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ENTREVISTA AL DRAMATURGO Y CINEASTA ESPAÑOL FERNANDO ARRABAL
“Ser escritor es una frustración”

Su último film tiene a Borges como eje. Aunque es uno de los más lúcidos intelectuales que dio España en el siglo XX, nació en Africa y vive desde hace 40 años en París. Reconoce que querría esconderse “y ser un hombre como todos los demás”.

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Por Marcos Rosenzvaig

t.gif (862 bytes) Dos hechos importantes marcan la vida de Fernando Arrabal, antes de convertirse en un intelectual famoso en medio mundo: la ausencia del padre y una larga internación en un hospital de tuberculosis. Su padre condenado por republicano, a pena de muerte primero, luego a treinta años y un día de prisión, un paso por un hospital para enfermos mentales, una posterior fuga y, después, la condena familiar de no saber nada más de su paradero. Ese es su background familiar. Hoy, cuando todos lo reconocen como uno de los pensadores más prestigiosos que haya dado España, Arrabal recuerda así a su padre: “Tiendo mi mano fraternal a todos los que, creyendo en las ideas o tendencias más diversas, se oponen a la opresión y a la injusticia. Y es de suponer que también hubiera dicho lo mismo aquel hombre del que sólo recuerdo las manos, que enterraban mis piececillos en la arena de la playa de Melilla”. Perseguido por el oscurantismo franquista, el entonces joven que se radicó en París hace cuarenta años supo canalizar sus obsesiones en finísimos trabajos como dramaturgo, cineasta, pintor, poeta, novelista y ajedrecista. Siete films constituyen su obra como cineasta. El último de ellos, aún sin estrenar, tiene al mismísimo Jorge Luis Borges como tema.
–¿Qué origen tiene el apellido Arrabal?
–En el Cobarrubias, que es un diccionario del año 1611, dice que el apellido es de origen hebreo y que significa multiplicar y es donde la ciudad se multiplica.
–Digamos que usted también es un multiplicador.
–Podría ser.
–Un multiplicador de teatro, cine, de poesía, de novela. Un multiplicador de arte.
–Desgraciadamente, sería mejor no hacer arte.
–¿Por qué?
–Es frustrante.
–¿Qué recuerdos tiene de su infancia?
–De mi nacimiento, ninguno. En general nadie tiene un recuerdo del nacimiento. Lo dice Borges en la película que acabo de terminar. Bueno, hay alguien que dice recordarlo, Dalí. El dice perogrulladas, por eso es tan chistoso.
–¿Cuál considera el punto inicial de su carrera artística?
–No hubo un punto inicial porque yo no quería ser artista. Yo quisiera ser un hombre como los demás, es una pena ser escritor, una frustración. Shakespeare hubiese sido más feliz siendo Romeo que escribiendo Romeo, siendo Julieta que escribiéndola.
–¿Por qué es una frustración?
–Porque es vivir de prestado para esconderse y para mostrarse.
–¿Cuándo cree que se esconde y cómo?
–Yo quisiera esconderme completamente, pero es difícil. Sobre todo cuando misteriosamente hay un poco de interés en mí y eso hace que me exponga en el doble sentido de la palabra: como una explosión de pinturas o como un bólido lanzado a toda la velocidad contra la pared.
–¿Escribir es una forma de exponerse?
–Vivimos expuestos, expuestos a todo. Poco puedo hablar que no sea mío, de la primera hasta la última obra siempre hablo de lo mismo. Hablo de mí. Voy a Lisboa y ven en Pik Nik conflictos actuales. Yo la escribí hace cincuenta años. Con la obra del Lirio sucede algo similar. El final de la obra transcurre en un hospital de los que viví cuando enfermé, un hospital de incurables. El director de la obra ve una enfermedad actual, la enfermedad de las vacas locas. Enfermedades que en Francia no existen. Me imagino una epidemia de esas enfermedades y gente en la calle disparando para que los enfermos no escapen de los hospitales.
–¿En España es más reconocido como dramaturgo o como novelista?
–Yo no soy ni un verdadero novelista ni un verdadero dramaturgo. Si la universidad me llama para dar una conferencia sobre novela, soy novelista. El teatro de Cervantes fue reconocido tardíamente, Valle Inclán lo mismo, aunque hubiese sido mejor no haberlo reconocido. Soy yo el que ha reconocido a los argentinos, es decir: que los ha conocido, porque he estado mucho con argentinos, he tenido relaciones apasionadas y estoy pensando en Víctor García.
–¿Qué recuerdos tiene del efímero pánico con Todorovsky y Topor?
–Nosotros no hicimos un teatro pánico, hicimos un movimiento pánico. Estábamos en el grupo surrealista, a nosotros nos interesaba la ciencia, y esto llevó a confusión, porque todo el mundo, al ver que éramos ovejas carnívoras, pensaban que nosotros comíamos carne, pero era carne de pescado.
–¿Recuerda alguna anécdota con Bretón?
