Página/12 en Francia
Por Eduardo Febbro Desde París ¡Estamos todos vivos!... Qué
desilusión. La estación MIR no se vino abajo, la torre Eiffel sigue en pie y el Sena
corre siempre a lo largo de París. Ninguna de las destructoras profecías lanzadas por
Paco Rabanne y sus acólitos se cumplió: millones de europeos y asiáticos pudieron
contemplar con diversa claridad el último eclipse total del siglo cuyas primeras
manifestaciones comenzaron en el Atlántico 13 minutos antes de las siete de la mañana y
se desplegaron luego a lo largo de Canadá, para atravesar después el océano y
sobrevolar Europa desde Cornualles .Inglaterra-. hasta el Mar Negro, el sur de Asia y, por
último, el golfo de Bengala. Trece mil kilómetros recorridos en tres horas para un
espectáculo de poco más de dos minutos que en Francia arrancó clamores de admiración
de las gargantas de las miles y miles de personas que salieron por las calles de París
armados de los aparatosos y obligatorios anteojos de protección. A pesar de la espesa
capa de nubes que cubría el cielo de la capital francesa y de las regiones del norte más
favorables a la observación del eclipse total, un milagro instantáneo permitió ver el
encuentro entre el sol y la luna. Una bendición para las decenas de miles de personas que
desde muy temprano tomaron por asalto los trenes en dirección del norte del país,
principalmente hacia los acantilados de Fécamp, donde la exposición de la zona de
penumbra era más prolongada.
En París, la torre Eiffel y la basílica del Sagrado Corazón reunieron un admirado
gentío que se expuso durante largos minutos a la tortícolis observatoria. Detalle
curioso de la doble irracionalidad a la que dio lugar el eclipse, es decir, la profecía
de Paco Rabanne y la híper protección decretada por el gobierno: a medida que las
sombras avanzaban sobre la capital y se iba instalando la breve y falsa noche en pleno
día, el alumbrado público de París se encendía. Miedo a la temprana noche o medida de
precaución ante la eventualidad de accidentes, en cualquiera de los dos casos París
disfrutó muy poco de las sombras lunares. Quienes sí se divirtieron un buen rato fueron
los miembros del círculo Zetético y Mierda al Apocalipsis, que convocaron a casi 500
personas en la puerta de la boutique de Paco Rabanne (7, Rue du Cherche Midi) para
festejar con un aperitivo de los sobrevivientes el hecho de que los negros
vaticinios de Rabanne no se hayan cumplido. La reunión empezó con una cuenta regresiva a
las 11 y 23 de la mañana, exactamente un minuto después de la fatídica hora anunciada
por Rabanne. Distribución de bebidas, papas fritas y gritos de Paco, Paco, Paco,
ponete los anteojos acompañaron el acto cuyo punto culminante consistió en colocar
en la calle una botella MIR con un disolvente a fin de disolver a los
charlatanes.
Paco Rabanne, también apodado desde ahora Paco Ray-Ban, recibió como premio la
cacerola de oro, distinción honorífica otorgada por el Círculo Zetético,
que es para el mundo de las incumplidas profecías lo que el dedal de oro es para el mundo
de la moda. Entre las 500 personas que insultaban al modisto al mismo tiempo que
contemplaban el eclipse había muchos historiadores y científicos miembros de varias
asociaciones que luchan por explicar lo inexplicado con el objetivo de evitar
suicidios colectivos y disparates semejantes producidos por la combinación de las
profecías y la coincidencia de las fechas como el eclipse y el final del milenio. Los
manifestantes se encontraron con que la boutique de Rabanne estaba cerrada: en la puerta
había un cartel que decía: Reapertura el 24 de agosto. Mierda al Apocalipsis y el
Círculo Zetético (en griego significa lo concreto, los hechos) exigieron que el
profético costurero pidiera disculpas públicas y que, además, cediera los derechos de
autor de su libro Fuego del cielo (200 mil ejemplares vendidos) a las obras caritativas.
Pero Paco Ray-Ban no fue el único supersticioso. Uno de los tripulantes de la siempre en
órbita estación MIR, el astrónomo francés Jean Pierre Haigneré, comparó el eclipse
visto desde la estación a un dedo negro posándose sobre la tierra, como el dedo de
una bruja. Lo más curioso del fenómeno resultó la eclipsemanía que suscitó en
Francia. Como si la ausencia de sol hubiese bañado de irracionalidad a comentaristas y
poderes públicos. En el canal número dos de la televisión estatal el presentador del
programa especial Eclipse se puso a gritar y a aplaudir en la pantalla cuando
la luna empezó a ocultar al sol. La prensa escrita, incluida la más seria, protagonizó
una inusitada carrera lírica para describir y comentar el fenómeno. Le Monde le dedicó
su editorial al eclipse. Titulado El Hombre y el Universo, el texto dice que
la observación de un eclipse total del sol le recuerda al hombre su modesto lugar
en el universo. Los hombres y mujeres de París parecían saberlo desde hace mucho.
