Por designio o por deriva, Estados Unidos está
desplegando dos diplomacias paralelas hacia Colombia. Una, la oficial, sostenida por Bill
Clinton y la mayoría de sus asesores, es antiintervencionista, y se limita a tratar de
fortalecer la capacidad de combate del Ejército colombiano contra unos narcotraficantes y
unos guerrilleros que, en la perspectiva norteamericana, aparecen cada vez más
identificados. Otra, la no tan oficial -pero no menos explícita-, es la que sostiene en
público el general Barry McCaffrey, "zar" antidrogas norteamericano, que al
hablar de "narcoguerrilla" puso a las FARC bajo la mira norteamericana con tanta
certeza como los aviones espía DH7 que hacen inteligencia para el Ejército colombiano y
que fueron cruciales para derrotar la ofensiva insurgente de semanas atrás en las afueras
de Bogotá.
Compárese la situación con otro conflicto en que EE.UU. ya intervino:
el de Kosovo. En esa ocasión, el general norteamericano Wesley Clark, comandante supremo
de la OTAN, llegó todo lo lejos que le permitía el reglamento militar en el reclamo a
Bill Clinton de lo que Bill Clinton no quería entregar: reforzamiento de la ofensiva
aérea, permiso de operación para los helicópteros Apache estacionados en Albania y
Macedonia y preparación de un plan de contingencia que involucrara la entrada en acción
de tropas terrestres. El conflicto terminó sin estos requerimientos y el general acaba de
ser debidamente despedido por una Administración que teme a las bajas militares más que
a la peste. ¿El general McCaffrey está dispuesto a ser el Wesley Clark de Colombia?
No exactamente, porque el desmantelamiento del Comando Sur en Panamá ya ha forzado el
emplazamiento de nuevas bases en Puerto Rico, Aruba, Curazao, la isla ecuatoriana de Manta
contra el narcotráfico, y detrás de McCaffrey se mueve al menos un sector del Pentágono
que considera la situación colombiana como una amenaza clara y directa a la seguridad
nacional norteamericana, lo que distaba de ser el caso en Kosovo. La intervención es un
hecho, aunque la falta de capital político para comprometer tropas terrestres y la
negativa de Brasil a una intervención en regla supongan fuertes límites. Pero, en la
medida en que las FARC redoblan su apuesta y que el diálogo de paz del presidente Andrés
Pastrana parece cada vez más utópico, se profundizarán los llamados a acciones
limitadas y contramedidas ad hoc que impIdan el derrame del conflicto al Canal de Panamá,
a Perú y a Venezuela, los tres frentes en que la estabilidad continental aparece más
comprometida. |