Los gordos ya no
están de moda. Este es un flaco consuelo para jubilados, maestros, pobres, desocupados y
el resto de esa mayoría del país que la política económica del gobierno Menem instala
en compulsivas esbelteces. Para las clases media y alta, en cambio, ser delgado es un must
más obligatorio que cualquiera de Cartier. Ciertos señores, señoras y señoritas se
alimentan de una manera que recuerda y no por su poesía a Lord Byron: cuidaba
tanto la línea que pasaba varios días en ayunas para arrojarse luego sobre
platos y platos de papas frías, pescado rancio y coles regadas con vinagre. El bardo
inglés no soportaba ver a una mujer comiendo, a menos que ingiriera langosta con
champán. Al parecer acotó alguna vez Lesley Chamberlain, la sola carne que
Byron toleraba que se introdujera en una dama era la suya.
Hasta no hace mucho la gordura en la figura humana era admirable. En el hombre daba
señales de poder, de riqueza, de peso político y social. En la mujer ofrecía un signo
de fertilidad y encendía el deseo masculino, salvo durante un breve período de la Edad
Media en que el concepto cristiano del cuerpo como fuente de pecado generó ya lejos
de las Venus obesas y aun espesas que los jonios modelaban hace tres milenios el
ideal gótico de la mujer alta, delgada y económica de pechos. Hoy el consumismo
occidental acuña ideales parecidos, apoyado en industrias varias que prosperan: la
cirugía plástica, no exenta de peligros; la producción de alimentos y bebidas
light, esa antigastronomía incentivadora de tumores que, consumida en exceso,
provoca la gordura; la fabricación de aparatos de todo tipo, cada vez más desplazados
por jabones y/o pomadas de efecto rápido certificado ante escribano. Esta manipulación
cultural, centrada sobre todo en la mujer, ocupa amplios espacios propagandísticos en la
televisión y procura imponer un nuevo sistema de belleza.
El cuerpo no sabe nada de libertad, sólo de necesidades, y éstas son las mismas
para todos los cuerpos, aseguró W. H. Auden también inglés, también
poeta hacia 1950. Medio siglo después pareciera que el cuerpo -de algunos
tiene en Occidente la posibilidad de reinventarse. Esa voluntad sería una apuesta contra
la muerte, aunque a veces la acerca o acarrea. Un antiguo papiro egipcio habla de un mago
de 110 años de edad que diariamente manducaba medio buey y 500 panes, bebía 500 jarros
de cerveza, y gozaba de una buena salud nunca interferida por la tos o los insomnios.
Claro que eran otros tiempos. Hoy para algunos la comida, más que una
necesidad o un placer, es otro rubro de la planificación.
Antiguamente, los hábitos alimentarios confirmaban una identidad cultural, diferenciaban
a los griegos de los llamados bárbaros, distinguía a los judíos de los gentiles,
definía a los cristianos frente a los musulmanes. Aunque es justo reconocer que los
árabes, que no comían cerdo ni bebían vino, desde España y Sicilia aportaron a la
cocina de sus rivales más que la viceversa. Entre otras cosas, dieron al mundo una
notable variedad de pastas mucho antes de que Marco Polo volviera de China (suponiendo que
haya estado en China). Hoy la coca-colonización y la McDonaldización barren con dietas
seculares.
Y algunos están perdiendo mucho más. Compartir la comida y la bebida, dice
George Steiner, toca lo más recóndito de la condición sociocultural. Abarca el
ritual religioso, las construcciones y demarcaciones de género, el dominio de lo
erótico, las complicidades oconfrontaciones de la política, los contrastes de discurso
grave o frívolo, los ritos del matrimonio y del duelo funeral... Recompone el
microcosmos de la sociedad misma. La forma más articulada y significativa de la
convivencia añade es la de la comida compartida. Quién sabe cómo se alcanza
eso ante una pálida oferta de puras ensaladas.
Es cierto que la obesidad favorece las enfermedades cardiovasculares y los trastornos
circulatorios. Pero no es noble que se ataque a las gordas y los gordos, tornándolos
impresentables, desde consideraciones más consumísticas que estéticas. Algún día,
algún cambio industrial o comercial les devolverá su vieja gracia y esplendor. Entonces,
harán sentir su verdadero peso en esta tierra.
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