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OPINION
Postales de este lado del (Tercer) Mundo
Por Carlos Polimeni

1. Tenía una voz como de graznidos, una risa de gallina clueca y una apariencia simiesca. Era un narrador oral excepcional, como Jorge Luis Borges, el Cuchi Leguizamón o Atahualpa Yupanqui, todos hombres de un tiempo ido, irremediablemente. De una era en que había tiempo para la tertulia y amor por las palabras justas. Representaba a una clase de izquierda que en la Argentina se extraña: iconoclasta, apartidaria, de buen gusto, intelectual, utópica. Le gustaban la música, las bebidas, las mujeres, las causas perdidas y la charla, como si fuese un personaje de un relato que Raymond Chandler no llegó a escribir. Era, en cambio, un tipo nacido en la esquina de Charcas y Agüero, un bicho del centro porteño, un devoto de Ravel. Enrique “Mono” Villegas fue leyenda durante buena parte de una vida que no le resultó fácil, por su empeño en ser artista, no un creador de mercado. Tal vez, si hubiesen sido fáciles, aquí en este sur en el que el diablo perdió el poncho, se las hubiese arreglado para que las cosas se complicaran un poco. En 1955 creyó tocar el cielo con las manos cuando lo contrataron del sello Columbia para grabar dos discos en Estados Unidos, que quedaba mucho más lejos que ahora. Eso le permitió hacer una vida de bohemia de verdad en Nueva York, viajar por el mundo y encontrarse con el problema de tener que explicar por aquí y por allá cómo carajo había salido de la Argentina un pianista de jazz de su calibre. El gran Teté Montoliú le dijo un día que su santa trinidad del piano estaba conformada por Oscar Peterson-Art Tatum-un tal Enrique Villegas. Decir que era un grande del jazz, que es máxima libertad de expresión, es encasillarlo, en rigor. El Mono, que se tocaba la vida, era del palo del jazz porque sentía que había en él un mundo de referencias creativas y libertad de improvisación que no encontraba en ningún otro. No vale la pena contar que se murió pobre, fané y descangallado en 1986, y que antes tocó en centenares de docenas de lugares, y grabó todo lo que lo dejaron, que no fue tanto. El sábado en Charcas y Agüero, en una plazoleta a metros de una placa que homenajea su nombre, inmortal desde antes, todo fue muy Villegas. Tocaron Adolfo Abalos y Eduardo Lagos, mejores imposibles y varios de los conjurados de siempre del jazz porteño: Baby López Furst, Jorge López Ruiz, Eduardo Bicho Casalla, Fats Fernández. Hacía frío, pero unos chicos le ponían alborozo a la tarde. Al comenzar la semana, el día en que hubiese cumplido 86 años, EPSA y el Centro Cultural Rojas lanzaron al mercado un compact, que reproduce un concierto de julio del ‘64 en el teatro Astral, con el pianista desafiando una y otra vez a López Ruiz y Casalla. Impulsándolos a soltarse, a tomar el tema como un principio, no como un final. El CD se llama, muy villeguísticamente, “Al gran pueblo argentino, ¡pianos!”. No es raro que cuando las cosas andan para la Mona se extrañe tanto al Mono. En la Argentina musical, muerto el Mono, se murió el monismo.
2. Mariano Grondona se vio obligado a explicar que se trataba de un momento de “televisión verdad”, en un programa en que a veces las mentiras van y vienen. El director lo había mandado al aire de sopetón, en un momento muy poco “Hora clave”, en que las cosas se habían des-
madrado en el estudio. Es que el candidato a gobernador de Buenos Aires por el peronismo, Carlos Federico Ruckauf, se negaba a compartir la mesa con Luis Patti y Guillermo Francos, sus adversarios menores, en un debate sobre la inseguridad en que brillaba la ausencia de Graciela Fernández Meijide. Como consecuencia, Patti permanecía de pie, indignado, ante la cara de poker de Franco. Patti, ah país generoso, acusaba a Ruckauf de antidemocrático. Grondona pidió al aire el tape en que había grabado, por la tarde, la opinión de la candidata de la Alianza, mientras intentaba poner su casa en orden. Cuando terminó la nota grabada, Patti seguía de pie, discutiendo, con su mejor gesto de niño malcriado. O mal aprehendido. Aceptó sentarse como quien renuncia a la mitad de sus convicciones. Lo que los tres dijeron después, ridículamente separados, fue más de lo mismo:que se necesita mano dura, muy dura, como si la policía argentina –en este caso la ex de Buenos Aires– estuviese conformada por un elenco de señoritas de buenos modales. Televisión verdad: tres candidatos a gobernador del estado más importante de la nación compitiendo a ver quién tiene el garrote más grande. Que conste en actas: por segunda o tercera vez en la vida, Ruckauf no se reía como Alberto Olmedo pasado de rosca. Estaba a tono con la televisión verdad de Mariano. Su propuesta es clarísima: “Hay que meter bala a los ladrones”.
3. Desde hace demasiadas semanas, la cambiante trama de “El Nene Montanaro”, la tira de la contratapa del diario Clarín, venía dándole vueltas a la relación entre el protagonista, un periodista novato desocupado, y Nana, una típica chica Altuna, sólo que en esta ocasión de esas que son ricas pero sienten tristeza. La mano venía enrevesada, como las de esas telenovelas que al tropezar con el éxito, empiezan a bifurcarse y partir hacia destinos insospechados. Este fin de semana, la trama dio una especie de salto mortal, que se intuye corto: Nana es una hija de desaparecidos, tomada en adopción por una familia pudiente. Su padre, que estuvo en coma más de veinte años, por un accidente fraguado, y su madre, son presuntos inocentes. No así su tío Lorenzo, un ser oscuro y viscoso, siempre rodeado de muchachos con cara de Batatas Heavies, que fue quien la llevó a la casa, de bebé. A su padre lo dejaron como lo dejaron cuando se disponía a denunciar el caso ante un juez, en 1977. Más vale tarde que nunca, la ficción popular y masiva, parece hacerse cargo de un tema que, se quiera o no, divide al país de los sueños del país de las pesadillas. No es un dato menor que la verdad haya saltado en el Día del Niño. En la Argentina, hay todavía más de 400 chicos secuestrados durante la dictadura que siguen en manos de apropiadores. La lucha de las Abuelas ha logrado el esclarecimiento de otros 63 casos. Muchos de ellos, los chicos y los falsos padres, leen el gran diario argentino. Papá, ¿vos qué hiciste en esos años? Papá, ¿vos sabías lo que estaba pasando? El último cuadro de ayer mostraba al Nene diciendo, simplemente: “En fin, mañana será otro día”.

 

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