Por Alejandra Dandan Una cruz vigila el palacio de
letras. Allí estará a partir de hoy la figura del jefe de la Iglesia católica, Juan
Pablo II, en el predio de la Biblioteca Nacional. A través de un decreto firmado el lunes
pasado, el presidente Carlos Menem habilitó su instalación, en contra de una ley que
prohíbe levantar monumentos a personas vivas. Para salvar el detalle, el PJ impulsó el
tratamiento sobre tablas en el Congreso: la excepción para el monumento a Su Santidad es
desde el miércoles ley nacional. Lo logró con el apoyo de la oposición, que negoció a
cambio ironías de la vida legislativa la aprobación de un aspecto técnico
sobre la instalación del Museo del Holocausto. La estatua donada por la comunidad polaca
argentina quedará instalada en los terrenos más altos de la Biblioteca. Con ella, el
Presidente coronará el agasajo a la Iglesia tras finalizar ayer el encuentro sobre
familia organizado por el Vaticano en la urbe. La presencia de la estatua generó el
rechazo de un amplio sector de intelectuales: las críticas fueron lanzadas, entre otros,
por Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano y Adrián Gorelik.
El monumento es expansivo. La hechura del Papa fue construida a lo largo de sólidos
cuatro metros cuarenta de bronce. El sitio dispuesto fue el eje más alto de los terrenos
de la Biblioteca. Figura panóptica, bajo la cual el jefe de Estado obtendrá esta mañana
la bendición de la Iglesia. El director de la Biblioteca, Oscar Sbarra Mitre, sostiene:
Si se hubiese montado sobre la zona baja, la lectura de los intelectuales, a los que
respeto, hubiese sido otra.
Los intelectuales no leen el símbolo como panóptico. Critican la excepción hecha para
el monumento donado por la comunidad polaca. El grupo vinculado a la revista Punto límite
conoció el proyecto y discutió el criterio desde el cual criticarlo. No queríamos
intervenir sólo como intelectuales sino desde nuestro lugar de ciudadanos, dice a
Página/12 Beatriz Sarlo. Se consensuó a partir de allí una carta de lectores y después
un encadenamiento de e-mails que sumaron a lo largo del jueves a hombres y mujeres de la
cultura, entre los que se cuentan Ricardo Piglia, Hugo Vezzetti, Hilda Sabato, Oscar
Terán, Jorge Gotti y Miguel Teubal.
Sarlo está molesta. Lo dice dos veces: Esta ley me molesta, me molesta, la
biblioteca tiene una de las vistas más maravillosas de la ciudad. Este culto
a la personalidad dice es antirrepublicano. Por eso critica a los jefes
de gobierno: Menem y (Fernando) De la Rúa viven bajo miedos y temores. Ninguno de
ellos es claro y enérgico para decir a la comunidad polaca que ése no es el lugar.
Los piensa en la inauguración hincados ahí, bajo la estatua: Parecen chicos
tomando la primera comunión.
En la Cámara de Diputados se habla en cambio de negociaciones. Ese parece haber sido la
ruta emprendida para la modificación. Esto no se trató en la Comisión de Culto:
explica un diputado que reclama el off, se votó sobre tablas. El
motivo: La Alianza necesitaba tratar un punto sobre la instalación del museo del
Holocausto (que se inauguró ayer) y el justicialismo, la estatua, explican.
Holocausto y papado. El binomio opacó las discusiones. Juan Pablo Cafiero, desde el
Frepaso, votó la excepción. Conoció el tema al día siguiente por la carta de los
intelectuales: Como católico me siento afectado: debo respetar a los otros, no
tenemos derecho a imponer un símbolo propio, dice.
Hilda Sabato asocia la ausencia de debate público Con los gestos de los últimos
días sobre el aborto y expresiones de los candidatos. La figura del Papa impuesta
en un lugar que si algo tendría que ser es público dice: está
violando una ley que lo prohibía.
La norma existe desde el 55: impulsada por un gobierno de facto, prohíbe montar
monumentos a personas vivas. La Secretaría Legal y Técnica de Presidencia se encargó de
revisar el espíritu de la norma. Y dedujeron, aunque el decreto no lo decía, que las
intenciones de entonces fueronreferir tal prohibición a los nacionales. El
Papa quedaría así exceptuado. Por eso el 2 de agosto salió un decreto de Menem que
habilita la instalación. Pero por si el decreto no bastaba, se apuró la sanción del
Congreso. Descendiente de polacos, el senador justicialista por Formosa, Ricardo Branda,
impulsó el pedido de esa estatua. Branda dice: El Papa no merece una, sino 20
estatuas.
