Por Javier Moreno Enviado especial a Caracas El presidente de Venezuela,
nacido hace 45 años, fue militar hasta 1992. El fracaso de su intento de golpe de Estado
contra Carlos Andrés Pérez lo llevó a la cárcel. Un indulto de su predecesor, Rafael
Caldera, y el éxito de su movimiento bolivariano en las urnas lo han convertido en el
jefe del Estado. Ahora proyecta una gran reforma legal, política y económica capaz de
transformar Venezuela. Su objetivo declarado es derrotar a la corrupción.
En mitad de la conversación que el pasado jueves sostuvo Hugo Chávez con este diario y
otros tres medios internacionales en su despacho del palacio de Miraflores, en la ciudad
de Caracas, sonó un teléfono móvil; el presidente venezolano contestó y se produjo el
siguiente diálogo:
Aló, sí, dime. Ah, qué hubo, Héctor. No, no molestas, dime, dime. Mil millones
de bolívares. ¿Pero de qué se trata ese dinero? ¡Ajá! ¿Y los cheques estaban dónde?
Imagínate tú. ¡Ajá!
Chávez, de 45 años, colgó, miró a los periodistas y explicó de qué se trataba el
misterio: el ministro de Educación venía de descubrir un nuevo caso de corrupción en
Venezuela. Mil millones de bolívares (1,8 millón de dólares aproximadamente) que el
gobierno anterior pagó oficialmente en becas de estudio y que nunca llegaron a sus
destinatarios. Una inspección los acababa de localizar en cuentas bancarias secretas.
Las cosas que vamos descubriendo y seguiremos descubriendo de la inmensa corrupción
que aquí había, y sigue habiendo, porque está inserta en una república moribunda
comienza a apasionarse el presidente. Uno de los tantos casos que a diario
descubrimos. Chávez acudió directamente desde el Congreso a su despacho de
Miraflores, el mismo palacio que en 1992 bombardeó durante su fracasado intento de golpe
de Estado, y en el que se destaca un antiguo globo terráqueo donde el presidente ha
marcado con rotulador sus áreas de interés geoestratégico, y al que se refiere con
frecuencia.
Usted se ha convertido en el presidente con más poder de la historia de Venezuela
y, en general, tanta acumulación de mando suele acabar de forma desastrosa.
Yo no creo que se esté dando una acumulación de poder en Venezuela. Me siento
feliz. Me siento libre de muchos pesos. Cuando vi que se instalaba la Asamblea, sin mi
presencia, cuando la Asamblea va a deliberar sin mi presencia, sin que yo esté ahí, me
siento más libre, porque yo más bien estoy en un proceso de desconcentración de poder.
Vamos en una dirección distinta a la clásica de un caudillo que está acumulando poder.
Yo no siento que sea un hombre que está acumulando poder, poder, poder, poder. Yo, en
eso, soy un poco gramsciano (por el filósofo marxista italiano Antonio
Gramsci), de un poder que se difumina. Yo no tengo el poder absoluto ni quiero tenerlo.
Sería horroroso pensar de esa manera. Yo sí creo que les estamos quitando poder a
quienes lo tuvieron concentrado en poquísimas manos durante muchos años. Estuvieron los
cogollos (las cúpulas de los partidos) que se reunían, aquí, en estas
mismas sillas, tres o cuatro personas, y nombraban a todos los jueces, y generalmente no
como nosotros, sino tomando whisky, y haciendo otras cosas, aquí, en el palacio mismo.
Asaltaron el templo de la patria, mercaderes, y como cuando Cristo, hubo que echarlos a
latigazos.
Pero sí tiene el poder de dictar lo que es legal y lo que es legítimo. Por
ejemplo, no reconoce el dictamen de la Corte Suprema, que sostiene que la Asamblea
Constituyente no tiene derecho a declararse poder máximo del Estado.
Yo creo que hay una tremenda desviación. Usted está recogiendo una desviación.
