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MODAS
Por Juan Gelman

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t.gif (862 bytes) Los gordos ya no están de moda. Este es un flaco consuelo para jubilados, maestros, pobres, desocupados y el resto de esa mayoría del país que la política económica del gobierno Menem instala en compulsivas esbelteces. Para las clases media y alta, en cambio, ser delgado es un must más obligatorio que cualquiera de Cartier. Ciertos señores, señoras y señoritas se alimentan de una manera que recuerda –y no por su poesía– a Lord Byron: cuidaba tanto “la línea” que pasaba varios días en ayunas para arrojarse luego sobre platos y platos de papas frías, pescado rancio y coles regadas con vinagre. El bardo inglés no soportaba ver a una mujer comiendo, a menos que ingiriera langosta con champán. Al parecer –acotó alguna vez Lesley Chamberlain–, la sola carne que Byron toleraba que se introdujera en una dama era la suya.
Hasta no hace mucho la gordura en la figura humana era admirable. En el hombre daba señales de poder, de riqueza, de peso político y social. En la mujer ofrecía un signo de fertilidad y encendía el deseo masculino, salvo durante un breve período de la Edad Media en que el concepto cristiano del cuerpo como fuente de pecado generó –ya lejos de las Venus obesas y aun espesas que los jonios modelaban hace tres milenios– el ideal gótico de la mujer alta, delgada y económica de pechos. Hoy el consumismo occidental acuña ideales parecidos, apoyado en industrias varias que prosperan: la cirugía plástica, no exenta de peligros; la producción de alimentos y bebidas “light”, esa antigastronomía incentivadora de tumores que, consumida en exceso, provoca la gordura; la fabricación de aparatos de todo tipo, cada vez más desplazados por jabones y/o pomadas de efecto rápido certificado ante escribano. Esta manipulación cultural, centrada sobre todo en la mujer, ocupa amplios espacios propagandísticos en la televisión y procura imponer un nuevo “sistema de belleza”.
“El cuerpo no sabe nada de libertad, sólo de necesidades, y éstas son las mismas para todos los cuerpos”, aseguró W. H. Auden –también inglés, también poeta– hacia 1950. Medio siglo después pareciera que el cuerpo -de algunos– tiene en Occidente la posibilidad de reinventarse. Esa voluntad sería una apuesta contra la muerte, aunque a veces la acerca o acarrea. Un antiguo papiro egipcio habla de un mago de 110 años de edad que diariamente manducaba medio buey y 500 panes, bebía 500 jarros de cerveza, y gozaba de una buena salud nunca interferida por la tos o los insomnios. Claro que eran otros tiempos. Hoy –para algunos– la comida, más que una necesidad o un placer, es otro rubro de la planificación.
Antiguamente, los hábitos alimentarios confirmaban una identidad cultural, diferenciaban a los griegos de los llamados bárbaros, distinguía a los judíos de los gentiles, definía a los cristianos frente a los musulmanes. Aunque es justo reconocer que los árabes, que no comían cerdo ni bebían vino, desde España y Sicilia aportaron a la cocina de sus rivales más que la viceversa. Entre otras cosas, dieron al mundo una notable variedad de pastas mucho antes de que Marco Polo volviera de China (suponiendo que haya estado en China). Hoy la coca-colonización y la McDonaldización barren con dietas seculares.
Y –algunos– están perdiendo mucho más. Compartir la comida y la bebida, dice George Steiner, “toca lo más recóndito de la condición sociocultural. Abarca el ritual religioso, las construcciones y demarcaciones de género, el dominio de lo erótico, las complicidades oconfrontaciones de la política, los contrastes de discurso –grave o frívolo–, los ritos del matrimonio y del duelo funeral... Recompone el microcosmos de la sociedad misma”. La forma más articulada y significativa de la convivencia –añade– es la de la comida compartida. Quién sabe cómo se alcanza eso ante una pálida oferta de puras ensaladas.
Es cierto que la obesidad favorece las enfermedades cardiovasculares y los trastornos circulatorios. Pero no es noble que se ataque a las gordas y los gordos, tornándolos impresentables, desde consideraciones más consumísticas que estéticas. Algún día, algún cambio industrial o comercial les devolverá su vieja gracia y esplendor. Entonces, harán sentir su verdadero peso en esta tierra.

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