OPINION
Y a sus plantas rendido un León
Por Mario Wainfeld |
La foto del gobernador Eduardo Duhalde
junto al papa Juan Pablo II, fabulada como el comienzo de una exitosa contraofensiva
electoral, ya tiene color sepia. La reunión con la plana mayor de la CGT realizada el
jueves fue más conspicua por las ausencias (Lorenzo Miguel, el MTA) que por las
presencias. La denuncia de campaña sucia lanzada hace una semana por el
candidato presidencial del PJ no tuvo ningún eco. El acto masivo a realizarse en la
cancha de Boca pasó a mejor vida. La brecha que muestran las encuestas a favor del
candidato aliancista Fernando de la Rúa aumenta día a día y procíclicamente crecen
aún más la desazón y el desconcierto en el bunker del PJ.
Muchos descreen de la autoridad del gobernador y él mismo la siente y la transmite
minada. Es fácil unificar criterios desde la
cúpula, cuando se está ganando, pero cuando los números dan mal brota un asambleísmo
insaciable: todos tienen algo que decir o que cuestionar, muchos se mandan solos, nadie
acepta hundirse en silencio. Los gobernadores como el entrerriano Jorge Busti y el
mendocino Arturo Lafalla se repliegan a sus territorios buscando mejorar sus chances
electorales locales y evitar que las arcas provinciales queden exhaustas. Los potenciales
aliados como Domingo Cavallo suben su precio porque las encuestas los munen de escenarios
en los que ser cabeza de un ratón tercero es mejor que ser cola de un PJ segundón.
En ese marco deprimente que incita a doblar la apuesta, el vicepresidente Carlos Ruckauf
dio rienda suelta a su idiosincrasia: se mandó solo, rumbeando a la derecha de Luis Patti
y le impuso a un Duhalde perplejo y falto de reflejos un hecho casi consumado.
Prácticamente lo forzó a cortarle la cabeza a León Arslanian, el único ministro
bonaerense con estatura de figura nacional, a quien Duhalde guardaba en la manga para
revitalizar la pálida boleta de diputados del PJ porteño.
Ruckauf no consultó a Duhalde (los dos candidatos dialogan muy poco, un promedio de una
vez por semana) y ostentó después del diluvio un aspecto orondo, dando a entender que le
dio al gobernador una asistencia para que hiciera un gol en medio de un partido que viene
mal. Sin embargo las voces de casi todo el duhaldismo, las de los medios y (¡ah dolor!)
las de varios conspicuos encuestadores (entre ellos Graciela Römer y Marita Carballo)
replicaron diciendo que la propuesta del vicepresidente fue más bien un gol en contra.
Ruckauf conduce a Duhalde, explica uno de los hombres más cercanos al
gobernador. Conducir es una palabra de la jerga peronista de
difíciltraducción a otros códigos de lenguaje pero expresa que una persona, mejor que
mandar, condiciona la voluntad de otros. En este caso, sugiere que el gobernador obró una
conducta impuesta por el postulante a sucederlo. Y en la jerga y en la escala de valores
del peronismo un número uno que es conducido por un subordinado es alguien que no merece
ser seguido, ni rodeado. Alguien destinado a quedar solo.
Duhalde está solo de toda soledad. Su candidatura fue para la
dirigencia pejotista un hueso duro de roer. Casi ninguno se jugó a fondo con él, muchos
prefirieron defender sus propios quinchos. Sin ir más lejos, ahí está Carlos Reutemann,
que hoy pinta para ganar holgadamente la gobernación de Santa Fe cuidando mucho de que ni
una gota de su éxito derrame en dirección a Duhalde e imponiéndole un nuevo incordio
para esta noche, participar en un rol de segundón de un festejo que compartirán tres
dirigentes (el propio Lole, el presidente Carlos Menem y el gobernador cordobés José
Manuel de la Sota), para quienes una derrota en las elecciones de octubre sería, como
poco, un trampolín.
De fuegos artificiales
e incendios
En la calle se palpa la recesión y el tono social es de desesperanza y bajón. Una PYME
que gira en descubierto debe pagar un interés del 20 por ciento anual y a eso se llama
crédito. El gobierno argentino también tiene que afrontar tasas de dos dígitos para
tomar dinero en el exterior y el Mercosur naufraga en una pelea de pobres contra pobres
protagonizada por dos socios en harapos.