Quien afirme eso está bien alejado de lo que está ocurriendo en Venezuela. ¿Quién
puede decir que un hombre, un hombre como yo..., atribuirme a mí tanto poder? ¿De
determinar lo que es legal y lo que es legítimo? Pero, ¡por Dios!, eso es una terrible
desviación. Ningún hombre puede tener tanto poder.
¿Acepta o no el dictamen de la Corte Suprema?
Yo estoy respondiendo como yo quiero responderle; no me ponga contra la pared. Estoy
creando una reflexión para usted, buscando la verdad, salirles al frente a las terribles
simplificaciones. El asunto es mucho más complejo que preguntarle a un hombre: ¿usted
reconoce? ¿Y qué importa que reconozca yo o no? Es una realidad de fondo, tratemos de
buscar el fondo. No es que un hombre reconozca la legalidad o la legitimidad. Eso son
situaciones que se dan. Cuando un proceso en marcha va actuando en función de la
necesidad de las mayorías, entonces es legítimo. Un sistema puede nacer legítimo y en
el camino puede perder la legitimidad cuando degenera, como degeneró el sistema político
venezolano en los últimos 40 años. Entonces, es como si usted me pregunta: ¿reconoce la
claridad del sol? No importa que yo la reconozca o no, está el sol en el cielo. El
proceso actual es absolutamente legítimo. Estaría ciego quien no pretenda reconocerlo.
Ni el presidente de la República, ni el Congreso, ni la Corte Suprema tienen legitimidad
para recortarle las alas a una Asamblea que es originaria por ella misma. No hace falta
preguntar si el sol está levantado en el horizonte si lo estamos viendo. Eso es una
degeneración leguleyera la que han tratado de esgrimir.
Su llegada al poder supuso una novedad tras muchos gobiernos civiles y envió un
mensaje sobre el papel del ejército en América latina.
Pero yo no sé por qué; ése es otro empeño que hay, como si éste fuese un
gobierno militar. Yo estuve 23 años en el ejército. Ahora soy comandante en jefe, como
todos los presidentes que pasaron por aquí. Yo me formé en el ejército y me muevo allí
como pez en el agua. Mis compañeros son generales ya. Conozco lo que pasa allí como la
palma de mi mano. Esa es la diferencia. Pero yo llegué aquí cinco años después de
salir de las Fuerzas Armadas. Y no llegué de manos de los militares ni estoy gobernando
de manos de los militares.
Pero los militares están sustituyendo a los civiles en las tareas de gobierno.
¿De dónde saca usted eso? Está repitiendo cosas que...
Hay militares en su gabinete.
Yo llevo tanto tiempo aclarando eso y hay tantos asuntos tan interesantes...
Sí hay cargos, antes en manos de civiles, que han pasado a militares. En la
Secretaría (Ministerio) de la Presidencia, por ejemplo.
¡Ah, bueno!, pero yo tendría que decirle que eso no es nuevo aquí. Y, además, a
los funcionarios, cuando están en el ejercicio de su función pública, no hay que verlos
como civiles o militares. En América latina existe una vieja costumbre, algo perversa
creo yo, de dividir en militares o civiles, como si fuesen dos seres extraños. Yo tengo
la suerte de ser militar y de ser civil. Soy soldado y ciudadano. Aquí siempre ha habido
militares en cargos públicos, incluyendo en PDVSA (la empresa Petróleos de Venezuela),
donde un general le dio una estructura de Estado Mayor durante 20 años.
Quizás ahora haya más preocupación, dado que usted intentó un golpe de Estado en
1992, y la comunidad internacional...
Viven de recuerdos. Yo he venido demostrando lo que soy, y no voy a seguir lloviendo
sobre mojado. Por sus frutos los conoceréis. Si usted es investigador y observador del
mundo, evalúeme, evalúeme pues, y no se deje meter en la cabeza fantasmas que no
existen. Yo he venido aquí... A mí, incluso, me suspendieron, usted sabe, ¿tiene alguna
noticia de que en algún país...?, dígame si la tiene porque yo ando buscando, en serio
se lo digo, a algún presidente que le hayan suspendido programas de radio y
televisión...
