Por Alejandra Dandan En Miami. La línea suena; hay
una grabación: I am Constancio Larguía. Please, give a call to Claudia Cortés, who is
my assistant. Las indicaciones siguen hasta un thanks y al fin, bye. Hace poco más de un
año, el teléfono de Constancio sonaba en Buenos Aires. No había asistentes. Ni mensajes
en inglés. Tenía 23 años, una bicicleta vendida por 180 pesos y dos PC, una suya y otra
de Wenceslao Casares, su socio de 25. Eran estudiantes de administración y cibernautas
obsesivos. En el chateo lúdico se les dio por el escolaso: se convirtieron en operadores
de Bolsa, los primeros a través de la red en Latinoamérica. Pusieron nombre a una
utopía sin plata: Patagon.com. El primer millón de dólares para la flamante y
desconocida empresa lo puso un capitalista que avisoró rendimiento detrás de sus caras
de pibes. Ahora, en Patagon.com hay gente seria: Chase Manhattan Bank y grupos como
StarMedia Network y Flatiron Patener. Ahora, Patagon.com vale 20 millones de dólares. La
trama virtual y los millones seduce a otros corredores de la web. Son
jóvenes. Combaten apocalípticas fraseologías del no future. Esta generación no pide el
imperio de la imaginación. Dice: la Internet al poder. Si hay fortuna, mejor.
Or give me a message...adosa la grabación de Constancio. El no está en el habitáculo.
No está frente a su pantalla, ni dentro. O en algún lado. En la urbe porteña, desde el
loft de Patagon, una voz humana aconseja cómo encontrar al presidente:
¿Tenés ICQ? pregunta.
¿?
Con i latina, un chat inventado por israelitas, de paso te cuento.
Se presenta. Es sábado. Patagon está abierta, como siempre. Cuestión de imagen, y de
renta. La compañía.
La búsqueda del fundador en el ICQ flota sin respuesta. Más tarde Constancio atiende:
Aló, dice. No hay apuro. Esto es mi trabajo, dice. Ya Claudia
Cortés, his assistant reciente, resuelve el resto.
Constancio cita una fecha: julio del 98. Es el inicio formal de Patagon.com, porque
el proyecto que sonaba a puras habladurías estudiantinas empezó en marzo del 97.
Por una rateada. Lo dice Constancio, desde Miami Beach: Me había rateado de
historia económica, aburridísima se ríe, un poco, lo suficiente: me fui a
la biblioteca a navegar por Internet, era lo que más me divertía. Ese circuito
lúdico fue ritual iniciático. Fue. Me acuerdo de que estábamos juntos con Wences,
le dije: uh, mirá qué bueno esto. ¿Habrá algo así para Argentina? Y salió. Los
dos armaban la carrera en la Universidad San Andrés. La novedad que habían encontrado:
el ingreso a sitios financieros de Wall Street.
La web les daba así datos de compañías del Norte: Estaban los precios de las
acciones, gráficos, comportamiento de la Bolsa y análisis de mercado. En tiempo
real. Paso dos: Intentamos hacer lo mismo con una empresa argentina del mercado de
Buenos Aires sigue Constancio, y no pasaba nada. Se metieron en Perez
Companc o YPF, en Alpargatas decidieron no hacerlo:
Alpargatas es medio mufa, se fue para abajo.
No se nombra a la mufa. La racionalidad espanta supersticiones, o casi. Tenían 22 y 23, y
una opción: ¿Cuál es la clásica? pensaron: trabajar en el tercer
subsuelo de un banco. Queríamos nuestro boliche. El juego combinó lo económico:
pensaron ofrecer datos de la Bolsa y convertirse en operadores virtuales.
Debían convencer a inversores, pero antes convencerse. Constancio pensó, dio vueltas y
decidió. Puso en venta su bici: Vendí mi bicicleta a 180 pesos para sacar unos
mangos y mejorar el servidor, pero necesitábamos plata para funcionar en serio. El
servidor estaba abajo de la cama de Constancio, una computadora personal conectada a la
web. Poco serio y, sobre todo, muy incómodo. Buscaron una oficina. Wences, él y dos
amigos llevaron sus computadoras.
Se incorporaron Aníbal Borra y Martín Lanús. Aníbal fue programador. Ahora está en
San Pablo, hace dos semanas. Estudió y pasó de hacer algo de música en La Plata a idear
el modo en que Patagon quedara allí inyectada en ese mercado. No está asustado. Hay algo
de encanto, se divierte. Se hizo uno de los cráneos de la web y se cortó el pelo:
Trabajé para ellos hasta que me dijeron que no podían pagarme. A cambio me
ofrecieron acciones. Lo loco es que en ese momento no valían nada, dice. Ahora,
mientras piensa en algún bodegón de San Telmo, aprende portugués, y a ser un joven
ejecutivo.
