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Una botella trajo la carta de un náufrago en tierra

El mensaje fue escrito en 1939. La botella apareció en los jardines de la casa de gobierno de Neuquén, en obras. Era de  un poeta que trabajaba en la policía y quiso dejar su huella.


Por Pedro Lipcovich
t.gif (862 bytes)  Una botella de esas que arrojan los náufragos y los desesperados fue encontrada, pero no en una playa de mar sino bajo tierra, en la Casa de Gobierno de Neuquén. Su autor, Humberto Ligaluppi, era poeta, pintor, fotógrafo y lector de Shakespeare pero desempeñaba, cuenta la carta, “una tarea ingrata”: trabajaba como fotógrafo policial. Página/12 reconstruyó la hipotética historia: un hombre que se quiere artista arrastra “la obligación de pasar lo mejor de nuestra vida en estos parajes”, lejos de todo. Entonces –fotógrafo, habituado a calcular de un golpe de vista– decide su estrategia: arroja su botella, no al mar que se dilata en el espacio sino al que se extiende en el tiempo. El adivinó (deseó) que el mensaje haría fama y previó que entonces un pedazo de su obra llegaría, aunque fuese por un día, a todo el país. Hoy lo consigue.
na18fo01.jpg (8040 bytes)Unos operarios que excavaban en los jardines de la Casa de Gobierno neuquina, durante la Obra de Recuperación del Casco Histórico, encontraron una botella de naranjín, aquel refresco tan popular. La tapa estaba lacrada y en su interior había una nota perfectamente legible: “Para que en tiempos futuros, cuando de nosotros ya no queden rastros, sea ésta un motivo”. El texto, según estableció su autor en 1939, “ha de servir para evocar estos tiempos tan difíciles en todo orden, y más aún para nosotros los empleados de policía, que, además de desempeñar una tarea tan ingrata por muchas causas, estamos obligados a pasar lo mejor de nuestra vida en estos parajes”.
Humberto Ligaluppi tenía 43 años cuando, el 5 de abril de 1939, lanzó su botella al mar. Estaba muy solo. Había nacido en 9 de Julio, provincia de Buenos Aires, y en 1920, recién casado, viajó con su mujer a Neuquén, donde había conseguido trabajo como fotógrafo policial. Pero extrañaban la ciudad natal, donde estaban sus familias, y diez años después decidieron volver. Ya habían nacido sus cuatro hijos. En 9 de Julio Ligaluppi puso una empresa de pintura pero no le fue bien: “Eran épocas bravísimas”, recuerda su hija predilecta, para quien Humberto había elegido el nombre de Ibel.
Así las cosas, desde Neuquén le escribieron que su empleo todavía estaba vacante. Los hijos ya habían empezado la escuela y él volvió solo. Cada vez que podía viajaba a 9 de Julio: dos días en tren hasta Buenos Aires y la espera para otras cinco horas de tren hasta su familia. En esa soledad escribió la carta de la botella, que terminaba con un ruego: “Quiera Dios que el tiempo de encontrar este papel sea mucho mejor”. Ocho años después, murió. “Siempre tenía que viajar al interior de la provincia para hacer relevamientos fotográficos: el frío y la nieve lo afectaron, tuvo reumatismo y después insuficiencia cardíaca”, según Ibel.
“Todos sus hijos ignorábamos que había dejado ese mensaje”, confiesa Ibel. Ella conserva los cuadros que pintó su padre, las fotografías que quedaron de su relevamiento en la provincia inhóspita. “Mi papá era un autodidacta. Leía muchísimo, tocaba el violín que era una belleza, aunque nomás aprendió las primeras notas cuando era chico”, testimonia Ibel.
Ella desempolva viejas revistas donde su padre escribió: “Una tensión nerviosa reina en el mundo y las manifestaciones espirituales no entusiasman a las mayorías, no porque carezcan de educación estética sino porque la frivolidad se apodera del espíritu”. El, además, “tenía un humor muy especial; hacía caricaturas”. Fundó la Biblioteca Pública de Neuquén.
En 1939, Neuquén era un pueblito: “Tenía la tercera parte de la población actual. Las calles eran pura arena inhóspita y se andaba a caballo”, recuerda Ibel. La economía se organizaba alrededor de las tres bases militares, y una de gendarmería, que allí se asentaban. Había cierta prosperidad: “Ibamos al cine, se hacían cabalgatas”. Los habitantes provenían de todos los puntos del país; también, en las chacras, había alemanes, suizos, italianos.
En uno de sus viajes por la provincia Ligaluppi escribió su poema al río Limay: “Entre márgenes festoneadas de esmeralda / te deslizas suavemente /bajo el palio del sauzal. / A tus márgenes me allego / en busca de reposo / quiero aspirar aromas de consuelo / olvidar que hay pena / viendo en tus aguas el cielo / bajo el palio / frondoso / del sauzal”.

 

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