Por Sergio Kiernan Colombia se ha
transformado en el paradigma de violencia en las Américas. Todo el mundo discute la
guerrilla, pero ¿es el principal problema de violencia que tiene su país?
En términos políticos, institucionales, en términos del impacto nacional e
internacional, sí. Pero en número de muertos no. El conflicto armado colombiano produce
aproximadamente los cálculos varían mucho según las fuentes del 15 al 17
por ciento de los homicidios que se producen. La significación política, institucional
del conflicto armado es altísima, pero en término de números de muertos hay que buscar
esos otros espacios en donde se está produciendo el 85, 80 por ciento de los otros. Esto
incluye los homicidios por razones político-sociales, muertes de dirigentes populares,
sindicales. No incluyen muertos en combate. Los muertos en combate pueden llegar a ser mil
al año. La importancia de la guerra es que tiene una dinámica que la lleva más allá
del simple enfrentamiento armado entre un ejército, dos o tres ejércitos. Tiene impactos
urbanos, tiene unos impactos en el tejido social al que va destruyendo. Lo corroe y hace
más fácil la criminalización de otro tipo de prácticas sociales, que no son
necesariamente políticas. La guerra tiene unos efectos muy deletéreos, distintos del
simple conteo de muertos.
Paralelamente, Colombia tiene un alto nivel de violencia debido al narcotráfico.
¿Cómo se puede mensurar el impacto en violencia del narcotráfico?
Hay varias modalidades de violencia del narcotráfico. Una es puramente interna, de
ajustes de cuentas, de eliminación de soplones, de competidores. Son propios de
organizaciones delictivas clandestinas que no tienen recursos de ley distintos de la
violencia. Esa es una forma de violencia que ve uno en ciertas ciudades del país, con
cadáveres que aparecen en los extramuros en las mañanas. Otra modalidad, especialmente
en la segunda mitad de la década de los ochenta, apareció cuando los narcotraficantes se
vieron confrontados por el Estado, por el Poder Judicial, por la Presidencia de la
República. Cuando se desató la guerra contra ellos, respondieron con unas dosis muy
elevadas de terrorismo, mataron cuatro candidatos presidenciales, ministros, jueces,
policías. Esto fue desatado particularmente por el cartel de Medellín, que luego fue
desbaratado y a su dirigente, su capo mayor, Escobar, sencillamente lo mataron. Ese tipo
de violencia se ha reducido mucho. Hay una tercera forma de violencia que es la que ellos
desataron, y siguen desatando, ya no en su condición de traficantes, sino en su
condición de terratenientes. Una de las formas favoritas de inversión de dineros, de los
capitales de los narcos, es la tierra, fundar fincas. El negocio era comprar una finca que
está en un terreno donde hay cierto control o influencia guerrillera, y por tanto el
valor de la tierra ha caído. Se la compra, se organiza un pequeño ejército personal, y
se limpia la región. Esto dio origen al paramilitarismo, que ha tenido también otras
fases, etapas, y ha cambiado radicalmente muchas cosas. Pero ese sistema de mantenimiento
del control de la propiedad de la tierra y valorización del suelo ha originado un
ejército que hoy día puede tener siete, ocho mil asesinos en armas.
Limpian el área de guerrilleros...
Claro. Ahora ya son verdaderos ejércitos de campesinos de ultraderecha, que se
llaman a sí mismos Autodefensas Unidas de Colombia. Esos son los más
organizados, porque hay diferentes expresiones locales de paramilitarismo. En general, el
paramilitarismo es un movimiento armado heterogéneo, pero tiene en común que es de
ultraderecha, que son psicópatas, son asesinos. Entonces no confrontan a la guerrilla en
combate, sino que van a los poblados en donde han hecho tareas de inteligencia y han
localizado auxiliadores de la guerrilla, y hacen una masacre. Matan 10, 15, 20 personas.
Las llaman, las fusilan ante toda la población. Ellos arguyen: Nosotros no estamos
matando población civil,estamos matando guerrilleros disfrazados. Esa es una
derivación de esa violencia paramilitar que desató el narcotráfico a mediados de la
década de los ochenta.
Esto hace pensar en una gradual y cada vez mayor pérdida de control del Estado
sobre la situación. El monopolio estatal de la violencia es cuando mucho una excepción
en Colombia.
El Estado colombiano nunca ha tenido una expresión territorial importante. Primero
porque es un estado muy pequeño, bastante raquítico en términos de su control sobre el
producto interno bruto, en términos de su manejo de la economía.
