados en el brazo de Duhalde, cuyas dudas sobre cómo conducirse en los
cortos tres meses que faltan para los comicios podrán producir aún más variados fuegos
fatuos.
Alimentos para el pueblo
Los carapintada del coronel Mohamed Alí Seineldín hicieron las veces de Ejército
Nacional. Los usamos y los descartamos, contó luego Julio Mera Figueroa. Seineldín lo
admitió ante los jueces que lo condenaron y se limita a envidiar la distinta suerte de su
camarada venezolano Hugo Chávez, golpista fracasado hace una década, hoy presidente
plebiscitado por una mayoría abrumadora de los votantes. En el rol de la burguesía
nacional el elenco del primer menemismo incluyó a Bunge&Born, uno de los holdings de
más vertiginoso crecimiento durante las dos décadas anteriores. La estrafalaria
justificación para esa alianza decía que se trataba de una empresa productora de
alimentos para el pueblo, lo cual cimentaría intereses comunes, pero su estrepitoso
fracaso precipitó la segunda hiperinflación. Una década más tarde la distribución del
ingreso es la más regresiva de la historia argentina, sólo comparable con la que
provocaron por unos meses las llamas de la hiperinflación. El consumo popular de
alimentos refleja ese deterioro y BB que no fue de quienes mejor se adaptaron a la reforma
estructural que sus hombres pusieron en marcha se ha desprendido de sus plantas
procesadoras de alimentos. Quien las adquirió, el grupo Pérez Companc, es el principal
aportante a la campaña electoral de Eduardo Duhalde y principal candidato a personificar
otro vano retorno del mito. Los mismos teóricos que racionalizaron el acercamiento de
Menem a Born pululan ahora alrededor de Duhalde, perorando sobre el rol que tendrán en su
gobierno los supuestos burgueses nacionales. Esa hojarasca verbal encubre la prevista
continuidad de las alianzas sociales de la década menemista. Por eso tiene especial
interés determinar qué queda en verdad de ese sector social cuyo rol fue esencial desde
el surgimiento del primer peronismo, en 1945, hasta su sepultura por Isabel Martínez de
Perón, José López Rega, Celestino Rodrigo y Ricardo Zinn en 1975.
Independencia económica
Un documento de trabajo del Area de Economía y Tecnología de la Facultad
Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) sobre El papel de las privatizaciones
en el proceso de concentración y centralización económica dirigido por el
economista Daniel Azpiazu describe el comportamiento de las grandes firmas y las
estrategias de los grupos económicos y los conglomerados extranjeros y deja en claro que
la referencia a la burguesía nacional es más anticuada que el aspecto de quienes la
impulsan en el melancólico equipo de campaña de Duhalde. Su lectura no es recomendable
para candidatos, porque brinda un baño de realidad y no se presta a las fáciles
simplificaciones y tergiversaciones proselitistas. Pero conviene a todos quienes se
interesen por conocer los procesos que han transformadola estructura económico-social
argentina, con tal profundidad que su reversión es improbable y no podrá tener lugar con
meras readecuaciones de la política en curso, como prometieron en Wall Street esta semana
los supuestos ministros de Economía del período presidencial que se iniciará a fin de
año, Jorge Remes Lenicov y José Luis Machinea.
La referencia a las privatizaciones en el título del estudio no es ociosa. El remate del
capital social acumulado en las empresas públicas por varias generaciones de argentinos
fue el botín que permitió superar la puja entre los acreedores externos y el capital
concentrado interno. La crisis entre ellos, que hizo tan agitado el tramo final de la
presidencia de Alfonsín, se precipitó cuando los ingresos arrancados en esos años por
la fuerza a los trabajadores no fueron suficientes para seguir financiando las
transferencias del Estado de Bienestar para Pocos hacia esos sectores. A partir de las
privatizaciones y la desregulación las 200 empresas de mayor facturación (que el estudio
menciona como la cúpula) incrementaron en forma acentuada la expansión de
sus ventas y de su rentabilidad, que se distanciaron de las del resto de la economía.
