Por Horacio Bernades Productores y publicistas
británicos se ocuparon de promocionar Notting Hill poco menos que como una causa
nacional, y el rebote en la prensa terminó de multiplicar el efecto. Es que
el cine inglés está atravesando un momento floreciente, y hasta se atreve a disputarle
algunos nichos de mercado al mismísimo ogro hollywoodense. Allí están los siete Oscar
ganados en marzo por Shakespeare apasionado como reluciente botón de muestra.
Puntal de este resurgimiento fue Cuatro bodas y un funeral, que cinco años atrás le
enseñó al cine inglés que no era necesario lucir pelucas, porcelanas Hartford y ropas
de época para ganar. Recurriendo al viejo truco del humor cáustico y los diálogos
ingeniosos también se podía, siempre y cuando se complaciera al público con una buena
dosis de gente linda, romances y casamientos. La fórmula se reitera ahora con Un lugar
llamado Notting Hill, que para más datos reúne a guionista (Richard Curtis) y
protagonista (Hugh Grant) de aquel exitazo, bajo el ala de la misma compañía productora.
Y encima levanta la apuesta: en lugar de la bonita y algo paspada Andie McDowell, la
estrella americana invitada es ahora nada menos que Julia Roberts, que luego de La boda de
mi mejor amigo pasa por uno de los mejores momentos de su carrera. Como lo confirma, por
estos días, The Runaway Bride, en la que vuelve a reunirse con el director y el marmóreo
coprotagonista de Mujer bonita.
Un lugar llamado Notting Hill tiene todo para ganar, y lo hará. Hay una historia de amor
con las suficientes vueltas e imprevistos, protagonizada por dos sex symbols (sí, créase
o no, Grant lo es) que además son buenos comediantes, un sólido elenco de apoyo que
incluye a un par de verdaderos roba-escenas, pintorescos rincones de Londres muy bien
fotografiados, buen ritmo de comedia, diálogos en más de un momento brillantes y dos o
tres memorables escenas cómicas. Encima, cada clímax romántico se ve elevado a la
enésima potencia por una banda de sonido que Trevor Jones llena de probadas melodías,
llegando a coronar algún beso con una épica sinfónica digna de La guerra de las
galaxias. ¿Es entonces Un lugar llamado Notting Hill aquella comedia perfecta que todo el
mundo está esperando? Aunque los fans no van a mosquearse por estas minucias, hay que
decir que todo comienza con un beso sumamente improbable y termina con un forzado
rescate de último minuto y un aún más forzado final-final con paquete y
moñito hiperconvencional, ceremonia y panza incluidas.
Todo está muy bien, sin embargo, hasta el momento en que a Curtis se le da por separar a
la pareja la mañana siguiente de haberla juntado, a partir del cual la cosa empieza a
derivar, estirarse y tropezar. Hasta entonces, funciona como tiene que funcionar la
fábula del común mortal (Grant, dueño de una librería turística ubicada en la
colorida zona de Portobello Road) a quien la diosa (Roberts, haciendo de... superestrella
de Hollywood) se digna a elegir como objeto de deseo. El guión de Un lugar llamado
Notting Hill se da el lujo de hacer circular por detrás una serie de inteligentes
reflexiones sobre la invasión de lo privado por parte delo público y sobre lo real y lo
aparente, sin privarse Curtis de oportunos latigazos anti-Hollywood. En el terreno
específico de la comedia, la larga escena en la que el timorato de Grant (¿cuánto
más va a esperar para besarla?, es la pregunta del millón) debe improvisarse como
periodista de espectáculos es francamente antológica. Así como la presentación oficial
del comediante Rhys Ifans como el roñoso y despelotado Spike augura un posible sucedáneo
británico de Michael Richards, el genial Kramer de la serie Seinfeld.
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