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LAS CONSTRUCTORAS RECLAMAN PROTECCION A LA INDUSTRIA
“Imitemos el espíritu brasileño”

Trabar el desembarco de empresas extranjeras en sectores donde las nacionales operan como parte de una estrategia de defensa de la industria, copiando esa política de Brasil, es lo que pide Eduardo Baglietto, de Techint y titular de la CAC. También se queja de que Argentina no tenga una estrategia profesional para discutir los conflictos comerciales en el Mercosur.

Eduardo Baglietto, vicepresidente de la Organización Techint.
“Los empresarios están tranquilos porque hay una transición suave.”

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Por Cledis Candelaresi

t.gif (862 bytes) “Políticas activas no significa subsidio ni compre nacional”, aclara Eduardo Baglietto, presidente de la Cámara Argentina de la Construcción y vicepresidente ejecutivo de la Organización Techint, uno de los grandes grupos económicos que operan en el país, diversificado y con fuerte presencia en las privatizaciones. El empresario reclama al Estado más firmeza ante Brasil y protección frente a la competencia de empresas extranjeras. En este diálogo con Página/12 admitió que las coincidencias básicas sobre política económica de los candidatos a ministros de Economía del próximo gobierno tranquiliza al establishment. “Es una transición suave”, opina.
–¿Cómo está manejando el Gobierno el conflicto con Brasil?
–No cabe duda de que a nuestro país le conviene el Mercosur. Pero entre socios debe haber reglas claras y políticamente discutidas. Si esas reglas se modifican cada seis meses, ninguna empresa puede trabajar. Los brasileños tienen muy enraizado su espíritu de defensa a su industria. Nosotros tenemos que imitar ese espíritu para discutir. Para eso necesitamos profesionalizarnos: ¿acaso Argentina tiene una oficina que se llame Mercosur, con quince o veinte personas que sepan lo que pasa en cada sector?
–¿El Gobierno debería haber sido más firme y sostener su decisión de proteger a la industria?
–Lo que puedo decirle es que Brasil suele tener muchas regulaciones. No hay ninguna ley que le impida a un constructor trabajar allá. Pero cuando quiere radicarse se topa con cuarenta normas distintas que se lo impiden. Argentina, por un camino o por el otro, debe buscar el equilibrio. Y yo no veo que esto se esté logrando.
–¿De ser gobierno, (Eduardo) Duhalde o (Fernando) De la Rúa actuarían de otro modo?
–No lo sé. Una cosa es lo que dicen los candidatos y otra muy diferente es tener el poder real.
–La industria exige al Gobierno políticas activas. ¿Qué significa: subsidios, protección?
–Reclamo políticas activas, pero en ningún momento exijo subsidios ni un compre nacional. Eso sí: no podemos apoyar ni una apertura salvaje ni una competencia desleal. Existe un mecanismo de licitación de obra pública, por ejemplo, que es discriminatorio y que somete a la construcción a un nefasto dumping financiero. El Estado licita obras a largo plazo sin dar avales, de modo tal que éstos no impacten en sus cuentas fiscales. Cuando las empresas del exterior cotizan con financiamiento a largo plazo, que no se consiguen en el país, buscan importar desde la lamparita hasta la silla de la secretaria. Los países proveedores tienen políticas de exportación y les dan a sus empresas todo el apoyo. Esto produce un doble perjuicio: se produce menos en Argentina y las empresas extranjeras quedan mejor posicionadas porque tienen acceso a créditos más baratos.
–¿Cómo se evita esto?
–Con políticas que impidan a las empresas extranjeras sacarles trabajo a las nacionales.
–Para facilitar la construcción del Canal Federal, el Estado ofreció por decreto avales del Tesoro a las empresas que hagan la obra. ¿Cree que es una decisión acertada con los problemas que afronta la Nación?
–Si no hay avales del Gobierno, no se consigue financiación. Ningún banco presta contra nada.
–Pero hay empresas de envergadura, tal vez no pymes, que pueden acceder al financiamiento por medios propios. Techint, por ejemplo.
–¿Con qué garantía?
–La de su propio patrimonio.
–Si usted tiene suerte, una obra de ese tipo puede dejar un margen del 10 por ciento. ¿Usted cree que una empresa va a arriesgar su patrimonio por una obra con esa rentabilidad? No existe ni acá ni afuera quien haga algo semejante. La función de la empresa no es financiar. Claro que con la garantía de Techint un banco da el préstamo. Pero no se justifica. La financiación tiene que tener la garantía de quien es el dueño: es decir, del Estado. Y ése es un criterio universal.
–¿Piensa que la oferta de empleo será menor si el Gobierno no puede cumplir con la próxima rebaja de aportes patronales?
–Obviamente. Lamentablemente con reducción de personal en muchos casos, en los últimos años las empresas se hicieron eficientes en producción: gastan poco para producir mucho. Pero esta vía para ganar competitividad está agotada. Por lo tanto, la única forma ganar competitividad es achicando costos laborales por la vía de los aportes.
–El Ministerio de Trabajo busca facilitar el uso de contratos por tiempo determinado, pero hasta ahora las modalidades promovidas no estimularon la oferta de trabajo.
–No tengo datos a mano, pero creo que sí mejoró la ocupación. Leí hace poco en un artículo que en España, por ejemplo, las formas promovidas ayudaron a reducir drásticamente la desocupación. Es difícil para una empresa tomar personal efectivo cuando no sabe cuánto va a durar el boom que, en realidad, en Argentina no es tal.
–Hay una movida en el Congreso para crear un impuesto sobre la renta de las empresas privatizadas, que los legisladores juzgan exageradas.
–Hay que tener mucho cuidado de no alterar la seguridad jurídica. Esos cambios pueden ser un boomerang: después, cuando se quieren atraer inversiones, éstas desconfían de un cambio de reglas. Lo que sí puede hacerse, en algunos casos, es acordar algunos cambios con las empresas.
–¿Cuál es el margen? ¿Las concesionarias pueden reconocer que tienen una utilidad muy alta y avenirse a resignar una parte?
–Yo no sé quién tiene razón. Si como dice (Ricardo) López Murphy, hay que bajar salarios o no. Lo que sí creo es que, si el país necesita hacer una corrección macroeconómica, todos deben sentarse para ver cómo se hace. No sólo las empresas privatizadas.
–Uno de los problemas con las concesionarias de servicios públicos es que no cumplieron con la cláusula de neutralidad tributaria. Por ejemplo: hubo rebaja de aportes patronales, pero no de tarifas.
–No lo tengo claro... Pero, si el contrato dice que hay que rebajar tarifas, hay que rebajarlas. Lo que no hay que hacer es violar el contrato. Claro que, del mismo modo, habría que trasladar los mayores costos si aumentan los impuestos.
–En algún momento la Alianza amagó con revisar las privatizaciones. ¿Cree que lo haría en caso de ser gobierno?
–Si un contrato se ajusta a la ley, no creo que la Alianza lo revise. Si no se ha cumplido con el contrato, es otra cosa. O si las condiciones macro del país lo exigen, nos sentaremos todos a debatir cambios.
–¿La transición política está paralizando decisiones oficiales?
–Como en todo cambio de gobierno. Sin embargo, ésta es una transición suave. Hace días los tres principales candidatos al Ministerio de Economía (Jorge Remes Lenicov, José Luis Machinea, Adolfo Sturzenegger) manifestaron en Estados Unidos los mismos conceptos. Con esta coincidencia, todos estamos mucho más tranquilos.
–Hace poco usted compartió un viaje a Chile con Eduardo Duhalde. ¿Se lo puede identificar como un empresario duhaldista?
–Un empresario como yo no es duhaldista, ni menemista, ni nada. Es sólo argentino.