También tienen un peso decisivo en la balanza comercial. Mientras las empresas de la
cúpula tuvieron durante la convertibilidad un abultado saldo comercial positivo, el resto
de la economía argentina osciló según los años entre modestos superávits y elevados
déficit. Las grandes firmas, dice el estudio crecen sostenidamente aun
cuando la economía en su conjunto entra en una etapa recesiva lo cual las
independiza del ciclo económico. Esa es la única independencia económica que la
Argentina ha conocido en esta década.
Como Tierra del Fuego
Al mismo tiempo se produjo una acentuada desindustrialización y un generalizado
retroceso del porcentaje de insumos locales sobre el costo total. La Argentina se apresta
a entrar al siglo XXI reconvertida en una armaduría al estilo de Tierra del Fuego. Lejos
de cualquier ensoñación modernizadora, la producción industrial de las empresas de la
cúpula se sustenta en las ventajas comparativas naturales, como en el caso de alimentos y
bebidas, mientras retroceden las producciones más complejas, como maquinarias y equipos,
y aquellas expuestas a la competencia internacional, como químicos y metales. (Poco o
nada de esto es atribuible a la devaluación del real brasileño ni a la supuesta
brasildependencia, argumentada por quienes no desaprovechan ninguna oportunidad de socavar
la opción estratégica del Mercosur). Un movimiento paralelo a la desindustrialización
ha sido el de la incorporación de nuevos servicios, como la telefonía celular, la
televisión satelital o por cable o la medicina prepaga, dirigidos a los sectores de
mayores ingresos.
En las décadas del 50 y el 60 la evolución de las ventas de las cien empresas
industriales más grandes era congruente con el ciclo económico: crecían con el auge y
bajaban en los momentos de declinación. Esto dejó de ser cierto a partir del golpe de
1976 y la divergencia se ha profundizado desde entonces. Entre 1980 y 1985 el PIB de la
economía argentina se contrajo al 1,9 por ciento anual, mientras los activos de las
mayores firmas se incrementaron al 6,1 por ciento acumulativo anual. Durante los primeros
años del plan de convertibilidad el Producto Interno Bruto de la economía argentina
creció a tasas acumulativas del 11 ciento. Pero las ventas de las 200 primeras firmas se
incrementaron a una tasa del 13,5 por ciento acumulativo anual. Lo más notable es que
mientras el PIB se contrajo más del 4 por ciento en 1995, las 200 empresas más grandes
prosiguieron su expansión a la envidiable tasa del 8,4 por ciento. No hay motivos para
pensar que algo distinto esté ocurriendo ahora, cuando la recesión es más extensa y
profunda que la de hace cuatro años.
Dos destinos
Esas grandes firmas son grupos económicos locales y conglomerados extranjeros que
funcionan del mismo modo. Ambos son diversificados, transnacionalizados y oligopólicos,
poseen docenas de empresas a través de las cuales actúan en todos los sectores y
obtienen una porción fundamental de sus ingresos de las colocaciones financieras. Esto
les permite expandirse cualquiera sea la situación económica general, lo cual torna
irrelevantes las viejas diferenciaciones entre capitales nacionales y extranjeros. De
hecho, la mayor parte de sus ganancias no se invierte en el país, como lo demuestran los
casi cien mil millones de dólares de capitales de origen local colocados en el exterior,
apenas algo menos del monto de la deuda externa. Los contrastes entre las
respectivas fracciones del capital local y extranjero son tan acentuadas, dice
Azpiazu, que hay mayores semejanzas entre los grupos económicos locales y los
conglomerados extranjeros que entre los grupos y las empresas locales
independientes.
Traducido a un idioma menos técnico esto significa que el destino de este sector
económico deja de depender de la situación del resto de los habitantes del país.
