Por Hilda Cabrera Esta obra expone a través de
un almuerzo la conflictiva relación de Ludwig W. con sus dos hermanas. Tres personajes
desesperados que reconstruyen, cada uno a su manera, instantes de una vida familiar que
aborrecen. Intentamos mostrar, no explicar, apunta el director Roberto
Villanueva en el programa de mano, sintetizando en esa frase uno de los propósitos que
guiaron este montaje. Ese no querer explicar enlaza con las primeras tesis del filósofo
vienés Ludwig Wittgenstein (1889-1951), en cuya figura se inspiró muy libremente Thomas
Bernhard al concebir esta pieza. Para el filósofo (que murió de cáncer en Cambridge)
las palabras no explican, pero constituyen un mapa de la realidad. En la obra
de Bernhard, poeta, novelista y dramaturgo nacido en Heerlen (Holanda), pero de
ascendencia y cultura austríacas, muestran un estado de cosas que el gesto o la mímica
subrayan o contradicen. Sucede en Almuerzo... (cuyo título original es Ritter, Dene,
Voss), donde algunas secuencias parecen estar interpretadas por actores-marionetas. Esta
es la impresión que produce el personaje de la hermana mayor, a cargo de la excelente
Tina Serrano.
La adaptación estrenada en la pequeña sala Cunill Cabanellas rescata aquello que
escribió Wittgenstein: Lo que se expresa por sí mismo en el lenguaje no podemos
expresarlo mediante el lenguaje, o sea, lo que se puede mostrar no se puede
decir. Figura en su Tractatus..., tratado de lógica y filosofía que publicó en
1921, donde el pensador expuso tesis que después abandonó. En su última etapa, la
filosofía aparece ante todo como actividad que no apunta a explicar, sino a
luchar contra la seducción del lenguaje y pasar revista a las perplejidades.
El Ludwig ideado por Bernhard piensa desde su condición de filósofo
desequilibrado. No abruma: desconcierta. Compuesto aquí por un espléndido
Alejandro Urdapilleta, tiene la rara cualidad de detectar lo peor del otro, de traer a un
primer plano taras y horrores. Tanto él como sus hermanas están enfermos de perplejidad,
al borde de la locura. Son capaces de provocar risa sin proponérselo, y de transparentar
a través de un humor corrosivo el mundo familiar en el que son alternativamente sometidos
y dominadores.
Sentados a una mesa, geométricamente ubicados en el vértice de una habitación, parecen
haberlo perdido todo, salvo ese estar allí, rodeados de retratos de familiares muertos.
Ludwig acaba de salir de un psiquiátrico, y sus hermanas artistas prometen cuidarlo. En
realidad, quien lo toma a su cargo es la mayor, ocupada desde hace 20 años en tipear los
manuscritos de su hermano, como recuerda burlonamente la menor, que en este montaje
interpreta con brillo propio Rita Cortese. Son hijos de un rico industrial y de una madre
que les ahogó los pensamientos con sopa.
Bernhard instala a estos personajes en ese segmento conservador de la sociedad austríaca,
incluidos su arte y cultura, que fustigó con fiereza.Testigo de una época tumultuosa,
mostró en sus novelas y en su teatro la vida herida e hiriente. No fue
militante ni moralista. Murió en Alemania en 1989, a los 58 años, cuando ya había
creado un universo literario propio. Publicó autobiografías para desorientar a quienes
-.según dijo escribían tonterías sobre sus obras, pero también como ajuste de
cuentas. Sus libros estaban destinados a quienes conocían el sufrimiento: Todo es
ridículo si se piensa en la muerte, afirmó.
Llevar al escenario la compleja, corrosiva y cómica visión de este autor es una tarea
que Villanueva realiza con excepcional claridad expositiva. El afinado humor de Bernhard
(de quien se estrenaron en Buenos Aires una versión teatral de su novela Trastorno, La
fuerza de la costumbre, Antes del retiro y Minetti, dirigida también por Villanueva) se
hunde como un estilete en esta catártica reunión de hermanos, a quienes .-como dice
Ludwig lo único que los une es la incomprensión.
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