 

subrayado

Por Julio Nudler

La economía del absurdo

¿Esta política económica será obra de Ionesco? Walter Graziano mencionaba días pasados un absurdo digno de mejor causa. Que mientras el Banco Central tiene depositados en el exterior unos 25 mil millones a una tasa del 3 o 4 por ciento anual, Economía aceptó pagar más del 15 por ciento para que le prestasen 300 millones, para no tener así que tocar esas reservas. Esto es más paradójico aún porque las reservas existentes superan a las que exige la Ley de Convertibilidad, sin transgredir la cual podría autocubrirse el déficit fiscal de este año a ínfimo costo. En otras palabras: es como si alguien tuviera diez mil pesos en una cuenta de ahorro, y no obstante tomase un préstamo personal por dos mil para comprarse ropa, pagando una tasa varias veces superior. Otro tanto es lo que hace Hacienda cuando coloca bonos en las AFJP: la plata que éstas le están prestando es la del aporte jubilatorio de los trabajadores, que antes de la reforma previsional recaudaba gratuitamente el Estado. Ahora ese dinero va a parar al mismo sitio, el fisco, pero después de un rodeo en el que un grupo de bancos y aseguradoras capturan ganancias parasitarias.
Es probable que si la Argentina redujera el actual respaldo extra de la convertibilidad para cubrir el déficit, los mercados de capitales verían en esa acción un aumento del riesgo. Pero cuando Economía acepta endeudarse a tasa alta y plazos cortos, también sube el riesgo. Lo que gradualmente se instala, en ese caso, es un escenario a la brasileña, pero con un factor agravante: Brasil debe reales, y la Argentina, dólares. Cuando la tasa que paga la Argentina por los dólares se acerca a menos de cuatro puntos en 19 a la que Brasil paga por su propia moneda, cualquier conclusión a extraer se vuelve siniestra.
De poco y nada valió que Diputados diera su media sanción a la convertibilidad fiscal, que impone el ajuste permanente, y tampoco la genuflexa asistencia de Machinea y Remes al examen que decidieron tomarles los manejadores de fondos en Nueva York. El intento oficial de escapar de la crisis por la ventana, cerrándoles la puerta a importaciones desde Brasil, terminó en bochorno. Sostener la convertibilidad y el conjunto de la política económica implantada desde 1990, sin que ajuste a través de un enorme desempleo, del deterioro laboral y de la violencia social, se torna cada vez más difícil.
Resignadas a esta realidad, las cabezas pensantes sólo confían en que la reactivación mundial, la depreciación del dólar y el repunte de las commodities que exporta la Argentina acudan en auxilio del país, y que lleguen a tiempo.

 

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