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CAMPANITAS
Por Antonio Dal Masetto


t.gif (862 bytes) Mi amiga Leticia se mudó. Durante años vivió en La Lucila. Viajaba todos los días a la Capital, al barrio de Palermo Viejo, donde tiene un coqueto restaurante de pocas mesas, al que atiende con un par de ayudantes. Leticia es una mujer interesante, se está arrimando a los cincuenta, nunca se casó. “Vos sabés cómo es esto –me dijo muchas veces– toda la vida metida en el trabajo, al final no me quedó tiempo para los afectos”. Desde que la conozco siempre vistió sobrios trajes sastre. Esta noche la visito en su restaurante y se me aparece con un juvenil vestido floreado y acampanado. Le digo que se la ve estupenda. Ella sonríe y gira en redondo para que la falda vuele. Hubo cambios en la vida de Leticia. Veamos cómo ocurrió.Resulta que en Palermo Viejo, a un par de cuadras del negocio de Leticia, vive un Na32fo01.jpg (6310 bytes)joven de nombre Ricardo, estudiante de Ingeniería. Ricardo pasa y pasa frente al restaurante. Pasa y mira para adentro. Todas las mañanas mi amiga encuentra una rosa blanca enganchada de la manija de la puerta y el nombre del enamorado. Le agrada este detalle romántico. ¿Cómo se habrá dado cuenta de que ella es especialmente sensible a las rosas blancas? Qué intuición la de este chico.Durante semanas sigue el discreto acoso de la rosa blanca en la puerta. Hasta que un mediodía se sienta una clienta nueva en el restaurante. Elige la mesa más apartada, espera que se vaya toda la clientela, pide hablar con Leticia y se da a conocer:–Mi nombre es Adriana, soy la mamá de Ricardo. Me preocupa mucho mi hijo, está triste, no come, no estudia, se está convirtiendo en la sombra de sí mismo; mi marido y yo no sabemos qué hacer. Lo hemos visto enamorado otras veces, relaciones de gente joven, turbulentas y pasajeras, pero esto es diferente, parece un bichito que se va a morir de tristeza. Vengo a solicitarle ayuda, hable con Ricardito aunque sea una vez, se lo pido como madre. Esta tarde nosotros nos vamos de compras, él va a estar solo en casa, acá le dejo la dirección.Leticia se ablanda ante tanta sinceridad. Además, encontrarse con un enamorado capaz de dejarse morir de pena no es cosa de todos los días. Esa tarde visita al chico. Hablan sentados frente a frente en los sillones del living y sus rodillas casi se tocan. En realidad es Leticia la que hace el gasto de la charla. Ricardo se limita a mirarla en silencio, con esos grandes ojos negros. En determinado momento Leticia le acaricia la cabeza. Y bueno, así es como ocurren las cosas de la vida. Pasan un par de horas maravillosas.Leticia regresa al otro día y al otro y al otro. Los padres de Ricky, discretamente, van de compras todas las tardes y regresan cuando Leticia ya se retiró. Un día vuelven más temprano o Leticia demoró la partida más que de costumbre. Toman café, una copa y empieza otra etapa de esta historia. Leticia pasa cada vez más tiempo con ellos. Le explica a Adriana cómo cambiar la decoración de la casa sin necesidad de invertir mucho dinero, la inicia en los secretos de la buena cocina, tema en que ella es una experta. Roberto, el padre de Ricky, está encantado y medio en broma medio en serio exclama.–Por fin se come bien en esta casa.Excelente muchacho, Roberto, serio, trabajador. Es empleado de banco. Leticia le aconseja cómo manejarse en su carrera, lo impulsa para que haga este curso y este otro, y él le hace caso. Leticia está segura de que Roberto llegará a ser gerente del banco. Mientras tanto Ricky recupera las materias perdidas. Leticia se queda a dormir una noche, luego otra y otra más. Ricky es un chico con una vitalidad y un entusiasmo impresionantes. A esa edad son incansables. Cuando Leticia se mira al espejo, se ve tan lozana, tan fresca, que se acuerda de lo que siempre le decía su madre: el amor es el mejor cirujano plástico. Un día Adriana le hace una propuesta:–¿Por qué no te mudás con nosotros? Estás a dos cuadras del restaurante. ¿Para qué venirte desde La Lucila todos los días?Leticia lo piensa un poco, le parece una sugerencia razonable y acepta.–Así que a esta altura de mi vida, inesperadamente, acá me tenés, como una gallinita con tres polluelos: Ricky, mi suegra y mi suegro –me dice con una risita encantadora.–Se te ve espléndida, florecida como un cerezo en primavera, estás rodeada de campanitas –le digo.–Sí, la verdad que estoy muy bien. Después de tantos años de dedicarme exclusivamente al trabajo y a mí misma, me di cuenta de que llevaba una vida muy egoísta, olvidada de que el mundo está lleno de bellas personas y que la felicidad consiste en ayudarse unos a otros. Descubrí que me siento bárbara pudiendo ser útil.

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