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REPORTAJE AL INVESTIGADOR COLOMBIANO ALVARO CAMACHO
“En Colombia, se está negociando el carácter del Estado”

Guerrilla, narcotráfico y paramilitares son un cóctel demasiado peligroso para cualquier país. Desde las entrañas de la compleja situación de su país, para el investigador Alvaro Camacho hay una violencia peor que la política: la cotidiana, la doméstica, la del asesinato porque sí a la vuelta de la esquina. Y en ese contexto, sostiene, se está formando un nuevo país.

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El colombiano Camacho expondrá esta semana en un seminario sobre violencia urbana.

Por Sergio Kiernan

t.gif (862 bytes) –Colombia se ha transformado en el paradigma de violencia en las Américas. Todo el mundo discute la guerrilla, pero ¿es el principal problema de violencia que tiene su país?
–En términos políticos, institucionales, en términos del impacto nacional e internacional, sí. Pero en número de muertos no. El conflicto armado colombiano produce aproximadamente –los cálculos varían mucho según las fuentes– del 15 al 17 por ciento de los homicidios que se producen. La significación política, institucional del conflicto armado es altísima, pero en término de números de muertos hay que buscar esos otros espacios en donde se está produciendo el 85, 80 por ciento de los otros. Esto incluye los homicidios por razones político-sociales, muertes de dirigentes populares, sindicales. No incluyen muertos en combate. Los muertos en combate pueden llegar a ser mil al año. La importancia de la guerra es que tiene una dinámica que la lleva más allá del simple enfrentamiento armado entre un ejército, dos o tres ejércitos. Tiene impactos urbanos, tiene unos impactos en el tejido social al que va destruyendo. Lo corroe y hace más fácil la criminalización de otro tipo de prácticas sociales, que no son necesariamente políticas. La guerra tiene unos efectos muy deletéreos, distintos del simple conteo de muertos.
–Paralelamente, Colombia tiene un alto nivel de violencia debido al narcotráfico. ¿Cómo se puede mensurar el impacto en violencia del narcotráfico?
–Hay varias modalidades de violencia del narcotráfico. Una es puramente interna, de ajustes de cuentas, de eliminación de soplones, de competidores. Son propios de organizaciones delictivas clandestinas que no tienen recursos de ley distintos de la violencia. Esa es una forma de violencia que ve uno en ciertas ciudades del país, con cadáveres que aparecen en los extramuros en las mañanas. Otra modalidad, especialmente en la segunda mitad de la década de los ochenta, apareció cuando los narcotraficantes se vieron confrontados por el Estado, por el Poder Judicial, por la Presidencia de la República. Cuando se desató la guerra contra ellos, respondieron con unas dosis muy elevadas de terrorismo, mataron cuatro candidatos presidenciales, ministros, jueces, policías. Esto fue desatado particularmente por el cartel de Medellín, que luego fue desbaratado y a su dirigente, su capo mayor, Escobar, sencillamente lo mataron. Ese tipo de violencia se ha reducido mucho. Hay una tercera forma de violencia que es la que ellos desataron, y siguen desatando, ya no en su condición de traficantes, sino en su condición de terratenientes. Una de las formas favoritas de inversión de dineros, de los capitales de los narcos, es la tierra, fundar fincas. El negocio era comprar una finca que está en un terreno donde hay cierto control o influencia guerrillera, y por tanto el valor de la tierra ha caído. Se la compra, se organiza un pequeño ejército personal, y se limpia la región. Esto dio origen al paramilitarismo, que ha tenido también otras fases, etapas, y ha cambiado radicalmente muchas cosas. Pero ese sistema de mantenimiento del control de la propiedad de la tierra y valorización del suelo ha originado un ejército que hoy día puede tener siete, ocho mil asesinos en armas.
–Limpian el área de guerrilleros...
–Claro. Ahora ya son verdaderos ejércitos de campesinos de ultraderecha, que se llaman a sí mismos “Autodefensas Unidas de Colombia”. Esos son los más organizados, porque hay diferentes expresiones locales de paramilitarismo. En general, el paramilitarismo es un movimiento armado heterogéneo, pero tiene en común que es de ultraderecha, que son psicópatas, son asesinos. Entonces no confrontan a la guerrilla en combate, sino que van a los poblados en donde han hecho tareas de inteligencia y han localizado auxiliadores de la guerrilla, y hacen una masacre. Matan 10, 15, 20 personas. Las llaman, las fusilan ante toda la población. Ellos arguyen: “Nosotros no estamos matando población civil,estamos matando guerrilleros disfrazados”. Esa es una derivación de esa violencia paramilitar que desató el narcotráfico a mediados de la década de los ochenta.
–Esto hace pensar en una gradual y cada vez mayor pérdida de control del Estado sobre la situación. El monopolio estatal de la violencia es cuando mucho una excepción en Colombia.
–El Estado colombiano nunca ha tenido una expresión territorial importante. Primero porque es un estado muy pequeño, bastante raquítico en términos de su control sobre el producto interno bruto, en términos de su manejo de la economía.
–¿Y quién controlaba esas zonas?
–Eran tierra de nadie. En los cincuenta fueron zonas guerrilleras también, muchas de ellas. En los sesenta prácticamente desaparecieron las organizaciones guerrilleras. Donde no existía el Estado, pues ejercieron el poder los terratenientes, los ganaderos, los comerciantes. Pero no necesariamente era una forma de poder que retara al Estado. Simplemente, era un ejercicio de poder.