Pero es que no...
...que delante del país le hayan dicho de todo, casi que le escupieran a la cara en
el Congreso, y que se aguantara imperturbablemente. En todas partes me dicen de todo. Lea
la prensa, prenda el televisor y (verá) una conducta ampliamente democrática. Aquí
nadie puede decir que está perseguido por el gobierno, que lo han censurado. Sobre lo que
aquí ocurrió en 1992, ya que usted lo nombró, es bueno estudiar también por qué
ocurrió. ¿Fueron unos gorilas los que llegaron aquí una madrugada y estaba aquí un
demócrata, o era al revés? El que estaba aquí (Carlos Andrés Pérez), ¿qué era?, y
los que llegaron de afuera a disparar unos tiros, ¿qué eran? Es cuestión de analizar el
contexto y de no dejarnos llevar por terribles simplificaciones.
Usted ha sepultado a los partidos tradicionales, y fuera de Venezuela se ve con
preocupación que no exista una oposición que...
No voy a responder a eso.
Las pocas voces de oposición dentro de la Asamblea afirman que, atribuyéndose
competencias que no le corresponden, se está rozando el golpe de Estado.
Yo respondo con mis acciones. Evalúeme por mis acciones. Pero yo no voy a responder
a las voces de ultratumba.
El venezolano común y corriente los ve a usted, incluso físicamente, bien criollo,
habla el mismo lenguaje de la mayoría del pueblo, que lo mitifica, y en su discurso ante
la Constituyente dijo que la Asamblea debe dar garantías de vivienda, salud, educación,
justicia, libertad. ¿No hay peligro de que las expectativas populares rebasen la
capacidad del Estado de responder?
Yo le aclaro. Hablo de justicia. El pueblo venezolano anda muy angustiado, dolorido,
y ha hecho suyo un clamor. Usted sabe que aquí hubo presidentes, y que muchos de ellos
utilizaron las Fuerzas Armadas para masacrar a su propio pueblo. El Caracazo (una revuelta
popular en 1989 sofocada a tiros que dejó varios miles de muertos), por ejemplo. La gente
viene ahora al palacio a protestar. Vienen aquí, y yo los recibo. ¿Qué pasa, quieren
aumentos del ciento por ciento? No puedo. No me pidan eso. Es imposible. Pero hasta ahora
ha habido comunicación, y yo espero que siga así. ¿Qué pasaba antes? Se invadía una
tierra, desde aquí salía la orden, muy cómodamente. Mande al ejército. Y te iba el
ejército y había muertos y heridos. Pero disparar a una gente desarmada, hombres,
mujeres y niños en turba, con una ametralladora, chico, ¿qué es eso? Eso es salvaje.
Unas Fuerzas Armadas no pueden servir para eso.
¿Usted se compromete aquí y ahora a no utilizar la fuerza pública si en dos o
tres años crece el descontento social y comienza a haber protestas?
Eso no va a ocurrir.
¿Está seguro?
Estoy seguro, y, en todo caso, eso va más allá de mi propia fuerza, de mi propia
voluntad. Ese es un deseo y, además, trabajo muy duramente para que no ocurra. Primero,
atendiendo el clamor de justicia de un pueblo; segundo, transformando las instituciones
como lo hemos comenzado a hacer. Pero usted no puede pedirme a mí que yo garantice nada.
A nadie. Nadie en este mundo puede responderle a esa pregunta. Que yo le garantice que no
va a ocurrir nada... Estamos trabajando para dar la garantía máxima de que la democracia
en Venezuela sea sólida, sea una democracia en la que impere la justicia, la libertad y
la igualdad.
Pero sin oposición ni partidos políticos.
