Por D.B. Durante décadas, el rugby mundial
que, por cierto, es la clase dirigente o, por mejor decir dominante, y no los
jugadores se declamó distante y reacio a la posibilidad de realización de
campeonatos mundiales. Era como si en términos competitivos fueran suficientes la
tradicionalísima Copa de las Cinco Naciones de la que participaron siempre las cuatro
selecciones británicas Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte y
Francia, y a las que seguramente en la próxima edición se agregará Italia, además de
los periódicos enfrentamientos en test-matches entre las grandes potencias, con la
esporádica participación de seleccionados nacionales rugbísticamente no tan
significativos.
Desde 1987 hasta ahora, jugados tres torneos mundiales, los tres grandes
fueron los sucesivos ganadores: Nueva Zelanda, Australia y Africa del Sur. Este año, el
hemisferio norte recibirá en Gran Bretaña a los que ganaron el derecho a participar en
la rueda final sin demasiadas sorpresas entre los que quedaron en el camino. Si repasamos
la historia mediata de las grandes potencias rugbísticas, queda más o menos claro que
los tres ganadores de los mundiales más los cinco habituales participantes del pentagonal
de las dos orillas del Canal de la Mancha, completan el octeto que merece la distinción.
Con algunos altos y bajos que quizás en algún momento de la cronología pudieron hacer
dudar, por ejemplo de la condición de Irlanda del Norte como superpotencia. Promediando
la década del sesenta, además de australianos, neocelandeses, sudafricanos que
tuvieron su ostracismo competitivo internacional por la política de segregación racial
del gobierno de minorías blancas desde los setenta, los cuatro británicos y
Francia, aparecen, en el mapa rugbístico de los países a respetar, la Argentina
-después de la primera gira sudafricana de Los Pumas en 1965, Rumania, Fidji e
Italia. Y ciertas características del rugby internacional, fueron perdiendo tradición.
Durante muchos años y pese a haber enfrentado al rugby argentino a nivel de seleccionados
nacionales en 1952 y 1970 Irlanda del Norte, en 1968 Gales y en 1969 Escocia, los
británicos no reconocieron en sus estadísticas las internacionalidad de esos partidos.
Irlanda ganó ajustadamente sus dos partidos contra la Argentina en 1952, ganó uno y
perdió el otro en 1970; Gales empató uno y perdió el otro en 1968 y Escocia ganó uno y
perdió el otro en 1969. Francia, en cambio, que nos visitó en 1949, 1954 y 1960
terminando invicto siempre, tanto reconoció nuestro rugby en sus registros como en la
cancha, a punto tal que en cada partido internacional el gallo tradicional aparecía en la
camiseta azul, a diferencia de la desaparición del gallo cada vez que el enfrentamiento
era contra un combinado provincial o contra algún equipo de club. A aquellos cuatro
a respetar Argentina, Rumania, Fidji e Italia que aparecieron más de
treinta años atrás, se fueron sumando otros como Samoa, Estados Unidos, Canadá, Tonga,
Japón y demás. Y en la medida en que el profesionalismo fue desembozando al marronismo
de décadas, las giras desde y hacia cualquier lado se hicieron semipermanentes, además
de la institucionalización del seven-a-side (siete por lado) con el maravilloso
rugby que le gusta a la gente de los fidjianos como principal atractivo. Nunca
un país sudamericano salvo la Argentina alcanzó protagonismo en los mundiales, ni
tampoco en los años anteriores a 1987. Tampoco parece probable que esto suceda en lo
inmediato. Y la expectativa del próximo torneo estará dada por la posibilidad cierta de
que alguno de los tres grandes repita su primer lugar o que alguno de los
británicos o Francia se anote como ganador por primera vez. Cualquier otra posibilidad
seguramente será batacazo.
LOS QUE ENTRENAN A LOS PUMAS
Se trata de recuperar principios
Por D.B.
Resulta saludable, por lo
menos a priori, que quienes alguna vez jugaron y ya no juegan, se hagan cargo de quienes
quieren seguir jugando. Es un poco aquello de ocupar el lugar antes de que lo ocupe un
advenedizo, y el rugby argentino y otros estamentos de la vida de los argentinos
también-ha debido soportar muchas veces a ciertos personajes encandilados ante la
posibilidad de figuración y status, aunque fuere con las pilchas de otro.
Es sabido que Luis Gradín, uno de los Pumas históricos, es el presidente de la Unión
Argentina de Rugby, y alguna vez le tocó a él también, ser el entrenador del
seleccionado argentino. Ante la confusa situación provocada durante la gestión Imhoff,
que llegó a la consideración del rugby grande de nuestro país, cuando integrando el
seven-a-side del equipo rosarino de Duendes coparticipó de una manera novedosa, efectiva
y brillante de jugar el rugby reducido en sintonía con la modalidad que antes
entre nosotros habían impuesto Pucará, Deportiva Francesa y Old Philomathian, entre
otros, y que en el orden internacional los fidjianos llevaron a un nivel superlativo, hay
quienes parecen querer barajar y dar de nuevo, Imhoff coparticipó con Gradín
y tantos otros de la primera gira de Los Pumas a Africa del Sur en 1965.
Héctor Méndez, el nuevo entrenador de Los Pumas, fue el medio apertura de la reserva
campeona de Los Tilos, que casi en su totalidad pasó a jugar en primera promediando la
década del sesenta y cuyo número ocho fue uno de los más grandes de este juego en la
Argentina: Pochola Silva. Méndez integró la segunda delegación de Los Pumas
que viajó a Sudáfrica en 1971 y con otro de los mejores forwards que dio desde siempre
el rugby argentino, Tito Fernández, tuvo a su cargo el coaching de Los Pumas
no mucho tiempo atrás.
Méndez fue la elección entre un grupo capacitado. El rosarino Gonzalo del Cerro y Marcos
Ocampo tienen una extensa historia como entrenadores de rugby en nuestro medio y los dos
saben muy bien de qué se trata, aunque no hayan descollado como algunos de sus colegas
como jugadores. Raúl Sanz, otro de los integrantes del grupo, llegó al rugby
accidentalmente. Un día, esperando el tren en la estación Bella Vista, se le acercó un
entusiasta del club Regatas, Carlos Alcorta y, sin conocerlo le preguntó si con su altura
y su físico nunca se le había dado por el rugby. El Ruso Sanz puntualizó su
por entonces predilección por el básquetbol, pero se comprometió a ir a ver cómo era
eso del rugby. Jugó muchos años en Regatas Bella Vista y después en Los Pumas durante
la década del setenta, para pasar luego a Buenos Aires y a su retiro entrenó varios
combinados nacionales.
Es una lástima que Rafael Madero, para quien esto escribe el más completo de los medio
aperturas que tuvo el rugby argentino, sin la consideración internacional de Hugo Porta y
sin la efectividad del actual secretario de Deportes, pero con la versatilidad de los
diferentes, no haya podido sumarse al grupo de entrenadores por motivos personales. Desde
el San Isidro Club donde jugó siempre hasta Los Pumas fue de los más grandes
jugando, haciendo jugar, pensando y haciendo pensar.
Todos tienen que ver, y mucho, con el juego. Saben de qué se trata. Si las grandezas
superan a las miserias y si todos y cada uno reivindican ahora fuera de la cancha, los
principios por los que lucharon antes, desde dentro de la cancha, que privilegiaban a los
jugadores por encima de los otros estamentos del rugby, valdrá la pena seguir soñando
con que el rugby grande en la Argentina todavía es posible.
|