Contra los obsecuentes La estatua del Papa que será inaugurada por Carlos Menem en la Biblioteca
Nacional no es el único caso de esculturas levantadas en vida del homenajeado, aunque
según un especialista, esa tendencia está enmarcada en el aspecto político. En
Argentina, los casos que recuerdo son los de Perón y de Evita, sostiene Juan José
Ganduglia, curador del Museo de la Casa Rosada desde el 91 y adscripto a esa
institución desde hace muchos más años.
Según Ganduglia, en Delhi se levantó una enorme estatua a la reina Victoria, en
homenaje a su visita. El rey de Austria, Francisco José, se mandó construir la suya,
igual que Luis XIV en Versailles. Napoleón tenía también y es famosa la de su hermana,
Paolina Borghese. Franco había desparramado estatuas suyas por imposición en toda
España. Ganduglia no cuestiona que una estatua sea erigida en vida del homenajeado,
salvo que sea con un fin totalitario o proselitista. ¿Por qué se
habrá dispuesto la prohibición?, preguntó este diario. Seguro que para
evitar los apasionamientos, para evitar que gente inescrupulosa, obsecuentes, puedan
obtener algún rédito.
La saga legal del homenaje
Las idas y vueltas legales en torno de la estatua del Papa
frente a la Biblioteca Nacional reconocen tres momentos:
El decreto-ley 5.158, del 12 de diciembre de 1955, establece en su artículo
tercero la prohibición a los poderes del Estado nacional, provincial o municipal,
de rendir homenaje a personas vivientes con estatuas o monumentos.
Sin embargo, el 2 de agosto último y en franca contradicción con esa norma
a esa altura aún vigente, el presidente Carlos Menem firmó el decreto 835
que dispone el emplazamiento de la estatua. El texto define al homenajeado como el
más amado representante de la institución papal de todos los tiempos. Un poco más
adelante y con el mismo espíritu, señala que se trata de una figura paradigmática
de la cultura, ya que tanto en su obra cuanto en su pontificado proyecta su personalidad
desde su condición de filósofo, escritor y poeta, lo cual, unido a su constante pregonar
en contra de todo tipo de violencia, le ha valido el calificativo de Papa de la
Cultura, el Amor y la Paz.
Finalmente, el miércoles pasado, la Cámara de Diputados convirtió en ley
aunque tardíamente la excepción al decreto de 1955 para que el de Menem no
quedara offside. La norma en cuestión había venido con media sanción del Senado, donde
la impulsó el justicialista Ricardo Branda. |
LOS ARGUMENTOS DE LOS INTELECTUALES QUE SE
OPONEN
Va contra el pluralismo religioso
Un grupo
de intelectuales consideró que el freno a la legitimidad de la estatua del Papa aparece
en un punto: No debería afectar principios constitucionales de pluralismo
ideológico, religioso y cultural. Por eso ayer criticaron no sólo el lugar dónde
será colocada, sino también la falta de discusión en torno de la excepción que
posibilitó la instalación de la estatua.
Para los intelectuales vinculados a la publicación Puntos de Vista, la Biblioteca como
espacio simbólico debería ser un lugar abierto a la pluralidad y universalidad de
pensamiento. Por eso insisten en calificar la imposición de error grosero.
En diálogo con Página/12, Hilda Sabato se mostró preocupada por la dirección de
afirmar la presencia de símbolos y expresiones vinculadas a la religión católica en la
vida pública. Por ello insiste en la concepción de una sociedad donde desde fines
del siglo pasado las visiones laicas tuvieron un papel importante en los formación la
república.
Ese lugar físico de privilegio tiene correlato estético y moral. Beatriz Sarlo indica
que las ciudades no aceptan cualquier regalo. Por eso la comitiva presidencial
estuvo dando vueltas en París con una estatua de Gardel que nadie la aceptaba. Para
Sarlo, esto muestra que las ciudades deciden cuáles son las personalidades que validan
sus normas estéticas. Buenos Aires no puede comportarse como si fuera la última
nación de la tierra, insiste.
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