Patagon no tenía ya bicis para vender: Tanteábamos con bancos: pedíamos el
clásico folleto que te ponen los términos del crédito con tasas aniquiladoras,
dice Constancio. El avance sobre bancos se detuvo. Si ibas y decías que eras
estudiante y pedías un crédito de 200 mil dólares o un millón, se morían de
risa. De pronto piensa como un banquero, sólo piensa: Tienen razón: si yo
fuera banquero, me parecería ilógico que venga un estudiante y diga: tengo esta
empresa nueva y voy a hacerme rico. Se hizo rico. Aunque más tarde, con el primero
de los 20 millones.
Repitieron su plan de negocios al oído de 24 candidatos. Fue
frustrante: siempre era no, no y no. Hasta que el número 25 dijo sí: un empresario de
origen húngaro, Zsolt Agardy, presenta. No fue un millón en efectivo. Agardy,
dueño de editorial Estrada y por entonces de la Casa de Bolsa InvestCapital, presentó
gente, puso la casa de bolsa y dinero: 200 mil dólares. A cambio, se quedó con el 51 por
ciento.
Los patagones lograban así la mirada de legitimación desde fuera de la red. Su
generación sabe que la trama virtual otorga pertenencia, concede posibilidades que afuera
son capturadas por pulpos financieros. Patagon logró, sino doblegar ese imperio externo,
al menos seducirlo. Esa mirada es deseada, buscada por muchos: están todos allí
armándose en la red. A aquel millón disparador siguió un chileno entrando en el sitio
Patagon.com, ya armado como empresa. Revisó cotizaciones y ordenó: Quiero 3500
pesos de acciones de YPF. Los patagones se excitaron. Rápido, trasfirieron vía red
el pedido a la Casa de Bolsa. El Medioevo quedaba atrás: Ahí, estaban
entusiasmadísimos se apura el presidente, el pedido no llegó por teléfono
sino por red.
Aprendieron. Saben que para operar afuera necesitan bursátiles en otros países. Saben de
imagen, necesitaron hacerlo. También los empleados. En el loft porteño, el piso está
cubierto de PC y operadores. Uno tiene corbata:
Esperá que me la saco pide antes de la foto: no nos dejan.
Por imagen. La informalidad se formatea. Un poco. Acaso lo exige el mercado.
LOS QUE INVIERTEN DESDE UNA PANTALLA
El chateo para especular
Por A.D.
El chat.
Pepoxo dice:
Habrá que preguntarle al tío Vicente por la suba.
Alguien pregunta. Elec explica.
Elec dice:
Vicente es de Perez Companc. Le dicen el hombre de la bolsa y sería algo así como
el Padrino. El dice: ahora baja y todos salimos a vender. Si dice sube, todos compramos.
Son cibernautas financieros. Forman un clan alejado de las estadísticas que informan
sobre el hiperconsumo de sexo virtual. Los hombres jóvenes de la Bolsa se pasan datos,
piden opiniones y elaboran catarsis cuando una caída los derrumba. Una rueda psi de
bolseros afiliados al territorio patagon. Muchos apenas cruzaron la barrera de los 20. El
coqueteo bolsero los seduce por tradición familiar, estudios o y ahí la apuesta de
Patagon.com: por algo así como un DT bolsero ideado casi como rito de paso.
Les entregamos dinero virtual a los que entran al sitio, indica el fundador,
Constancio Larguía. Esos cien mil dólares de mentira animan a inexpertos a hacer
apuestas. Es una forma de sacar esa apariencia de sofisticación y dificultad que
tiene la Bolsa, dice. Algunos inician así su pase por el sitio; otros lo evitan.
Alejandro sugiere:
Si gano plata en forma virtual, me mato. A mí no me cabe.
Leandro o Gil-galad entró en el chat. Tiene 26, es egresado de Económicas.
Antes de esto era el último de la cola. Leandro se queja. Se presenta como
operador chico: Con un amigo tenemos entre 6000 y 6500 en acciones. Apuesta a
YPF y Telecom, heredadas de la abuela en el coletazo de privatizaciones. Entre los
cibernautas aprehendió la estética de la jerga bolsera:
Ahí dicen mucho stop 39 y opciones lote. Supe qué era un paquete de
opción que son compras a futuro. A mí se me escapaban.
