Por Cecilia Hopkins Ramón del Valle Inclán
escribió en 1924, ya casi sesentón, una de sus obras más complejas, que deja al
descubierto segmentos de su propia biografía. Luces de bohemia retrata con humor irónico
y amargo la apatía y la estupidez de la sociedad española de su época. Natural de
Galicia, el autor engrosó desde joven las filas de la bohemia madrileña que defendió a
capa y espada las estéticas literarias de moda en fondines y cafés. Su inclaudicable
rebeldía lo llevó a plantear una obra que rompió con las estructuras usuales en el
teatro: Luces... desarrolla quince escenas que transcurren en diferentes rincones de
Madrid sin divisiones en actos ni cuadros, como estaba establecido. Quince momentos en la
vida de un hombre que aparecen entenebrecidos, además, por obra de la enmarañada red de
referencias a personajes reales (históricos y contemporáneos), sucesos y textos
literarios de todos los tiempos.
La obra tuvo que esperar poco menos de medio siglo para ser representada en su país de
origen, porque su complejidad parecía insalvable desde un punto de vista escénico. Que
el director argentino Villanueva Cosse, junto a una treintena de actores, haya afrontado
el desafío de llevar a escena obra tan singular y críptica merece un reconocimiento aun
independientemente de los resultados obtenidos. Muchos de los actores deben cubrir varios
personajes, algunos de ellos de valor coral. El dispositivo escénico ideado por Tito
Egurza (dos plataformas móviles que van presentando unas escenas y ocultando, otras
apelando siempre a los contrastes de la iluminación) busca reforzar el carácter
itinerante de la pieza. No es tan evidente, en cambio, la función de la pantalla
cinematográfica instalada en lo alto del imponente escenario, que no realiza, en verdad,
ningún aporte significativo a la narración. Sobre ambos platos giratorios se despliega
la historia de Max Estrella (interpretado por Patricio Contreras), un poeta ciego que
acaba de ser despedido de su empleo como periodista.
El viaje que inicia por la ciudad comienza en su miserable bohardilla, de donde sale
acompañado por su lazarillo, el cínico Don Latino de Hispalis (Antonio Ugo). Max será
víctima de los guardias civiles, será testigo de una violenta represión a un mitin
obrero y morirá abandonado en la vía pública. Aparte de la enorme carga crítica de
este texto escrito durante la dictadura de Primo de Rivera que fustiga a la policía
y a los funcionarios públicos tanto como a los intelectuales y comerciantes, el
viaje de Max representa una toma de conciencia del rol social del escritor. Y expone,
además, una teoría que hizo famoso a su autor, la teoría del esperpento, una suerte de
expresionismo a la española que Valle Inclán elaboró inspirándose en la estética
deformante de Goya.
Esta búsqueda de la expresión del sentido trágico de la vida a partir de imágenes
distorsionadas reclama un discurso definido de actuación. Lapuesta de Villanueva presenta
una amplia galería de interpretaciones que cubren desde el registro realista (él mismo
tomó ese camino cuando debió reemplazar por unas funciones a Osvaldo Bonet) hasta el
melodramático, ubicado en ciertas secuencias que expresan el pensamiento del
protagonista. En cambio, los escorzos gestuales que parecen acompañar el discurso
estético de la esperpéntica se ven aquí reducidos a exageraciones desmedidas,
acompañadas en muchos momentos de voces altisonantes que desvían la potencia expresiva
del texto.
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