¿Y quién controlaba esas zonas?
Eran tierra de nadie. En los cincuenta fueron zonas guerrilleras también, muchas de
ellas. En los sesenta prácticamente desaparecieron las organizaciones guerrilleras. Donde
no existía el Estado, pues ejercieron el poder los terratenientes, los ganaderos, los
comerciantes. Pero no necesariamente era una forma de poder que retara al Estado.
Simplemente, era un ejercicio de poder.
Poder real y local.
Poder real y local en el que operaban mecanismos como el clientelismo, el reparto
del tesoro público, la corrupción. Manejos locales que contaban con la anuencia, la
complicidad, de los gobernadores, los alcaldes, nombrados de manera vertical. Hoy día son
elegidos. Pero el punto es que no había un reto importante al Estado. Hoy día hay
realmente un cuestionamiento a fondo, radical, del poder del Estado, y un despojo real de
su capacidad de ejercer su monopolio de la fuerza.
¿Por qué el Estado colombiano es tan débil? ¿De dónde viene esto? ¿De las
interminables guerras civiles?
De las interminables guerras civiles. Eran unas guerras muy simpáticas, muy
caballerescas. Muchas de ellas se interrumpían a las cinco de la tarde, porque los
soldados y los oficiales tenían que ir a tomarse su taza de chocolate. Ese período se
acabó en 1902, 1903. En los treinta ahí empieza a desarrollarse otro tipo de violencia,
pero muy desorganizada en términos de ejércitos. Y en los cincuenta la violencia se
desata. Comenzó en 1948, con la muerte de un dirigente popular muy importante, muy
significativo para el país. Ese período tiene su final digamos así en el
año 58. Son diez años de guerra, de violencia muy fuerte, que terminan con un
pacto en el cual los partidos se reparten el poder. Era la Alternancia, en que cada cuatro
años se turnaban liberales y conservadores. Ellos obtuvieron el total monopolio del poder
del Estado, pero lograron pacificar al país. Era un régimen muy excluyente, por un
fenómeno que se llamó la Paridad, por el cual los cargos del Estado se reparten por
mitades entre liberales y conservadores. Los demás quedan afuera.
Es la misma época en que surge la guerrilla.
El mismo. Las FARC son una prolongación de esa guerra en los cincuenta. Tiro
Fijo, el jefe guerrillero, es un hombre que debe tener como 65 años y lleva 40
peleando. Es el guerrillero más viejo del mundo, y el que más tiempo lleva en las
guerrillas. Es un fenómeno muy peculiar: hay guerrilleros de 40, de 50 años. Hay hijos
de guerrilleros, nietos de guerrilleros, bisnietos de guerrilleros. Hay un peso de lo
familiar muy fuerte. Y eso es lo que recorta el poder del Estado. Esas son guerrillas
serias. No están por la reinserción en el régimen político. No se puede evitar el
fenómeno como con las guerrillas anteriores, que les daban una beca para estudiar en la
universidad, de golpe un taxi, una casa, un empleíto por ahí. Lo que se está negociando
hoy es el carácter del Estado. Del reino político, nada menos.
Paralelamente a la violencia política, también hay una gran violencia social, más
nihilista, más de las calles. ¿Qué la origina?
La inexistencia territorial del Estado es solamente una expresión de su debilidad.
En las propias ciudades, los aparatos que podrían servir de contención de la violencia
urbana tampoco funcionan. De hecho, incluso pueden producir más violencia. La Justicia en
Colombia no es absoluta. Los cálculos más optimistas sostienen que en lo penal, el 93
por ciento de los delitos queda impune. Hay quien sostiene que el 97. En homicidios, la
impunidad es del 96, 97 por ciento. La urbanización tiene impacto en esto, pero el
desarrollo del narcotráfico en las ciudades tuvo un impacto enorme, particularmente en
dos ciudades: en Cali y en Medellín. Son la segunda y tercera ciudad del país, se mueven
alrededor de los 2 millones de habitantes cada una. En Medellín porque allí el llamado
cartel de Medellín era terrible. Profundamente inescrupulosos, sus jefes venían de la
delincuencia más marginal, robaban lápidas de cementerios. Socializaron una forma de
violencia y de delincuencia muy degradada. La modalidad delictiva y violenta de Medellín
se dinamizó por un fenómeno que se llama el sicariato: jóvenes de barriadas que eran
ejecutores. No sólo de los narcos, sino de cualquier persona que quería resolver una
deuda, digamos. Llamabas a una oficina se llamaban así, agencia, empresa y
contratabas la muerte de Fulanito. Y el Fulanito cobraba.
