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SUBRAYADO

Postales de este lado del mundo

Por Carlos Polimeni

1. Rulo tiene una panza de sánguches de milanesa y fideos recalentados, y un gesto de perro bueno. La tristeza de su vida parece resbalarle: está acostumbrado. Se inventó, y un poco le inventaron, un pasado glorioso, que ahora es como un sobretodo que le quedó chico. Ya no le sirve para no pasar frío, perdido en una realidad en blanco, negro y gris. Rulo debe haber votado a Carlos Menem en 1989, pero es de los que se quedaron afuera, la ñata contra el vidrio, de los beneficios de sus planes económicos. Un psiconalista diría que está profundamente deprimido. Rulo ni siquiera conoce la palabra. Se prepara dos meses para manejar una grúa, pero la ART decidirá que no puede manejarla. Irá al sur a trabajar, cómo iría al norte, al oeste y al este, si hubiese un este de Buenos Aires. Volverá como se fue: sin ganas de hablar, sin perro que ladre, sin otra cosa que un par de abrazos de amigos, sin nada que vender y una madre que lo esperará siempre, en una casa suburbana. Esa casa parece hablar de una era en que la sombra del General velaba por los trabajadores. Que hubiese trabajadores implicaba que había trabajo. Rulo es uno de los tipos que cuatro décadas después se cayeron violentamente del sueño del país para todos, de la utopía del progreso sin fin. Podría ser tu padre, tu hermano, tu primo, tu amigo de la infancia. Podrías ser vos, si algo sale mal, un día cualquiera. Rulo es el protagonista de Mundo grúa, el film del joven Pablo Trapero que resiste a los colosos del mercado, girando aun por varias salas del país. Hoy, cuando alguien intenta pensar con imágenes en la Alemania previa al ascenso de Hitler recurre a El huevo de la serpiente, Cabaret o El tambor. Dentro de cincuenta años, cuanto todo esto sea recuerdo, al estudiarse la Argentina de la década del 90, Mundo grúa, Pizza birra, faso y Mala época se verán como documentos realistas de que cómo eran las cosas en un país que había extraviado el lenguaje de los sueños colectivos.

2. Irene va para los dos años y medio, y se ha hecho fanática de Tarzán, George de la selva y Godzilla. Le usurpó a Sofía, que ya cumple once, los Pequeño Pony y las Barbie, como ejerciendo un acto de justicia generacional. Los Teletubbies que la rodean, en forma de televisión, video y muñecos de plástico o goma, de distintos tamaños, la divierten como por contagio. Ruge como Skar, el malvado de El rey león, divide el mundo entre malos y buenos. Le encanta "Carlitos", el bebé de Rugrats que casi siempre tiene miedo, pero forma una dupla imbatible con Tommy. Cuando en la película inspirada en la serie "Tommy" se arrepintió de haber querido que su hermanito bebé desapareciera de la faz de la tierra, Sofía la miró con ternura, en la oscuridad del cine, e Irene le devolvió una sonrisa encantadora. Tiene sus compact disc, sus videos, habla por teléfono celular y dibuja en la compu. Se queda perpleja, en el zoológico, cuando ve en vivo y en directo animales como de fábula: jirafas rascacielos, elefantes perezosos, monos de melancolía humana, rinocerontes que miran fijo. El sábado, en el espectáculo de Mariana y Los Pandiya al que Página/12 invitó a sus lectores, Irene se quedó perpleja cuando el techo del teatro Regio se abrió en dos y dejó ver el cielo limpio, celeste e inesperado. ¿No tiene luna? preguntó. Eran las cuatro de la tarde y el teatro estaba lleno de piojos, piojitos y padres, deslumbrados por la maravilla más elemental de todas. Una hora después, cantaba "Garota de Ipanema", con su hermana y ya no miraba el cielo, que sin embargo, seguía mirando todo.

3. Está tan acelerado como siempre, y un poco más ronco. Hace ya 17 años que se hizo famoso, en unos tiempos difíciles, por unos temas que eran casi un parte de situación: la historia de un preso que salía de la cárcel para encontrarse con que su mujer tenía otro tipo, la de unos padres que habían perdido un chico. Juan Carlos Baglietto estuvo presentando durante todo el mes, a sala llenísima en La Trastienda, un espectáculo en que el anfitrión es, en rigor, Lito Vitale, el hombre de las tres manos. El dúo de humildades, que comenzó en 1991 con el disco Postales de este lado del mundo, está grabando su sucesor, y lo presentará en vivo en el Luna Park, en noviembre. El tiempo ha convertido a Baglietto en un proyecto de gran cantor de tangos, ahora que las nieves del tiempo platearon su sien y volaron sus chapas. Ya no los canta como pidiendo permiso: pareciera que esas letras y esas melodías han ido haciéndose suyas, como ganándolo para una causa perdida. El día que las mastique en lugar de escupirlas, el día en que ambos bajen un poquito el volumen y no corran carreras contra la nada, no habrá con que discutirles un lugar de excepción. Quizás, no pase pronto: toda la vida puede ser una preparación para llegar alguna vez al momento exacto en que interpretar Desencuentro, La última curda o Nostalgias sea estar a su altura. Pero ¿quién les quita lo cantado?

 

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