Pero en el micromundo de las campañas todo es euforia y actividad. Al fin y al cabo en
campaña hay pleno empleo y buena paga para encuestadores, agencias de publicidad,
técnicos de sonido, asesores de imagen, editores de afiches y una variopinta casta de
especialistas y oportunistas que hacen su agosto.
La campaña es un mundo aparte de dedicación completa. Se trajina todo el día, se espera
el alba para leer los diarios antes que nadie, se devoran las encuestas y se subrayan las
declaraciones de dirigentes propios y ajenos con el fervor que las sectas fundamentalistas
consagran a leer sus libros sagrados. Se vive a mil, en permanente euforia, que contrasta
con la malaria que cualquier vecino detecta en el gris mundo que integra, mientras no vota
ni responde a sondeos, la gente de a pie.
Las campañas hacen perder buena parte de los lazos que ligan a los dirigentes con el
mundo real. Son un universo alienante, monotemático y aislado, presidido por la lógica
del objetivo único. Para los duhaldistas por ejemplo, todo lo que importa hoy en el orbe
es salir de la infausta meseta (que se va haciendo pendiente) de su intención electoral.
Esa obsesión los impulsa a la hiperquinesis y la incontinencia verbal. Hablar de más no
es pecado y las promesas de campaña no lo son, ni desnaturalizan a la política, así
como ni los piropos ni las sanatas de la seducción desnaturalizan al amor. Los fuegos
artificiales son válidos... a condición de que sean tales y no incendios provocados para
distraer a la tribuna. Pero la alienación turba las mentes de los involucrados y les hace
perder todo sentido de las proporciones.
Ruckauf fue en estos días un incendiario. No sólo rompió la línea de mandos del PJ y
le complicó la vida a su sponsor, lo que sería apenas un problema interno del peronismo.
Lanzó grandilocuentemente frases que frisan con (si es que no configuran) apología del
delito. Entró con modales de elefante en el bazar de una de las más complejas políticas
de Estado que heredará el próximo gobierno. Y causó un daño ojalá
reparable injustamente desproporcionado a su único objetivo de mover el
amperímetro de las encuestas. Llamó a meter bala y al gatillo fácil desde un atril que
debería convocar un ápice a la responsabilidad. Debería haber sopesado que su
experiencia personal en materia de seguridad tiene un hito no menor: era ministro del
Interior cuando se produjo el atentado contra la AMIA. Debió recordar que la consiguiente
investigación que él (por decirlo de algún modo piadoso) inició es una vergüenza
nacional y una deuda impagable del Gobierno.
El pato político de la boda fue León Arslanian, un peronista que suma en su curriculum
dos batallas contra la impunidad desde sendos poderes del Estado: estuvo en el juicio a
las juntas militares y en la reforma de la policía bonaerense. Su gestión ejecutiva
reciente merecerá un largo debate, y sin duda contiene contramarchas, errores y
personalismos. Pero en ambos casos Arslanian mostró decisión y convicción y enfiló
claramente hacia el lado correcto. Y fueron los tejes y manejes de dirigentes radicales y
peronistas de más alto rango que él los que soplaron en contra de lo que él ayudó a
construir.
Se suponía que Duhalde, aleccionado por el también irresuelto homicidio de José Luis
Cabezas quería reformar a la Maldita Policía. Pero se interpuso en su camino una astilla
de su mismo palo. Un curioso político que ha crecido en democracia sin haber triunfado en
ninguna elección, un arquetipo de ese PJ capitalino cuya incapacidad para sumar votos va
cavando la fosa de la derrota nacional del peronismo. Casi sin haber viajado a la
provincia, Ruckauf llegó muy arriba, importado junto a su compañero de fórmula
Felipe Solá sin escalas desde el gabinete de Menem al peronismo antimodelo. Duhalde
construyó en su torno, durante ocho años de gobierno, una segunda línea muy opaca
obsesionado por no ceder poder, información e iniciativa. Recela, acaso teme, tener cerca
a pares o a gente que lo opaque o le discuta. Pagó caro ese temor a la disidencia: el
infierno tan temido, la rebeldía de alguien más audaz que él, le brotó en el momento
en que el poder se le escurre entre los dedos, en la cuesta abajo de su campaña. |
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