–Poder real y local.
–Poder real y local en el que operaban mecanismos como el clientelismo, el reparto del tesoro público, la corrupción. Manejos locales que contaban con la anuencia, la complicidad, de los gobernadores, los alcaldes, nombrados de manera vertical. Hoy día son elegidos. Pero el punto es que no había un reto importante al Estado. Hoy día hay realmente un cuestionamiento a fondo, radical, del poder del Estado, y un despojo real de su capacidad de ejercer su monopolio de la fuerza.
–¿Por qué el Estado colombiano es tan débil? ¿De dónde viene esto? ¿De las interminables guerras civiles?
–De las interminables guerras civiles. Eran unas guerras muy simpáticas, muy caballerescas. Muchas de ellas se interrumpían a las cinco de la tarde, porque los soldados y los oficiales tenían que ir a tomarse su taza de chocolate. Ese período se acabó en 1902, 1903. En los treinta ahí empieza a desarrollarse otro tipo de violencia, pero muy desorganizada en términos de ejércitos. Y en los cincuenta la violencia se desata. Comenzó en 1948, con la muerte de un dirigente popular muy importante, muy significativo para el país. Ese período tiene su final –digamos así– en el año ‘58. Son diez años de guerra, de violencia muy fuerte, que terminan con un pacto en el cual los partidos se reparten el poder. Era la Alternancia, en que cada cuatro años se turnaban liberales y conservadores. Ellos obtuvieron el total monopolio del poder del Estado, pero lograron pacificar al país. Era un régimen muy excluyente, por un fenómeno que se llamó la Paridad, por el cual los cargos del Estado se reparten por mitades entre liberales y conservadores. Los demás quedan afuera.
–Es la misma época en que surge la guerrilla.
–El mismo. Las FARC son una prolongación de esa guerra en los cincuenta. “Tiro Fijo”, el jefe guerrillero, es un hombre que debe tener como 65 años y lleva 40 peleando. Es el guerrillero más viejo del mundo, y el que más tiempo lleva en las guerrillas. Es un fenómeno muy peculiar: hay guerrilleros de 40, de 50 años. Hay hijos de guerrilleros, nietos de guerrilleros, bisnietos de guerrilleros. Hay un peso de lo familiar muy fuerte. Y eso es lo que recorta el poder del Estado. Esas son guerrillas serias. No están por la reinserción en el régimen político. No se puede evitar el fenómeno como con las guerrillas anteriores, que les daban una beca para estudiar en la universidad, de golpe un taxi, una casa, un empleíto por ahí. Lo que se está negociando hoy es el carácter del Estado. Del reino político, nada menos.
–Paralelamente a la violencia política, también hay una gran violencia social, más nihilista, más de las calles. ¿Qué la origina?
–La inexistencia territorial del Estado es solamente una expresión de su debilidad. En las propias ciudades, los aparatos que podrían servir de contención de la violencia urbana tampoco funcionan. De hecho, incluso pueden producir más violencia. La Justicia en Colombia no es absoluta. Los cálculos más optimistas sostienen que en lo penal, el 93 por ciento de los delitos queda impune. Hay quien sostiene que el 97. En homicidios, la impunidad es del 96, 97 por ciento. La urbanización tiene impacto en esto, pero el desarrollo del narcotráfico en las ciudades tuvo un impacto enorme, particularmente en dos ciudades: en Cali y en Medellín. Son la segunda y tercera ciudad del país, se mueven alrededor de los 2 millones de habitantes cada una. En Medellín porque allí el llamado cartel de Medellín era terrible. Profundamente inescrupulosos, sus jefes venían de la delincuencia más marginal, robaban lápidas de cementerios. Socializaron una forma de violencia y de delincuencia muy degradada. La modalidad delictiva y violenta de Medellín se dinamizó por un fenómeno que se llama el sicariato: jóvenes de barriadas que eran ejecutores. No sólo de los narcos, sino de cualquier persona que quería resolver una deuda, digamos. Llamabas a una oficina –se llamaban así, agencia, empresa– y contratabas la muerte de Fulanito. Y el Fulanito cobraba.
–¿Esto continúa ocurriendo?
–Ha disminuido radicalmente, pero la figura del sicario sigue existiendo. Luego lo liquidaban a él para que no hablara. Y esto comprometió a la policía, comprometió a todas las autoridades locales.
–Con las masas de dinero narco, la corrupción debe ser faraónica.
–Imagínate. En Cali pasó algo un poco diferente. El cartel de Cali era mucho más refinado, mucho más autocontenido, mucho más cuidadoso. Nunca intentaron hacer política. Se metieron por una vía más filantrópica, en la provincia financiaron a todos los políticos locales, pero no iban al Congreso ellos mismos, o a las gobernaciones. El mantenimiento de la disciplina interna y el ajuste de cuentas fue terrible, terrible. Eso tuvo un efecto corruptor, un efecto deletéreo muy fuerte. En los ochenta esto se complicó por la acción de sectores de las guerrillas, particularmente el M19, que había surgido como un fenómeno urbano, una guerrilla urbana que se fue al monte. Luego intentó volver a la ciudad y empezó a armar unas especies como de milicias, en zonas populares urbanas de Medellín y Cali. Lo que hizo fue proveer de entrenamiento militar a muchos jóvenes y niños cuando estaban en un período de tregua con el gobierno. Cuando se rompió la tregua, el M19 se fue de las ciudades y dejó milicias infantiles y juveniles sueltas. Para peor, muchos jóvenes también se organizaron como grupos locales de autodefensa barrial. Pues las guerras entre barrios queman, pues, con muertes masivas.
