Corresponde al menemismo
el triste mérito de no haber respetado el límite ético de no jugar con los muertos, y
al duhaldismo el de haber mordido el anzuelo. Lo cierto es que hay un juego mediático
perverso y peligroso, que hace necesario precisar algunas cosas sobre los slogans
incoherentes que se lanzan.
A. Armar vecinos sería abrir el camino a los justicieros de las favelas de Río.
Acabarían en organizaciones mafiosas que matan niños-correos para disputarse el mercado
de tóxicos y que cobran protección a los vecinos.
B. Municipalizar las policías es una iniciativa correcta en principio, pero requiere
cuidadosa programación, para que no afecte la profesionalización y no se convierta en un
arma política de caudillejos locales.
C. Imponer a los vigilantes privados el deber de llamar a la policía estatal ante un
delito es elemental. Facultarlos para que intervengan impidiendo el delito y deteniendo al
responsable no es nada, porque es lo que desde siempre podemos hacer todos los habitantes,
según los códigos procesal y penal.
D. Autorizar a la policía a ejercer la legítima defensa sin previa identificación es
ridículo: el código penal no exige que nadie se identifique antes de defenderse. Deberá
hacerlo sólo si es razonable. Nunca al derecho penal se le ocurrió que no hay legítima
defensa si alguien se defiende sin avisar que lo va a hacer, cuando avisar implicaría su
muerte o la del amenazado.
E. No hay ninguna guerra, como proclaman ciertos energúmenos, que hace veinte años
llamaron guerra al terrorismo de Estado. Lo que hay es corrupción y negociado de
contrabando, venta indiscriminada y mercado negro de armas. La sociedad argentina nunca
antes tuvo tantas armas ni tan baratas ni tan perfectamente distribuidas.
¿Cómo se resuelve? Reforzando el control de las fronteras, metiendo presos a los
contrabandistas, vendedores, distribuidores y locadores de armas, y a los que llevan armas
encima o en vehículos. Estableciendo controles con detectores de metales en cualquier
lado y en cualquier momento. Entregando las armas secuestradas a los jueces y
compactándolas de inmediato con su control. La portación de armas que no sean de fuego
está penada por el código contravencional de la ciudad (los edictos no la penaban).
El tráfico y la tenencia de armas produce más muertos que el de drogas, al menos en la
Argentina. Es de sentido común que, si bien no podemos resolver en corto plazo la
conflictividad social actual, generada por la frustración, el desempleo y la
polarización de riqueza, pacientemente conseguida en diez años de menemismo, por lo
menos podemos lograr que cause menos muertos.
A los energúmenos que hablan de guerra, promoviendo la masacre entre los pobres, no
parece ocurrírseles que las guerras con menos armas son menos mortíferas.
F. Están muriendo policías. No es nuevo, sólo que es más frecuente: hace trece años,
en una investigación de campo en Buenos Aires, Río, México y Caracas, advertimos que la
mayor parte de las muertes policiales son fuera de servicio. Nadie nos escuchó. Esas
muertes se deben: a) a que se les prohíbe evaluar la situación antes de intervenir; b) a
que, si los matan, los ascienden y los entierran con ceremonial de guerra, pero si les
roban el arma, los echan; c) a que son obligados a portar armas, credenciales o signos de
identificación fuera de servicio, lo que los convierte en blancos móviles en sus barrios
humildes. El responsable de la seguridad federal dice que si se le permitiese evaluar la
situación antes de intervenir, se resolvería el problema del policía, pero no el de la
sociedad. Parece que el policía no pertenece a la sociedad y, por otra parte, también
para este curioso funcionario, la seguridad se preservaría obligando a la gente a
desesperarse y actuar sin sentido, en forma que acabe con su propia vida y la de terceros.
El mismo original personaje y candidato menemista afirma que eso se debe a que la policía
no puede interrogar. Olvida que puede hacerlo en la provincia, y que es allí donde se
producen las muertes. Además, nada impide que la policía hable con el detenido y de
hecho es inevitable. Lo que no se debe admitir es que le haga prestar declaración con
valor de prueba, que era el pretexto para la tortura, como todo el mundo sabe.
¿Cómo se resuelve? Instruyendo al personal para que no haga un culto del heroísmo sino
de la inteligencia. Permitiéndole evaluar la situación y, sobre todo, preservar su vida
y la de las víctimas. Suprimiendo los signos externos (corte de cabello y semejantes).
Reemplazando la credencial por una clave personal. No obligándolo a llevar el arma fuera
de servicio. Y permitiéndole la sindicalización, para que puedan discutir sus
condiciones de trabajo, peticionar, desarrollar conciencia profesional y, sobre todo,
denunciar la corrupción y el reparto de sus beneficios hacia arriba. Además, claro,
profesionalizándolos cada vez más, dotándolos de presupuesto legítimamente y
pagándoles dignamente.
G. Y, por supuesto, definiendo el modelo de policía que queremos. ¿Qué modelos hay?
Muchos, pero básicamente dos: una policía empírica que tortura y una policía
profesional que usa el laboratorio de criminalística. No hay sociedad sin policía.
Decidamos pues, con cuál nos quedamos.
* Director del Departamento de Derecho Penal y Criminología UBA.
Legislador Frepaso-Alianza.
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