–Anécdota ninguna. Bretón había adoptado con mucho dolor y sufrimiento el papel de estrella, de estrella en el barro. Entonces era difícil para él abandonar el barro y abandonar la estrella. Yo le escribía cartas inexistentes, tamborileaba cartas sobre una mesa, pero tenía pesadez de enviarlas en el momento en que el correo existía. Ahora está engrandecido por el fax e Internet. Entonces se podía escribir de una manera más espiritual.
–¿Cómo vive el transcurrir del tiempo, el paso de la vida, la idea de la muerte?
–Cuando me pongo a pensar en el tiempo, pienso que el tiempo es una especie de moda. Se presenta como un manantial en donde el agua surge. Pero aquí es al revés, es como si el agua se aspirara y al mismo tiempo se devuelve. Entonces no se sabe nada con el tiempo. Nunca supe nada del tiempo. Es como el espacio. Decimos vanidades sobre el tiempo y espacio, porque si dijéramos la verdad nos encerrarían.
–¿Por qué nos encerrarían?
–Son cosas que hay que respetar, como la democracia, como el traje de las flamencas. Intento no pensar en esas cosas que llevarían a peores cosas que la camisa de fuerza. La camisa de fuerza era bastante bonita. Topor la ilustra en ese cuadro que usted ve allí. El muestra a la mujer, es decir a mí o a él y estamos chupados por esas personas que creen en el tiempo y en el espacio. Esa mujer está como si no ocurriera nada, por mucho que chupen no pueden extraerle nada. ¿Qué puede hacer la sociedad? No puede hacer nada contra nosotros.
–¿Escribe actualmente teatro?
–Puedo decir que continúo haciendo actos de autosatisfacción erótica, actos para que nos visite una mujer. Pirandello cuenta cómo lo visita una mujer todas las noches en seis personajes. Es una criada esbelta, bellísima, vestida de negro y es la fantasía. A mí me tiene que ver una mujer vestida con todos los colores, los colores de la ciencia, de la filosofía, del amor, de la pornografía, del erotismo y no se llama fantasía. Eso está bien para los titanes que creen que pueden reformar el mundo. Pero como no somos titanes, como somos abejas y ovejas. Esa mujer que viene a vernos no es la fantasía, es la imaginación y ¿qué es la imaginación?: el arte de combinar los recuerdos. Sin memoria no hay nada.
–De niño obtuvo un premio al superdotado.
–Porque justamente era el menos superdotado de los chicos españoles, pero con ideas sumamente cretinas. Yo sabía porque era más cretino que ellos.
–El hombre no deja de mirar el pasado con una melancólica sonrisa. ¿Cómo se recuerda hace treinta años haciendo efímeros pánicos?
–Son recuerdos de piscina, de zambullirse, de convertirse en delfín con la persona que se está bien. Prefiero mirar el hoy, creo que atravesamos por un momento formidable en el triple sentido de la palabra. Formidable bello, formidable grande y formidable que causa miedo. Hoy encuentro en mis viajes personas infinitamente más geniales que las anteriores, yo soy de la idea que el eterno retorno es el último eslabón de la cadena que estamos viviendo. Que no se puede comparar a Flaubert, Balzac, James Joyce con los de hoy, con Welbek, Kundera o con Beni Levi, el secretario secreto de Sartre y transformador de Sartre. El actualmente está en Jerusalén dirigiendo una escuela de rabinos. Por eso el mundo de hoy vuelve a su origen, vuelve al siglo XVI y XVII, a los grandes, a Montaigne, a Cervantes, a Shakespeare: es decir a la ambigüedad.
–Hablando de Sartre, viene a la mente la idea del papel de los intelectuales frente a los acontecimientos políticos. He leído las declaraciones de Debray con respecto de la guerra de Kosovo.
–Creo haber estado allí donde se me necesitaba, no hace mucho tiempo Berdiglioni se hallaba preso. Cuando Pannella pidió la presencia de los intelectuales, fui el único que lo acompañó a la prisión en el momento en que Berdiglioni estaba haciendo una huelga de hambre. El fue siempre gordo, pero en la cárcel estaba obeso. Me dirigí a las autoridades penitenciarias y les dije: “Estoy dispuesto a cambiar mi cuerpo por el de mi amigo”. Naturalmente que no me hicieron caso, pero a los dos días Berdiglioni recuperó la libertad.
–¿Cómo ve el futuro del teatro?
–El teatro es como el cuerpo de una mujer. Muy excitante, y yo prefiero ver lo mínimo posible. Los directores hacen mis obras con desnudos, ellos piensan que mis obras son pornográficas. A mí me parece un error. Una mujer debe vestirse incluso si es para desvestirse. El carácter femenino del teatro es el que le da el altruismo, la capacidad de amar y de fornicar. El amor es como el teatro: una levitación. Desde Lisboa, Suecia, Italia, Alemania del Este, en todos esos lugares mis obras se hacen con desnudos. A mí me da miedo, cuando se propague la moda de quemar al que no piensa como los demás, me van a llamar brujo y me van a quemar. Yo intento pensar como los demás.