¿Esto continúa ocurriendo?
Ha disminuido radicalmente, pero la figura del sicario sigue existiendo. Luego lo
liquidaban a él para que no hablara. Y esto comprometió a la policía, comprometió a
todas las autoridades locales.
Con las masas de dinero narco, la corrupción debe ser faraónica.
Imagínate. En Cali pasó algo un poco diferente. El cartel de Cali era mucho más
refinado, mucho más autocontenido, mucho más cuidadoso. Nunca intentaron hacer
política. Se metieron por una vía más filantrópica, en la provincia financiaron a
todos los políticos locales, pero no iban al Congreso ellos mismos, o a las
gobernaciones. El mantenimiento de la disciplina interna y el ajuste de cuentas fue
terrible, terrible. Eso tuvo un efecto corruptor, un efecto deletéreo muy fuerte. En los
ochenta esto se complicó por la acción de sectores de las guerrillas, particularmente el
M19, que había surgido como un fenómeno urbano, una guerrilla urbana que se fue al
monte. Luego intentó volver a la ciudad y empezó a armar unas especies como de milicias,
en zonas populares urbanas de Medellín y Cali. Lo que hizo fue proveer de entrenamiento
militar a muchos jóvenes y niños cuando estaban en un período de tregua con el
gobierno. Cuando se rompió la tregua, el M19 se fue de las ciudades y dejó milicias
infantiles y juveniles sueltas. Para peor, muchos jóvenes también se organizaron como
grupos locales de autodefensa barrial. Pues las guerras entre barrios queman, pues, con
muertes masivas.
Como el fenómeno de las gangs en Los Angeles, pero llevado a un nivel exponencial.
Claro, claro. El sicariato, la guerrilla y la autodefensa barrial mezclados generan
maneras muy locas y muy intrincadas. Pero esas tres formas son típicas de la ciudad de
Medellín que es la que tiene las tasas de violencia más altas de Colombia. En Cali la
violencia se está volviendo cada día más organizada, más violenta. El apresamiento y
muerte de los dirigentes del Cartel de Cali se tradujeron en que quedó libre un montón
de gente que necesitaba empleo. Calcule más o menos unos dos mil taxistas en la ciudad
que trabajaba para el narcotráfico. Eran los que en el aeropuerto sabían quién llegaba
y quién salía con los paquetes. Quedaron en el aire n policías de Cali que
fueron despedidos y todos esos ejércitos de narcos, grandes y pequeños, todo eso quedó
huérfano. Perdieron ingresos, perdieron organización. Su forma de delincuencia es mucho
más suelta, mucho más desorganizada, y mucho más descontrolada.
¿Cómo es la vida cotidiana de los colombianos ante la falta de ley? No se pude
recurrir a la policía, no se puede o no se quiere recurrir a lajusticia
guerrillera o de los narcos. ¿Cómo viven los que no están en el narcotráfico o en la
lucha armada?
Hay un enorme deterioro de la calidad de la relaciones sociales. Enorme. Hay
estudios que se han hecho particularmente en Bogotá, que muestran varias cosas. Primero,
que el mayor porcentaje de muertos, un 80 por ciento o algo así, son muertos por armas de
fuego. De ésos, algo así como el 80 por ciento son muertos por armas de calibres bajos,
38, 32 o 9 milímetros, o unas cosas que llaman hechizas, que son armas que hacen ellos
mismos. De ese 80 por ciento, un porcentaje muy alto son muertos de disparos hechos a muy
corta distancia, o sea, se supone que mediaba algo previo, una relación previa. El 18 por
ciento de los cadáveres tenía niveles de alcoholemia muy altos, que permiten suponer que
el contexto era de licor, de parranda, de farra, de riñas, de bares. Se ha producido
también en un incremento notable de la percepción de inseguridad, que a su vez juega
contra políticas democráticas, o gestiones ciudadanas democráticas. En la medida en que
yo estoy inseguro, si no confío en la policía, si no confío en los aparatos de
Justicia, o bien me voy a mi casa y me encierro, o me armo. Hay un muy fuerte armamentismo
privado, pero la tendencia es básicamente a reducir los espacios de lo público. Me voy a
mi casa.