–Como el fenómeno de las gangs en Los Angeles, pero llevado a un nivel exponencial.
–Claro, claro. El sicariato, la guerrilla y la autodefensa barrial mezclados generan maneras muy locas y muy intrincadas. Pero esas tres formas son típicas de la ciudad de Medellín que es la que tiene las tasas de violencia más altas de Colombia. En Cali la violencia se está volviendo cada día más organizada, más violenta. El apresamiento y muerte de los dirigentes del Cartel de Cali se tradujeron en que quedó libre un montón de gente que necesitaba empleo. Calcule más o menos unos dos mil taxistas en la ciudad que trabajaba para el narcotráfico. Eran los que en el aeropuerto sabían quién llegaba y quién salía con los paquetes. Quedaron en el aire “n” policías de Cali que fueron despedidos y todos esos ejércitos de narcos, grandes y pequeños, todo eso quedó huérfano. Perdieron ingresos, perdieron organización. Su forma de delincuencia es mucho más suelta, mucho más desorganizada, y mucho más descontrolada.
–¿Cómo es la vida cotidiana de los colombianos ante la falta de ley? No se pude recurrir a la policía, no se puede o no se quiere recurrir a la”justicia” guerrillera o de los narcos. ¿Cómo viven los que no están en el narcotráfico o en la lucha armada?
–Hay un enorme deterioro de la calidad de la relaciones sociales. Enorme. Hay estudios que se han hecho particularmente en Bogotá, que muestran varias cosas. Primero, que el mayor porcentaje de muertos, un 80 por ciento o algo así, son muertos por armas de fuego. De ésos, algo así como el 80 por ciento son muertos por armas de calibres bajos, 38, 32 o 9 milímetros, o unas cosas que llaman hechizas, que son armas que hacen ellos mismos. De ese 80 por ciento, un porcentaje muy alto son muertos de disparos hechos a muy corta distancia, o sea, se supone que mediaba algo previo, una relación previa. El 18 por ciento de los cadáveres tenía niveles de alcoholemia muy altos, que permiten suponer que el contexto era de licor, de parranda, de farra, de riñas, de bares. Se ha producido también en un incremento notable de la percepción de inseguridad, que a su vez juega contra políticas democráticas, o gestiones ciudadanas democráticas. En la medida en que yo estoy inseguro, si no confío en la policía, si no confío en los aparatos de Justicia, o bien me voy a mi casa y me encierro, o me armo. Hay un muy fuerte armamentismo privado, pero la tendencia es básicamente a reducir los espacios de lo público. Me voy a mi casa.
Entonces usted tiene barrios enteros con sus calles cerradas, vigilancia privada por montones para quien la pueda pagar. Hay una reducción de la democracia en el sentido griego, pues, del ágora, muy fuerte. La vida privada está siendo muy violenta. Es esa violencia familiar que no produce muertos, pero produce muchos heridos por maltrato. Una encuesta que hizo el Departamento Nacional de Población mostró que había más homicidios en los hogares que en los bares.
–En Argentina se discutió mucho si hay que intervenir en Colombia o no, si van los norteamericanos y vamos nosotros...
–Hombre, la intervención ya está.
–Bueno, yo tenía en mente a los marines desembarcando...
–Entonces no usemos la palabra intervención, digamos la participación de la comunidad internacional, que es clave para Colombia. ¿Qué naturaleza puede asumir y quién va a hacerlo? Se puede tener el agradable acompañador, el organizador de amigos, instituciones internacionales. Y pueden participar mediadores, árbitros, hay muchas modalidades de participación. Eso no lo puede decir sino Colombia. Justamente, hoy día las conversaciones entre el gobierno y las FARC están interrumpidas porque no se han puesto de acuerdo sobre qué debe hacer una comisión de verificación de los procesos de negociaciones. Hay consenso colombiano en que lo internacional es clave. No sólo porque el conflicto se internacionalizó, sino porque la comunidad internacional lo está asumiendo. No creo que vaya a ver una intervención militar, con marines y eso. Va a haber seguramente un refuerzo muy fuerte al ejército. Colombia es el tercer recipiente a nivel internacional, después de Israel y Egipto. Y va a haber una enorme presión internacional, algo así como cordones sanitarios en los países limítrofes, que ya están reforzando sus fronteras. Pero no sólo los países limítrofes: la idea es que toda la América del Sur empiece a jugar en esto. McCaffrey viene dentro de un par de semanas a aquí, a Chile, Argentina, y el discurso va a ser ése: “Colombia es un peligro con-ti-nen-tal”. Es un riesgo de seguridad nacional para Estados Unidos. Uno no acaba de entender en qué sentido Colombia puede ser un problema para Argentina, o para Chile, más allá de que parte de los excedentes del negocio se invierten en el mercado de capitales argentino-chileno. Hay lavado. Pero yo no creo que significativo para la balanza de pagos argentina. Lo que Estados Unidos quiere construir es la imagen de una suerte de sida del que el cuerpo colectivo debe defenderse. Hay exageraciones, como las del presidente Menem, de ofrecerejército, que fue repudiado por todos. Por la crisis de derechos humanos en el conflicto interno, se puede producir una situación de crisis humanitaria en Colombia. Y ésa es una fuente de intervención, ¿no?, como la de Somalia, Ruanda. Yo no creo que lleguemos allá, pero está dentro del escenario.

