OPINION
El partido de los sobrios
Por James Neilson
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Si en la Argentina actual la política aún tuviera algo que ver con las
ideologías o con las propuestas que formulan los distintos partidos, Eduardo Duhalde
tendría buenos motivos para sentirse reconfortado por el triunfo de su compañero
putativo Lole Reutemann en Santa Fe. Pudiera haberlo tomado por evidencia de que una vez
más la ciudadanía se preparaba para confiar en la sabiduría del movimiento que
representa. Pero, como el candidato peronista sabe mejor que nadie, en la actualidad, lo
único que realmente cuenta es la imagen y ocurre que la irradiada por el ex corredor de
Fórmula Uno tiene mucho más en común con la de Fernando de la Rúa que con la del
autoproclamado sucesor natural de Menem, lo cual, en vista de la trayectoria de quien era
uno de los máximos astros del deporte más rutilante de todos, es un fenómeno bastante
curioso.
Sea como fuere, ambos militan en la primera fila del partido de los agresivamente sobrios
y, sin duda, entienden que el avance de uno presagia el del otro, razón por la cual
Reutemann ni siquiera intentó tratar a Duhalde como el próximo ocupante de la Casa
Rosada. Conscientes de esta realidad, los más ya no encuentran raro que, conforme a todas
las encuestas, en las elecciones de octubre la Alianza podría imponerse en Santa Fe con
comodidad. No es que los santafesinos sean veleidosos sino que han llegado a la
conclusión de que quieren ser gobernados por gente tranquila sin compromisos
inconfesables, actitud que, según parece, es compartida por muchos otros, razón por la
cual De la Rúa ha conseguido alejarse de su rival en casi todo el país.
Además de poseer una imagen que es extrañamente similar a la de Reutemann la de
ser un hombre de la clase media respetable sin demasiadas pretensiones, De la Rúa
lo ha emulado al brindar la impresión de no estar tan obsesionado por conquistar la
presidencia como Duhalde. Puede que se trate de una ilusión: como el gobernador
bonaerense, De la Rúa no ha vacilado en emprender una serie de transformaciones
camaleónicas destinadas a permitirle reflejar lo que, según las encuestas del día
anterior, complacería al electorado, rodeándose de pesados en uniforme para que sea
tomado por un duro un día y balbuceando algunas palabras sobre lo terrible que es la
deuda externa el siguiente. Sin embargo, su vaguedad congénita le ha impedido cometer los
mismos errores que Duhalde, hombre cuyas ansias de ganar se han hecho tan patentes que de
por sí podrían resultar más que suficientes como para hundirlo. |
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