Históricamente y hasta el rodrigazo de 1975, la pugna entre el capital y el trabajo
tenía un límite. El salario percibido por los trabajadores constituía el mercado para
la colocación de los bienes que ellos producían. Ese era el fundamento para la alianza
social que el peronismo llevó al gobierno en la década del 40. En la célebre
conferencia inaugural de la Cátedra de Defensa Nacional de La Plata, en junio de 1944,
Perón sentó las bases de lo que sería su futuro gobierno, en una de las intuiciones
más felices de la historia argentina: la industria, produciendo para el mercado interno,
conciliaría los intereses de burgueses y obreros, aseguraría empleo, salario, y paz
social, y abastecería a las Fuerzas Armadas de los materiales que el mercado mundial les
negaba. Los industriales argentinos recibían el crédito barato que el Estado obtenía
del tipo de cambio diferencial, extrayendo recursos de los exportadores agropecuarios, y
pagaban altos salarios a sus obreros, que eran al mismo tiempo consumidores de sus
productos. Luego del derrocamiento de Perón las pequeñas y medianas empresas nacionales
que ocupaban muchos trabajadores fueron desplazadas por otras extranjeras, de mayor
tamaño y con menos personal, sobre todo filiales de las transnacionales estadounidenses
que invirtieron en ramas nuevas, como automotriz, química y petroquímica. Así
disminuyó la ocupación de mano de obra, y surgieron diferenciaciones tanto entre las
empresas como entre los trabajadores: se oligopolizaron los mercados y crecieron las
diferencias de productividad y salarios por tipo de empresa. A partir de la dictadura
militar comenzó el ajuste a la economía mundial y la reforma estructural, con el
surgimiento de los oligopólicos Grupos Económicos transnacionalizados, que siguieron
recibiendo recursos del Estado, pero ya no como crédito sino bajo la más graciosa figura
del subsidio. Con el menemismo esos mismos grupos asociados con bancos acreedores y
empresas extranjeras se hicieron cargo de las empresas del Estado a precios por lo general
viles, con marcos regulatorios laxos, constituyendo monopolios privados en mercados
cautivos. Esto les produjo una rentabilidad extraordinaria. La redistribución del ingreso
también se reflejó en la demanda, donde el protagonismo de los sectores de altos
ingresos tiende a debilitar el papel de los salarios como factor de demanda y a
jerarquizarlos únicamente como un componente de los costos. Luego de destacar el
efecto disciplinador de las crisis hiperinflacionarias y de los altos niveles de
desocupación, el estudio añade que los salarios van modificando su relación con
el ciclo económico de una manera diferente, quizás inversa, a la del capital
concentrado. Es decir aumenta atenuadamente en las etapas de reactivación y
desciende en las de crisis, manteniendo una tendencia a deteriorarse en el tiempo.
Todo pareceindicar que a medida que el salario adquiere independencia del ciclo
económico, aumenta su correlación con el nivel de desocupación. Ahora es la ocupación
la variable que se ajusta a los vaivenes de la actividad económica.
Sí, pero No
La cuestión se presenta de otro modo en la Alianza opositora: en teoría sus líderes
no propician fantasías, pero de sus propuestas concretas es difícil deducir las
diferencias con las políticas que aplicaría el justicialismo. Su candidato
vicepresidencial, Chacho Alvarez, ha dicho que no existe hoy una burguesía nacional y que
lo nacional ha quedado reducido a las pequeñas y medianas empresas (pymes), lo cual no es
poco como diagnóstico. También considera que los principales grupos económicos locales
han sido partícipes entusiastas del sistema de corrupción que en estos años les
permitió efectuar superganancias. Por ello, no cree que les preocupe terminar con la
corrupción ni adecentar el financiamiento del sistema político. La plataforma de la
Alianza, distribuida con el título El gran cambio, dedica un capítulo
importante a esas pymes exaltadas por Alvarez. Contra el criterio del actual
gobierno, que identifica crecimiento con concentración económica, la Alianza
propone crear una trama empresaria compuesta por firmas de los más variados
tamaños. Según su definición las economías caracterizadas por el dominio
casi absoluto de las corporaciones internacionales son las economías subdesarrolladas.
Ese es el típico paisaje de la mayor parte de las naciones del Tercer Mundo, donde están
presentes todos los gigantes, pero no hay una diversidad de pymes. Las empresas pequeñas
y medianas son esenciales para crear empleo y descentralizar la economía nacional. Por
eso merecerán la atención y el estímulo del gobierno de la Alianza, que les
asegurará el acceso al crédito y a la información y promoverá su
integración a cadenas de valor. Las cadenas de valor son «las que forman, cuando
están coordinados, los distintos partícipes en la elaboración de un producto, desde la
materia prima hasta la colocación en el mercado mundial».