 

La generosidad de Borges

–¿Qué relación tuvo con Borges, sobre el que gira su última película?
–A Borges lo conocí muy tarde en su vida. Fue en el año ‘63. Pero, por esas cosas de la vida, pude pasar con él parte de los últimos momentos de su vida, en 1986, antes de que se retirase unos meses en silencio, se casara con Kodama y muriese en Ginebra.
–¿Qué recuerdos tiene de esos últimos momentos con Borges?
–Borges siempre me llamaba el Africano, rompiendo con la solemnidad de una relación entre escritores. Era un hombre muy generoso, cualidad que conservó hasta el final. Era una especie de pavo real, pero que abría su cola para distribuir todo lo que tenía. Había gente que, incluso, cuidaba de él para que no lo diera todo. Para él, el dinero era candelilla. Iba o venía. Pienso que la generosidad es el último o el más grande avatar de la inteligencia. El altruismo, la bondad, la generosidad son valores femeninos. Yo pienso a Borges casi como una mujer.


Una mujer es una mujer

–¿Es cierto que usted quiso cortejar a Gala, la mujer de Salvador Dalí?
–Sí, pero en presencia de él, naturalmente. Y me fue muy mal. Yo le hice la corte artística. Porque ella formó a muchos genios, yo deseaba que me formara. Ella tenía la posibilidad de transformar a un hombre sólo con el contacto de su cerebro, de su sexo, de su cuerpo y de su alma. Por ejemplo Max Ernst que fue un pintor vulgar, vulgarísimo. Y los días, los meses que pasa con Gala se convierte en el creador del collage. Ella desaparece y desaparece Max Ernst. Con Paul Eluard es peor aún, es un poeta que no está mal, se casa con ella y se convierte en el Rimbaud de su generación. Ella se marcha y se convierte en un poetastro de mala muerte. El asunto es que hubo un conflicto en mi presencia, él estaba por inaugurar una exposición cuando vino el jefe de protocolo con el plano de cómo se debían disponer los invitados. Y Dalí dijo: “¿Dónde han puesto al querido de mi mujer?”. Yo era la primera vez que la veía y entonces se me ocurre decirle una fantochada: “¿Es cierto que Dalí es virgen desde la noche de bodas?”. Ella se puso furiosa, y me dijo: “¿Cómo se puede hacer una pregunta así?”. Me volví hacia Dalí y le dije: “¿Cómo puedo hacer para cortejar a su mujer?”. Ella volvió a ponerse furiosa y dijo: “Esta persona te pide a ti que intervengas”. Dalí dijo: “Es que Arrabal practica el amor cortés y en el amor cortés se debe pedir permiso al marido”. Yo nunca hubiese hecho nada si él no estaba presente. Todo terminó muy mal. Gala se fue, cerró la puerta y yo nunca más la volvería a ver.

 

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