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“NADJA”, APADRINADA POR DAVID LYNCH
Una vampiresa suelta en Nueva York

Un film irónico y seductor.
La estética es bien clase “B”.

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Por Martín Pérez

t.gif (862 bytes) ”Largas noches sin dormir, en las que el cerebro se enciende como una ciudad.” Eso piensa Nadja, que sabe bien de noches sin dormir, y eso es lo primero que se escucha en el film de Michael Almereyda, que sabe bien lo que piensa su Nadja. Porque Nadja es un vampiro suelto en Nueva York, una hermosa vampira trip hop, trágica existencialista aún en las líneas de diálogo más obvias de la seducción de bar. Nadja está aún más viva cuando –apenas comenzado el film– encuentra un cuello del que beber, pero su vitalidad se congela cuando su sangre le dice que su padre ha muerto. Del otro lado de la ciudad y del día, Jim se entera que su tío está preso por haber matado a un hombre. ¿Cómo lo hizo? De la manera más extraña: clavándole una estaca en el corazón. El padre muerto de Nadja lleva el apellido Drácula, el tío de Jim se llama Van Helsing. Y la historia en torno del vampiro más famoso no ha hecho más que empezar.
Con producción de David Lynch –que tiene un apropiado cameo como el recepcionista de la morgue al que le vienen a exigir el cadáver de Drácula–, Nadja es una estilizada y disfrutable vuelta de tuerca alrededor del género del que se ocupa. Si en el reciente “Drácula” local de Diego Kaplan se filtraba al mismo tiempo la peor superficialidad y la más disfrutable ironía-cult de nuestra televisión, en el film de Almereyda se combinan la velada ironía del cine de Lynch y la distancia de Hal Hartley. Festín alternativo estadounidense y de género, Nadja es un curioso trabajo de estilo, que luce muy bien una contemporánea languidez, seductora y atrapante hasta cruzar el límite y pasar a deshacerse en sus propios diálogos, siempre atrapados entre el suspiro y la mueca.
Con un sorprendente Peter Fonda en el papel de Van Helsing, y el siempre sorprendido Martin Donovan como su sobrino Jim, Nadja deambula entre la noche sin fin de los jóvenes y sus ciudades, y la seducción de su protagonista principal, interpretada por la sugerente chica-Hartley Elina Lowensohn. “Los jóvenes lo comprenden todo, sólo que no saben qué hacer con ese conocimiento”, se escucha decir por ahí, mientras la vampiro Nadja se deja llevar por la música electrónica del insomnio urbano, y seduce a la bella mujer de Jim. Ayudada por su esclavo-amante Renfield, Nadja busca reunirse con su gemelo Edgar. Van Helsing la sigue junto con Jim, que va también detrás de su mujer. Semejante desfile se estiliza en la pantalla con una puesta en escena decididamente clase B, y un blanco y negro al que se le suma el uso de una cámara de juguete que hace las veces de subjetiva de los vampiros.
El resultado final es un film seductor abandonado a su suerte en el señalizado laberinto de la obviedad del género, en la sorda carcajada que convocan sus diálogos vacíos y profundos ya sin la red estética del comienzo. Pero que se disfruta desde la complicidad del ejercicio de estilo que alcanza su objetivo. Cuando se estrenó en los Estados Unidos, un lustro atrás, se dijo de Nadja que era un film irónico, pero triste de tener que cargar con esa ironía. La descripción funcionaaún hoy, después del vaciamiento del cielo indie estadounidense, así como de todas sus oportunas pero finalmente inútiles ironías. Y es, junto a la presencia proto-Dietrich de Elina Lowenson, la mejor presentación para el film de Almereyda.

 

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