 

POR QUE ALVARO CAMACHO

Por Sergio Kiernan

Este hombre simpático, menudo y vivaz tiene una especialidad inesperada: la violencia. Colombiano, no le faltan ejemplos ni casos de estudio en una sociedad sacudida por los balazos. Balazos políticos, balazos sociales, balazos narcos. Como investigador del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la universidad nacional de Colombia, Camacho estudia el impacto de la corrosión social. La guerrilla, que acapara los titulares del mundo, es apenas un factor en el problema. Lo que le preocupa realmente es el asesinato como costumbre de su sociedad, la violencia en las familias, las muertes por riñas de bar. El y sus colegas saben que la amplia mayoría de los casos que registran las estadísticas se deben a estas razones menos políticas.
“Colombia tiene una tasa de homicidios que triplica la de Brasil, el segundo país más violento del continente, y multiplica por 17 la de Uruguay, el más pacífico. Los asesinatos de un año entero en Noruega equivalen a los que sufre Cali o Medellín en un fin de semana”. Pese a estos números, Camacho no quiere hablar “de caos”. Simplemente, su diagnóstico de la situación es una crítica a la debilidad del Estado colombiano, a la falta de políticas serias “a nivel local, que es donde funcionan”.
La solución es, pues, política.
Como muchos colombianos, no rechaza la ayuda de otros países, aunque no cree que los desembarcos militares sean la solución. ¿Menem? “Un exagerado”, dice. Lo importante para él “es la presión internacional para que haya una solución, la ayuda en dar marcos en los que podamos negociar”.
Camacho visita por primera vez Argentina para exponer esta semana sobre violencia urbana, su especialidad, en el primer seminario sobre Seguridad, Violencia y Democracia que organiza el Instituto de Política Criminal y Seguridad que preside León Arslanian.

 

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