OPINION
Charly, el brazalete, Mengele
Por Esteban Pintos |
A esta altura, Charly García es un prócer nacional o algo así. Como tal,
parece que puede perdonársele todo o, en todo caso, justificársele. Casi que puede
intuirse qué piensan los ciudadanos de García escuchando la forma en que lo definen. Hay
muchas: loco (el preferido de los taxistas), transgresor (el
favorito de los que aborrecen el rock pero saben que queda mal decirlo), genio
(de su corte de incondicionales) y artista (el más cierto) son algunos de los
más repetidos. Todos ellos juntos, y varios más, integran el vocabulario básico de los
chicos que opinan ante las cámaras de Crónica Tv, siempre junto al rock en vivo, por si
las moscas. Habría algunos más para agregar a esta lista arbitraria de tipificación de
reacciones frente a sus movimientos, que incluyen canciones, declaraciones, poses
actuaciones arriba y abajo de un escenario y simulaciones. Sus shows en Obras,
del viernes y el sábado pasados, dejaron varias sensaciones que se conectan con una
suerte de diagnóstico general sobre lo que García es hoy, y lo que significa visto desde
una nueva generación de público. La invención del concepto Say No More, una frase que
encierra en sí misma mucho más que el simple No digas más nada (que es lo
que quiere decir, más o menos), ha derivado en una suerte de slogan publicitario, objeto
de merchandasing de innegable atractivo, que también debería entenderse como manifiesto
artístico de una etapa minimal de un hombre que tiene una obra clave en la historia del
rock argentino. La venta en el estadio de esos brazaletes rojos con un círculo blanco en
el centro (hasta ahí las semejanzas... provocan cierto escozor), que a su vez contiene
las iniciales del mentado slogan, terminó generando un llamativa coreografía que caminó
sobre la cornisa del chiste de mal gusto y la ofensa. Sobre todo cuando el músico-prócer
arengó a la multitud y jugó a levantar su brazo derecho, acción que motivó
a que otros cientos de espectadores con sus respectivos brazaletes lo hicieran también.
Era ¿una parodia o una exaltación del nazismo? El cuadro se completó cuando el cómico
de televisión Pipo Cipollati volvió a exhibir su obsesión con los métodos de
experimentación nazi sobre ciudadanos judíos (recordar la canción de Los Twist
Jabones flotadores, de inequívoco significado) y mencionó a Josep Mengele
dentro de una rima supuestamente graciosa sobre la creación de un mítico personaje,
parte de la troupe de Titanes en el ring que ambos homenajearán en un
próximo disco. Hasta ahí estos hechos, parte de dos shows poblados de buenas canciones,
una gran aparición (la de Mercedes Sosa, el sábado) y del fervor de jovencitos sus
incondicionales de ahora que no habían nacido aún cuando Charly ya era Charly. La
tentación inmediata, el acto reflejo sobre la parodia nazi, es decir que con eso no se
jode. O que no debería joderse, en el país de los dos atentados nunca resueltos a
edificios de la comunidad judía, o en cualquier otro del mundo. |
|