Conoció derrumbes y derrumbados: Vos tenés gente que gana mucha guita y no se le
mueve una ceja. Y otra que pierde mucho, mucho y quiere matar a todo el mundo. En
algún punto, dice Leandro, todo son apuestas azarosas, pero de alcurnia: Escolasear
en la Bolsa te da status, es como si pertenecieras a otro nivel y los chicos buscamos eso
de diferenciarnos.
Hasta ahí la autorreferencia. La cuna de Alejandro viene de otro lado, del padre, lo
llama así: Desde chico tenía a mi padre que seguía los mercados y ahí
aprendí. Se cansó de la cadena del teléfono, dice: el secretario, después el
operador, el piso, esperaba el precio y por ahí no se operaba o pasaba tiempo y me
perdía una operación mejor.
Entre los chatistas las discusiones siguen, interminables. Hay trasferencias, no de
operaciones sino anímicas: el down puede hablar de bajas, pero más de depresiones
fuertes. Si alguno está up, puede sugerir fiesta. Se habla de operaciones y
un novato pregunta por un cirujano. Nadie se expone a aperturas por pudorosos.
Los hombres de la bolsa. Están ahí. Se relajan. Y siguen con el tío Vicente, ya
presentado.
Pepoxo dice:
Tres veces por semana peregrinamos a su casa. Si el tipo sube el pulgar, nos
bendice.
Alguien pregunta qué casa. Pepoxo vuelve:
El tío tiene una en Olivos, ahí pedimos el pulgar.
LA ELECTRONICA BARRE EL PISO
Defunción de la Bolsa
En los
últimos tres años se configuraron diversos websites que buscan procesar órdenes para
compras y ventas de valores a través de medios electrónicos. El website es el receptor
de la información, que es enviada al server del broker o del dealer, quien a su vez
ejecuta esas instrucciones. Si se trata de Nueva York, lo hace directamente en el piso del
NYSE (Stock Exchange, o Bolsa). Por tanto, el website es un instrumento de acercamiento al
inversor, proveyéndole medios electrónicos que le permiten canalizar sus instrucciones.
A su vez hay un mercado electrónico (el Nasdaq), donde las operaciones se transan en
forma telefónica o electrónica. Cuando el inversor pone una orden, ésta va a su broker,
quien a través de su mesa se comunica con otro, cierran la operación y la cargan en el
sistema. Cuando este proceso se realiza electrónicamente, un operador pone en pantalla la
oferta o la demanda y otro la toma, cerrando la transacción.
Otra variante es que un inversor, desde su casa, coloque la instrucción de una operación
en una website de Internet. La orden viaja entonces al server del broker o del dealer, y
éste la realiza en el piso bursátil si se trata de acciones, o en el mercado
electrónico si involucra títulos públicos o bonos del Tesoro. Esta manera de mercar
papeles generó un gran debate sobre las condiciones de seguridad en Internet: aunque se
avanzó mucho (sobre todo por la introducción de la fibra óptica), subsiste el peligro
de que los ha-ckers pinchen una operación. Es decir, que alteren la instrucción o le
cambien el rumbo.
Otro punto delicado es que quien quiera transar a través de Internet debe tener en algún
lugar su centro de liquidación y custodia: es decir, una cuenta en pesos o dólares, y
otra donde depositar los títulos, lo cual implica un desarrollo de software. Por tanto,
en la primera cuenta debe haber dinero que el broker tomará para pagar el título. Los
websites en Estados Unidos suelen funcionar con tarjetas de crédito o vinculados con la
cuenta corriente bancaria del inversor. Esto genera problemas de vulnerabilidad.
En la Argentina las operaciones bursátiles efectuadas a través de Internet son aún
escasas. Los inversores siguen prefiriendo telefonear a su operador, impartirle una orden
y mandarle un cheque. De todas maneras, los websites se expandieron en los países más
avanzados añadiendo atractivos, como información bursátil, seguimiento de cartera o
research (estudios específicos).
El Mercado Abierto Electrónico (MAE), como se llama en la Argentina, se manejaba a
través del trading telefónico. Pero hace un año y medio introdujo la operación
electrónica en pantalla. La próxima novedad será un sistema de liquidación y
compensación electrónica a través de Argenclear. El MAE opera, no a través de Internet
sino de una red de fibra óptica propia, o intranet, que cubre todo el microcentro y
utiliza el satélite para el resto del país.
Mientras tanto, el recinto tradicional de la Bolsa parece condenado a desaparecer (como de
hecho ya ha ocurrido en París, por ejemplo). El volumen diario de operaciones de la
Argentina por todo concepto (títulos públicos, documentos de provincias y municipios,
obligaciones negociables, acciones) suma entre $ 1500 y 1800 millones, pero no pasa de 250
millones lo que se transa a través del Mercado de Valores (MerVal).
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