Mi amiga Leticia se
mudó. Durante años vivió en La Lucila. Viajaba todos los días a la Capital, al barrio
de Palermo Viejo, donde tiene un coqueto restaurante de pocas mesas, al que atiende con un
par de ayudantes. Leticia es una mujer interesante, se está arrimando a los cincuenta,
nunca se casó. Vos sabés cómo es esto me dijo muchas veces toda la
vida metida en el trabajo, al final no me quedó tiempo para los afectos. Desde que
la conozco siempre vistió sobrios trajes sastre. Esta noche la visito en su restaurante y
se me aparece con un juvenil vestido floreado y acampanado. Le digo que se la ve
estupenda. Ella sonríe y gira en redondo para que la falda vuele. Hubo cambios en la vida
de Leticia. Veamos cómo ocurrió.Resulta que en Palermo Viejo, a un par de cuadras del
negocio de Leticia, vive un joven de nombre Ricardo, estudiante de
Ingeniería. Ricardo pasa y pasa frente al restaurante. Pasa y mira para adentro. Todas
las mañanas mi amiga encuentra una rosa blanca enganchada de la manija de la puerta y el
nombre del enamorado. Le agrada este detalle romántico. ¿Cómo se habrá dado cuenta de
que ella es especialmente sensible a las rosas blancas? Qué intuición la de este
chico.Durante semanas sigue el discreto acoso de la rosa blanca en la puerta. Hasta que un
mediodía se sienta una clienta nueva en el restaurante. Elige la mesa más apartada,
espera que se vaya toda la clientela, pide hablar con Leticia y se da a conocer:Mi
nombre es Adriana, soy la mamá de Ricardo. Me preocupa mucho mi hijo, está triste, no
come, no estudia, se está convirtiendo en la sombra de sí mismo; mi marido y yo no
sabemos qué hacer. Lo hemos visto enamorado otras veces, relaciones de gente joven,
turbulentas y pasajeras, pero esto es diferente, parece un bichito que se va a morir de
tristeza. Vengo a solicitarle ayuda, hable con Ricardito aunque sea una vez, se lo pido
como madre. Esta tarde nosotros nos vamos de compras, él va a estar solo en casa, acá le
dejo la dirección.Leticia se ablanda ante tanta sinceridad. Además, encontrarse con un
enamorado capaz de dejarse morir de pena no es cosa de todos los días. Esa tarde visita
al chico. Hablan sentados frente a frente en los sillones del living y sus rodillas casi
se tocan. En realidad es Leticia la que hace el gasto de la charla. Ricardo se limita a
mirarla en silencio, con esos grandes ojos negros. En determinado momento Leticia le
acaricia la cabeza. Y bueno, así es como ocurren las cosas de la vida. Pasan un par de
horas maravillosas.Leticia regresa al otro día y al otro y al otro. Los padres de Ricky,
discretamente, van de compras todas las tardes y regresan cuando Leticia ya se retiró. Un
día vuelven más temprano o Leticia demoró la partida más que de costumbre. Toman
café, una copa y empieza otra etapa de esta historia. Leticia pasa cada vez más tiempo
con ellos. Le explica a Adriana cómo cambiar la decoración de la casa sin necesidad de
invertir mucho dinero, la inicia en los secretos de la buena cocina, tema en que ella es
una experta. Roberto, el padre de Ricky, está encantado y medio en broma medio en serio
exclama.Por fin se come bien en esta casa.Excelente muchacho, Roberto, serio,
trabajador. Es empleado de banco. Leticia le aconseja cómo manejarse en su carrera, lo
impulsa para que haga este curso y este otro, y él le hace caso. Leticia está segura de
que Roberto llegará a ser gerente del banco. Mientras tanto Ricky recupera las materias
perdidas. Leticia se queda a dormir una noche, luego otra y otra más. Ricky es un chico
con una vitalidad y un entusiasmo impresionantes. A esa edad son incansables. Cuando
Leticia se mira al espejo, se ve tan lozana, tan fresca, que se acuerda de lo que siempre
le decía su madre: el amor es el mejor cirujano plástico. Un día Adriana le hace una
propuesta:¿Por qué no te mudás con nosotros? Estás a dos cuadras del
restaurante. ¿Para qué venirte desde La Lucila todos los días?Leticia lo piensa un
poco, le parece una sugerencia razonable y acepta.Así que a esta altura de mi vida,
inesperadamente, acá me tenés, como una gallinita con tres polluelos: Ricky, mi suegra y
mi suegro me dice con una risita encantadora.Se te ve espléndida, florecida
como un cerezo en primavera, estás rodeada de campanitas le digo.Sí, la
verdad que estoy muy bien. Después de tantos años de dedicarme exclusivamente al trabajo
y a mí misma, me di cuenta de que llevaba una vida muy egoísta, olvidada de que el mundo
está lleno de bellas personas y que la felicidad consiste en ayudarse unos a otros.
Descubrí que me siento bárbara pudiendo ser útil.
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