Entonces usted tiene barrios enteros con sus calles cerradas, vigilancia privada por
montones para quien la pueda pagar. Hay una reducción de la democracia en el sentido
griego, pues, del ágora, muy fuerte. La vida privada está siendo muy violenta. Es esa
violencia familiar que no produce muertos, pero produce muchos heridos por maltrato. Una
encuesta que hizo el Departamento Nacional de Población mostró que había más
homicidios en los hogares que en los bares.
En Argentina se discutió mucho si hay que intervenir en Colombia o no, si van los
norteamericanos y vamos nosotros...
Hombre, la intervención ya está.
Bueno, yo tenía en mente a los marines desembarcando...
Entonces no usemos la palabra intervención, digamos la participación de la
comunidad internacional, que es clave para Colombia. ¿Qué naturaleza puede asumir y
quién va a hacerlo? Se puede tener el agradable acompañador, el organizador de amigos,
instituciones internacionales. Y pueden participar mediadores, árbitros, hay muchas
modalidades de participación. Eso no lo puede decir sino Colombia. Justamente, hoy día
las conversaciones entre el gobierno y las FARC están interrumpidas porque no se han
puesto de acuerdo sobre qué debe hacer una comisión de verificación de los procesos de
negociaciones. Hay consenso colombiano en que lo internacional es clave. No sólo porque
el conflicto se internacionalizó, sino porque la comunidad internacional lo está
asumiendo. No creo que vaya a ver una intervención militar, con marines y eso. Va a haber
seguramente un refuerzo muy fuerte al ejército. Colombia es el tercer recipiente a nivel
internacional, después de Israel y Egipto. Y va a haber una enorme presión
internacional, algo así como cordones sanitarios en los países limítrofes, que ya
están reforzando sus fronteras. Pero no sólo los países limítrofes: la idea es que
toda la América del Sur empiece a jugar en esto. McCaffrey viene dentro de un par de
semanas a aquí, a Chile, Argentina, y el discurso va a ser ése: Colombia es un
peligro con-ti-nen-tal. Es un riesgo de seguridad nacional para Estados Unidos. Uno
no acaba de entender en qué sentido Colombia puede ser un problema para Argentina, o para
Chile, más allá de que parte de los excedentes del negocio se invierten en el mercado de
capitales argentino-chileno. Hay lavado. Pero yo no creo que significativo para la balanza
de pagos argentina. Lo que Estados Unidos quiere construir es la imagen de una suerte de
sida del que el cuerpo colectivo debe defenderse. Hay exageraciones, como las del
presidente Menem, de ofrecerejército, que fue repudiado por todos. Por la crisis de
derechos humanos en el conflicto interno, se puede producir una situación de crisis
humanitaria en Colombia. Y ésa es una fuente de intervención, ¿no?, como la de Somalia,
Ruanda. Yo no creo que lleguemos allá, pero está dentro del escenario.
POR QUE ALVARO CAMACHO |
Por Sergio Kiernan |
Este
hombre simpático, menudo y vivaz tiene una especialidad inesperada: la violencia.
Colombiano, no le faltan ejemplos ni casos de estudio en una sociedad sacudida por los
balazos. Balazos políticos, balazos sociales, balazos narcos. Como investigador del
Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la universidad nacional
de Colombia, Camacho estudia el impacto de la corrosión social. La guerrilla, que acapara
los titulares del mundo, es apenas un factor en el problema. Lo que le preocupa realmente
es el asesinato como costumbre de su sociedad, la violencia en las familias, las muertes
por riñas de bar. El y sus colegas saben que la amplia mayoría de los casos que
registran las estadísticas se deben a estas razones menos políticas.
Colombia tiene una tasa de homicidios que triplica la de Brasil, el segundo país
más violento del continente, y multiplica por 17 la de Uruguay, el más pacífico. Los
asesinatos de un año entero en Noruega equivalen a los que sufre Cali o Medellín en un
fin de semana. Pese a estos números, Camacho no quiere hablar de caos.
Simplemente, su diagnóstico de la situación es una crítica a la debilidad del Estado
colombiano, a la falta de políticas serias a nivel local, que es donde
funcionan.
La solución es, pues, política.
Como muchos colombianos, no rechaza la ayuda de otros países, aunque no cree que los
desembarcos militares sean la solución. ¿Menem? Un exagerado, dice. Lo
importante para él es la presión internacional para que haya una solución, la
ayuda en dar marcos en los que podamos negociar.
Camacho visita por primera vez Argentina para exponer esta semana sobre violencia urbana,
su especialidad, en el primer seminario sobre Seguridad, Violencia y Democracia que
organiza el Instituto de Política Criminal y Seguridad que preside León Arslanian. |
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