Por Carlos Polimeni Cuando Andrés Calamaro era
aún pequeño, Luis Alberto Spinetta grabó, al frente del trío Pescado Rabioso, un disco
de rabia contenida, al que bautizó Desatormentándonos. Charly García no había iniciado
aún su carrera discográfica con Sui Generis, y las ciudades estaban llenas de pintadas
que juraban que Juan Domingo Perón volvería desde Madrid. Veintisiete años después de
eso, Calamaro volvió esta semana de Madrid y utilizó un show promocional de una hora y
media, ante un público selecto y encantado, para exorcizarse de demasiadas cosas tocando
y tocando rock de la más pura cepa tradicional. Estaba eufórico cuando terminó: el rock
puede ser una catarsis, una terapia alternativa. Aun cuando se es un peso pesado del
mercado.
Calamaro es un clásico músico pop cuando graba y un instruido rocker cuando toca en
vivo, dicotomía que allá lejos y hace tiempo lo dejó sin una base de público, cuando
la Argentina iba hacia la hiperinflación y Fito Páez quería incendiar el mundo. Este
show en una pequeña sala del complejo La Plaza fue organizado por su compañía, Warner,
como promoción del CD Honestidad brutal, que ha sido un éxito (132 mil ejemplares
comprados de una edición doble, es decir que son 264 mil discos) sin que el artista haya
hecho actuaciones de apoyo. Calamaro apenas tocó unos pocos temas de su brutal trabajo.
Tomó la actuación como una oportunidad de mostrar aquí a la banda que concretará en lo
que resta del año 27 shows por España. Este año, sus actuaciones como soporte de la
gira ibérica de Bob Dylan le dieron un plafón que jamás tuvo en ese mercado músico
argentino alguno.
Habiendo estabilizado su relación con Mónica García, para el artista es complejo
abordar el repertorio de su último trabajo, producto, ante todo, de la crisis de pareja
que envolvió su vida. La furia, la soledad y una parte del dolor han desaparecido, y lo
que quedan son las canciones, como siempre pasa. Muchas de ellas no se pueden tocar en
vivo, y el resto debe ser reformulado en parte. El día de la mujer mundial,
rabiosa en el disco, sonó en este privilegiado marco más como un pedido de disculpas que
como una imprecación, pese a su tono enfermo. Mónica García está con él en esta gira,
que incluye otras actividades promocionales en el interior.
¿Para qué sirvió el show? En principio, para que Calamaro y su banda se dieran una
panzada de rock, delante de un público ansioso de celebrarlo. En su nuevo grupo
parecido al de la gira de Alta suciedad que incluyó los shows en el Luna Park
tocan los sobrevivientes Ciro Fogliatta (teclados), Guille Martín (guitarras), Gringui
Herrera (guitarras) y Candy Caramelo (bajo) y el recién llegado Niño Bruno (batería).
El sonido parece el de un Dylan argentino electrizado, y no en vano le gritaron
¡Judas! cuando terminó el segundo tema, la casi bossa nova Los
aviones. Tres guitarras al frente, un bajo grueso, y la decisión de trabajar los
temas con un sonido sucio caracterizan a esta formación, que hace el juego típico del
líder de mostrar influencias y predilecciones sumando temas del folklore rocker mundial a
sus propias canciones.
El recital concluyó con un eufórico Andrés tocando, una vez más, como la primera
Mi enfermedad, como la última. Estaba terminando de desatormentarse, en vivo,
como un Mesías eléctrico.
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