Una movida de la mafia
Por Jorge Kreines*
Lo
que está ocurriendo con el cuerpo de Lenin es coherente con el proceso que se está dando
en Rusia y en otras repúblicas soviéticas de pasaje al capitalismo, proceso que está
generando desastres. La gente que está en el gobierno es una mafia que, en términos
marxistas, puede definirse como una acumulación originaria del capital con métodos
mafiosos y violentos. Ese sector no puede tolerar que en la Plaza Roja se homenajee
cotidianamente al líder de la Revolución de octubre. Si bien ésta perdió su esencia
inicial, el ejemplo queda. Por ende, no podemos más que repudiar esta acción. Ni la
construcción del mausoleo ni su destrucción marcan nada.
Sí marca, en cambio, la Revolución social de 1917, que fue la revolución más
democrática de este siglo. Esa Revolución duró pocos años. Después se degeneró y
comenzó a gobernarse desde los ministerios y no desde los Soviet.
* Director del semanario Nuestra Propuesta del Partido Obrero.
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Hay que cremarlo
Por Jorge Altamira*
En primer lugar, Lenin nunca tendría que haber sido embalsamado, porque eso
va en contra de los principios socialistas, que postulan que todo aquello que nace a la
vida, que existe, no debe proseguir después de su muerte. El embalsamamiento fue un acto
místico clerical propio del stalinismo y hoy se da la paradoja de que sus embalsamadores
lo quieren enterrar. Habría que cremar a Lenin y desparramar sus cenizas por el mundo.
Boris Yeltsin, que es un oscurantista, quiere sepultarlo para pisotear la Revolución y
ése es un acto repudiable. El entierro de Lenin no puede ser un acto de gobierno:
debería darle sepultura la clase obrera rusa, a la que él perteneció, y no un
burócrata stalinista.
* Titular del Partido Obrero. |
1917 no desaparecerá
Por Atilio Borón*
En primer lugar, hay que decir que Lenin jamás hubiera consentido que lo
convirtieran en un objeto de veneración. Enterrarlo es una movida evidentemente política
y se inscribe en el contexto de las próximas elecciones, en las que Yeltsin trata de
galvanizar un polo fuertemente anticomunista. Su iniciativa no obedece a ningún
propósito genuino. También hay que destacar la enorme diferencia histórica que hay
entre Lenin y su actual sepulturero, que es el bufón del sistema internacional. Se puede
discutir mucho sobre la Revolución, pero no hay dudas de que la actual dirigencia rusa es
tragicómica. Me parece bien que se acabe esta historia del cuerpo del líder
revolucionario, pero de ninguna manera su entierro puede significar el
entierro simultáneo de lo que significó la Revolución Rusa por la sencilla
razón de que sus consecuencias atraviesan el siglo XX. Por poner algunos ejemplos, lo que
hoy conocemos como el Welfare State, el Estado de bienestar social, difícilmente se
hubiera desarrollado sin la presencia amenazante de Rusia. La descolonización de Asia y
Africa también necesitó de su presencia. También es interesante pensar qué hubiera
ocurrido con la Segunda Guerra Mundial sin la ex URSS. Más allá de sus defectos
imperdonables como el stalinismo, cualquier historiador mínimamente sobrio percibe la
marca que ha dejado la Revolución de 1917.
* Politólogo.
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Una identidad nacional
Por Sergio Kiernan
Un día asombrosamente gris del invierno ruso entré a la Plaza Roja
por su lado clásico, el que usaban los misiles en los desfiles, raspando
entre las tiendas GUM y el Museo Revolucionario. La enorme plaza estaba cubierta de una
nieve amarronada, pisoteada, que nadie había barrido. La tumba de Lenin ya no tenía la
interminable y silenciosa cola que por décadas se reunía cada mañana horas antes de que
abriera. Hacía apenas unos días que en las agujas del Kremlin ondeaba otra vez la
tricolor imperial. Boris Yeltsin acababa de aplastar la última rebelión comunista y
estaba acabando con los símbolos del régimen.
