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'El compromiso es tratar de conmover'

Actriz de teatro, de cine y también de TV, Valeria Bertuccelli intenta conciliar los distintos modos de concebir la actuación.

Hasta hace poco, Valeria era más conocida por ser la mujer de Vicentico.

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Por Luis Vivori

t.gif (862 bytes) El poder de los más de veinte puntos de “Gasoleros” le permitió a Valeria Bertuccelli dejar atrás la chapa de ser la mujer de Vicentico, el líder de Los Fabulosos Cadillacs. Su carrera como actriz, no obstante, dibuja un amplio abanico, que cobija tanto su amor por el teatro –frecuentó desde el San Martín hasta el Parakultural con las Hermanas Nervio– como su labor en el cine. Recientemente se la vio en Silvia Prieto, el auspicioso último film de Martín Rejtman, pero antes, en 1995, había sido uno de los personajes de 1000 Boomerangs, ese alucinado film de Mariano Galperín que pasó fugazmente por las salas cinematográficas. De la TV, en cambio, sólo conoce en profundidad los productos Pol-ka. En la entrevista con Página/12, Bertuccelli se refirió a su realidad de tener que deambular entre las diversas esferas de la actuación.
–¿En qué ámbito se siente legitimada como actriz?
–Para la gran masa es probable que llegar a la televisión sea una manera de legitimarse. Pero en lo personal me siento actriz desde hace tiempo, para ser más precisa desde que me di cuenta de que podía vivir de esto. Siempre sentía que era mi profesión, pero cuando empecé y no me alcanzaba la plata para nada, tenía que actuar y hacer de niñera al mismo tiempo para poder mantenerme. Es que la actuación es algo bastante raro a veces. Cuando estás ensayando una obra que escribís, actuás y dirigís vos, y estás cuatro meses sin que nadie te vea se convierte en algo así como un trabajo de locos. Hasta que no la ve nadie es como lo que les pasa a los pintores, que pintan tela sin saber a quién le va a llegar. Con nosotros pasa lo mismo.
–¿La TV le quita o le agrega cosas a un artista?
–En mi caso, siento que me saca ese caldo de cultivo que tenés en la calle, ese espacio de inspiración que lográs cotidianamente afuera de la televisión, andando por la calle. Al grabar todos los días no te dan ganas de nada. No hay espacio para irte de esa locura. Pero también siento que no necesariamente es una picadora de carne como muchos dicen. Además tuve suerte, porque estoy en un lugar en el que puedo desarrollar otras cosas porque en Pol-ka todo el mundo esta más atento a los detalles, y eso tiene que ver con un espíritu general que te da esa posibilidad.
–¿Será este espíritu al que alude parte del cambio que generaron los productos concebidos por Suar?
–Sí, pero además incorporó muchos actores de teatro que antes me los encontraba en otro lugar y ahora los veo en televisión. Por otro lado trabajan muchos chicos jóvenes que estudian cine y a los que de repente les dan ganas de probar una luz nueva, o lo mismo con el sonido. Hay una voluntad de ser más audaz. Y la realidad es que Adrián no está todo el tiempo inspeccionando lo que se hace. Entonces, el que se anima a probar ve plasmado lo que andaba buscando y esa situación se contagia, porque después lo siguen otros. Yo creo que ya se ha logrado un color y un sonido característicos de Pol-ka.
–¿Se corre el riesgo del desgaste? En el “Gasoleros” de este año por momentos se observan ciertos manotazos de ahogado para mantener el rating.
–Yo no estuve el año pasado, pero creo que todo lo que sea cambiar para mantener el rating es como si fueran propuestas que vienen de afuera, de la dirección o de la producción. Todo lo que sea manotazo de ahogado va por otro lado, porque no siento que eso pase con los actores. Es más: yo creo que pelean por sostener esa historia sin preocuparse demasiado por el rating. Esa es la sensación que me queda a mí.
–¿Existe una cultura del entretenimiento fácil en la gente y en los actores?
–Yo creo que existe una televisión que genera un efecto inmediato y pasajero. No me parece que sirva para reflexionar, pero sí pienso que sirve para divertirse y pasarla bien. Es muy pretencioso suponer que pueden generar cambios en la conducta de la gente. De todos modos, lograr conmover es bárbaro para un artista. En “Gasoleros”, las palabras están bien dichas, no como en “Verano del ‘98”, donde es muy gracioso ver ajóvenes hablar de “los temas” sin decir nada. Es todo un amague en el que no pueden decir puto, ni trolo, ni nada. Supongo que de todas formas algunos jóvenes se deben ver reflejados en esa cosa de plantear estereotipos. Es todo muy armado, el énfasis está puesto en cómo se visten o en su onda, no hay seres humanos, o parecería que no los hubiese. Creo que en “Gasoleros” y también en lo personal el único compromiso es tratar de conmover a la gente con lo que se hace, ya sea a través del llanto o por medio de la risa.

 

Un cine sin figuras

Sus participaciones en el cine son una proyección de su espíritu under, bien expresado a partir de su condición de actriz de teatro. Tanto en 1000 boomerangs (bizarro film de Mariano Galperín) como en la reciente Silvia Prieto (Martín Rejtman), su labor fue elogiada por la crítica y marcó un perfil que el tiempo se encargará de establecer si lo profundiza o si cambia de dirección. Según Valeria, “el cine en nuestro país ya comenzó a orientarse de otro modo y Mundo Grúa es un ejemplo. No es importante que haya una figura, sino que lo fundamental son las historias. Lo esencial es lo que se cuenta, que haya una necesidad de contar “eso”. Ahí está lo que más me interesa. Y también es lo que más le interesa a mucha gente, cuando se le da la oportunidad de que lo vea. Hay que sacarse la mirada esa de que se entienda afuera lo que hacemos acá. Y los mejores actores para esto hay que buscarlos en general por el lado de los que no tienen chapa, los que no arrastran vicios. No me parece que ni los Luppi, ni los Alterio sean necesariamente buenos actores de cine.

 

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