Sin embargo, en el capítulo sobre Crecimiento sostenido, la misma plataforma
de la Alianza propone orientar los esfuerzos de productividad y competitividad a la
producción de bienes con fuerte valor agregado con fuerte demanda internacional.
Entre ellas menciona a las industrias tradicionales, base de nuestro aparato
industrial; las nuevas industrias que deben desarrollarse en el
Mercosur; las telecomunicaciones, motor de la revolución tecnológica
mundial; energía, minería, silvicultura, pesca, construcción, turismo y
servicios. Un título propio es reservado a los agrodólares, rubro en el que
menciona la producción a gran escala, adecuada a la demanda de los distintos
mercados. En todos los casos, el sistema impositivo en vez de castigar
premiará la producción exportable. El problema es que, como hemos visto, los
principales sectores enumerados son aquellos en los que ocupan posiciones dominantes,
cuando no excluyentes, los sectores más concentrados del capital, aquellos responsables
del exterminio de las pymes. La burguesía nacional ha muerto, pero su capacidad de lobby
goza de buena salud.
La gran deudora del sur
Por H.V.
En el
primer semestre de 1999 la Argentina encabezó el ranking latinoamericano de
incumplimiento de compromisos financieros del sector privado, según la publicación
norteamericana IFR Latin America. Cinco compañías dejaron de pagar sus
deudas internacionales, por 687 millones de dólares. Esto supera los dos tercios de los
1.077 millones de clavos latinoamericanos. El segundo y tercer lugar corresponden a Brasil
y México, con 208 y 51 millones de compromisos incumplidos, y completan el ranking con
cifras menores Chile, Perú y Venezuela.
El ranking de los incumplidores aborígenes fue encabezado por Alpargatas, con 450
millones de dólares, seguida por Sociedad Comercial del Plata, con 150 millones. Con 60
millones de dólares figura Central Térmica Güemes, con 18 Supercanal y con 9,8
Hidroeléctrica Piedra del Aguila. En estos casos de malos pagadores privados, se abren
varios caminos. O los acreedores aceptan renegociar nuevos plazos y condiciones, o se
quedan con la compañía o aparece algún tercero que se hace cargo del control y de las
deudas. En el caso de Alpargatas, los acreedores se hicieron cargo del paquete accionario
de control a cambio de la deuda impaga. El grupo que hundió a la compañía sólo retiene
un 7 por ciento de sus acciones. Sociedad Comercial del Plata está discutiendo una
renegociación con sus acreedores. El rechazo de una propuesta deprimió hace un par de
semanas la cotización de sus papeles. Supercanal pasó a girar en la órbita de Clarín.
En el caso de Brasil el grueso de la deuda correspondía al gobierno provincial de Minas
Gerais, en cuyo rescate acudió el Tesoro Nacional.
Igual que en la década del 70 bajo la dictadura militar, también en la década del 90 el
motor que impulsa el endeudamiento externo argentino es el sector privado. Mientras la
deuda pública creció en esta década a una tasa del 7,7 por ciento anual, la privada
aumentó un 37 por ciento cada año. Durante la dictadura se trataba de préstamos de
bancos comerciales, ahora las deudas crecen por la colocación de obligaciones
negociables. La deuda con los bancos ha oscilado en estos últimos años entre el 10 y el
15 por ciento del total, mientras los bonos y títulos representan bastante más de la
mitad de toda la deuda. Dos de cada tres dólares de esa bola de nieve corresponden a
deudas contraídas por empresas recién privatizadas por el Estado o a sus accionistas,
para pagar su depreciado costo u obtener el capital de trabajo que no desean extraer de
recursos propios. Hasta ahora no ha habido casos en los que el Estado acudiera en socorro
de las empresas que no hacen frente a sus deudas, como hizo hace casi dos décadas, cuando
el fugaz presidente del Banco Central, Domingo Cavallo, transfirió al conjunto de la
sociedad las deudas privadas. Pero conociendo el paño, esa es una sombra ominosa que se
proyecta sobre toda la sociedad.
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