Yo quería ver a Lenin. Mis acompañantes rusos, dos periodistas que se llamaban Sacha y
que parecían el gordo y el flaco de tan distintos, me miraron. Tenían en los ojos una
mezcla de resignación, aburrimiento anticipado y comprensión: el tipo es extranjero, el
tipo quiere ver. Era como contarle a un neoyorquino que uno iba al Empire State, a un
porteño de la fascinante visita al cabildo.
Flanqueado por los Sachas, me puse en la brevísima fila que comenzaba a formarse. Eramos
un par de docenas, en silencio, la mayoría evidentes provincianos de visita en Moscú,
algunos con fascinantes caras orientales. De pronto, se abrieron los portones y dos
oficiales del KGB, impecables y siniestros en sus botas de montar, sus sobretodos y sus
notorios galones verdes, recorrieron la fila, uno de cada lado, mirando como águilas. Nos
estaban inspeccionando descaradamente y nos cortaban con órdenes tajantes. Caminen
rápido, no hablen, no hagan ruido. Uno, jovencísimo y con una cara cruel, me miró
a los ojos y me dijo nye foto.
Entramos entre los dos guardias que flanquean la entrada, con sus Kalashnikovs bien
barnizados y con bayonetas cegadoras de tan cromadas. Adentro todo era silencio y penumbra
sacra. Recuerdo un gran hall, inesperadamente amplio: hay algo en las proporciones de la
pirámide que hacen esperarla más pequeña. Luego se sube una escalinata, accediendo a la
sala donde preside Lenin. Uno sube por la izquierda y, a la derecha, levemente inclinada,
está la caja de vidrio hábilmente iluminada. Al tope de la escalera, una balconada que
permite ver la cabeza. Después se desciende por otra escalinata, a la derecha del cuerpo.
El edificio es bellísimo, vagamente Art Déco, cubierto de símbolos. Tiene una clara
función: potenciar la importancia de Lenin, remarcarlo como ícono, abrumar y emocionar
al que ve la reliquia. Cada dos metros, rígido como una estatua pero con ojos que
escanean, un joven miembro del KGB, armado y alerta. Hay que ser ciego, sordo y mudo para
no percibir que el edificio y su contenido son un nudo en la identidad nacional rusa.
Aquello de que el mausoleo de Lenin es un monumento a la Revolución queda para los
extranjeros o los idealistas: uno está visitando el Panteón de la Patria y el
patriotismo es la emoción que impera, mezclado con la habitual actitud mística que
pervade a la santa madre Rusia.
Para los comunistas, haber cerrado la pirámide de Lenin es una herejía. Para el ruso
promedio, un desconcierto más en una vida que se tornó líquida: Lenin había terminado
siendo San Martín, Belgrano, Roca, Perón y... Lenin. ¿Cómo sacarse de encima todo lo
que uno aprendió en la escuela? ¿Con qué reemplazar las imágenes de los actos, los
ladrillitos de la identidad nacional? Sacar a Lenin de la Plaza Roja es más que un cambio
político en un país donde las novias se fotografían con sus velos blancos frente al
monumento al soldado desconocido, para mostrar que la vida sigue pero los muertos no se
olvidan.
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El ejemplo y la memoria
Por Patricia Walsh*
La polémica por el destino del cuerpo embalsamado de Lenin refleja
con crudeza la verdad contenida en aquella frase que el propio Lenin escribiera: Los
revolucionarios de hoy serán los reaccionarios de mañana. Sólo así se puede
comprender que se haya momificado su cuerpo que no quería ser momia, o que se proponga
enterrar cristianamente a quien no era cristiano. Desterrar de su lugar histórico a
Lenin, como se viene amenazando, es una tarea más compleja que mudar su cuerpo de la
Plaza de Mayo rusa a una tumba de cementerio. Yo diría que es una misión imposible.
Hagan lo que hagan con lo que de su cuerpo queda, su lucha y su obra escrita seguirán
siendo el fantasma que asusta reaccionarios, mientras que para los hombres y mujeres de
izquierda sigue siendo un ejemplo vivo de revolucionario. Como lo son nuestros propios
muertos, tengan o no sepultura. Como bien escribía uno de ellos, desaparecido: El
único cementerio es la memoria. Allí tienen, los revolucionarios, un lugar que resiste a
cualquier traslado.
* Candidata a presidenta por la Izquierda Unida.
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