Yo no me atrevería a decir eso. Hace diez años ya que se hablaba del
monopartidismo, de que AD (Acción Democrática, socialdemócrata, miembro de la
Internacional Socialista) era hegemónico, que no tenía oposición. Casi todas las
instituciones eran de AD: gobernaciones, alcaldías, los sindicatos. Fíjate cómo en 10
años ha cambiado el panorama. Entonces, yo no me atrevería a decir que aquí no hay
oposición. Que esté reducida, fragmentada, eso es otra cosa. Que haya perdido liderazgo
y capacidad de comunicarse con el país, eso es otra cosa. Yo quiero, y al país le
conviene, que haya aquí diversas corrientes, no hay ningún plan para exterminarlos. No.
Lo que tiene que acabarse es la corrupción y la incapacidad. Y que vengan nuevas
generaciones. Yo creo que está renaciendo la democracia. Aquí no había oposición,
porque AD y Copei (el otro gran partido, democristiano) eran los mismos y se repartían
las instituciones, hasta que surgimos nosotros y los echamos del poder.
UN AVISO PARA INVERSIONISTAS Y UNA DEFINICION
DE POLITICA EXTERIOR
Los que tengan miedo, pobres de ellos
Si
la Constituyente tiene el poder para transformar Venezuela y usted fuera un inversor,
¿traería su dinero a Venezuela, sabiendo que la estructura legal del país puede cambiar
totalmente?
Yo no puedo responder como un inversor, porque no lo soy. Si yo fuera un inversor
serio, estaría feliz, no de esos de capitales golondrina que andan clavándoles las
garras a los países del Tercer Mundo y enriqueciéndose, capitales del narcotráfico. Si
yo fuera inversor serio, norteamericano o español, que quisiera invertir en el gran
proyecto de Venezuela, petrolero, turístico, etcétera, estaría feliz, porque va a
cambiar algo por fin. ¿Cuánta gente se llevó de aquí los capitales? ¿Cuánta gente en
los últimos 30 años dejó de invertir aquí porque no hay seguridad jurídica, porque
hay una horrenda corrupción que ha invadido todos los estamentos? A los inversores del
mundo vamos a ofrecerles un país sano. Pero el miedo es libre. Los que tengan miedo,
pobres de ellos, porque van a perder una gran oportunidad: invertir en un país que se
está saneando.
Su proyecto de política exterior busca contrarrestar el predominio de EE.UU. en el
continente, y se afirma que incluso promueve una confederación de países en la zona,
también en lo militar.
No entiendo la relación que se le quiere dar a este tema, a veces exagerada. Me
preguntaba un periodista, bueno, ¿pero por qué está planteando usted una unión
latinoamericana excluyendo a EE.UU.? Yo le decía que es como si le pregunta al presidente
de Francia, Jacques Chirac, o al español, José María Aznar, ¿por qué la Unión
Europea excluye a EE.UU.? Yo no los excluyo, es que ellos no están incluidos ahí. Me
habla usted de EE.UU. como si yo estuviera promoviendo una alternativa contraria a EE.UU.
Nuestro planteamiento es unitario y no excluyente; ni contra nadie. Es a favor de los
pueblos de esta parte de América, como la llamaba Simón Bolívar, América meridional,
la unión, la reunión, la reunificación de los pueblos de los países, de las
repúblicas de la América latina y del Caribe. Es una concepción filosófica y
política. El proyecto de Simón Bolívar era una confederación de repúblicas
latinoamericanas. Bolívar hablaba de la Colombia redonda (en este momento
señala la zona en el globo terráqueo, marcada con rotulador rojo), y Venezuela ocupa un
lugar importante en esa Colombia redonda. Venezuela tiene una ubicación política
impresionantemente favorable para ser un factor unitario, el gran Caribe, la cuenca de la
Amazonia y la de la cordillera de los Andes. Todo ello conformaría una bisagra triple
después si se construye aquí, en esta región del planeta, un polo de poder alternativo
que tenga la mejor relación con el polo del norte. Y yo me he encargado de llevar esta
bandera allá por donde he ido; es la bandera de un país que está resucitando y se pone
a las órdenes y enteramente dispuesto para lograr un mundo mucho más igualitario y más
justo.
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