Con la cabeza pegada a la espalda, humildes, emocionados y entre suspiros miraban ese
instante único de la perfecta mecánica celeste cuya observación, comprensión y
descripción les costó tantas penas, condenas y proscripciones a Copérnico, Galileo y
Keppler.
El lado oscuro de la Tierra Página/12
en España
Por Rodrigo Fresán desde Barcelona
Hay que reconocerlo de entrada: los eclipses ya no son lo que eran. Pasto apocalíptico
de poetas y dramaturgos (todas las citas en cualquier Dictionary of Quotations son marca
Milton, Shelley, Shakespeare, Pound) y, en estos días, poca cosa para los científicos
que ya son capaces de producir eclipses artificiales en sus observatorios para ver qué
pasa sin tener que andar esperando conjunciones astrales. Aun así...
El día del eclipse Europa se despierta como si el mundo empezara y no -según la
profecía fuera a acabarse. Hay algo de esa expectativa inmediata a la consumación
de lo largamente anunciado. Y, sí, los últimos días no fueron fáciles: eclipse por
todas partes para el fenómeno astronómico más publicitado de la historia de la
humanidad: el último del milenio, el de Nostradamus. Instrucciones para
mirarlo o no mirarlo. Degustación de gafas imperfectas o no. Encuestas en la calle.
Libros catastróficos. Documentales de la BBC, de la RAI, de todas las iniciales donde
cazadores de eclipse de mirada desencajada anunciaban con la autoridad de
iniciados el milagro que se acercaba y, claro, el hombre poco y nada ha cambiado desde su
prehistoria a la hora de mirar al cielo. Lo que ha cambiado es su entorno. Por eso, tal
vez, decidí mirar el eclipse por televisión como se mira por ejemplo las
elecciones, el magnicidio de un estadista, la final de un campeonato de algo o cualquier
otro fenómeno artificial producido por el hombre. Todos los canales locales
interrumpieron lo que se daba (yo estaba viendo un dibujo animado de Charlie Brown donde
el siempre sufrido niño exclamaba ¡Ay, esto es el fin del mundo!) y abrupto
corté y a seguir la línea de sombra por el continente con la predecible musicalización
by Pink Floyd, las sandeces del locutor de turno. Impresiona ver algo que uno ya vio
tantas veces. Impresiona verlo por televisión una vez más. Conexiones a Cornwall, Reims,
San Sebatián, Vigo, Madrid, Salzburgo y Munich, ciudades estas últimas donde el grupo La
Fura dels Baus realiza una compleja acción cosmológica alzando aquí y allá
dos figuras gigantes de Fausto y Margarita como protagonistas de una fiesta
simbólica donde se revisita un diálogo de Alejandro Magno con Diógenes el
Cínico. La verdad que no se entiende mucho el simbolismo del asunto por más que lo
explican varias veces a medida que el monstruo se acerca sin prisa ni pausa a Barcelona.
Estampillas del ridículo: una nonagenaria que apenas puede caminar por la escafandra que
se confeccionó cuando tenía diez años para mirar el portento; una niña que explica lo
que es un eclipse total con una teoría digna de alguien que acaba de tragarse una partida
entera de LSD bajo la mirada entre orgullosa y preocupada de su padre; un sevillano que
recuerda un eclipse solar en Colombia durante un partido de fútbol en el que él
aprovechó la distracción para marcar un gol de antología. Postales del misterio: el sol
que ahora lo ves y ahora no lo ves y la sensación entre egipcia, babilónica, hindú o lo
que sea una sensación primal, en cualquier caso de estar siendo nada más que
un ínfimo eslabón en la larguísima cadena de voyeurs astro-existenciales a lo largo de
los siglos. En Barcelona se anunciaba para las 12.21 del mediodía e iba a tener un 72 por
ciento de totalidad. Poca cosa, dicen. En cualquier caso, la luz que descendió como si
alguien hubiera estado jugando con el generador de electricidad y un vientito bastante
siniestro que se alzó desde ningún lado. Ahí bajo corriendo a la calle y está toda esa
gente mirando para arriba con la boca abierta. Una pareja de turistas franceses se pelea
sin quitarse sus anteojos especiales a go-gó; alguien que le reclama mayor oscuridad a
quien corresponda; alguien que finge haberse quedado ciego... esas cosas. El asunto no
dura más que un par de minutos y algo. Ya está, ya pasó. Seacabó el orgasmo cósmico.
El mundo sigue andando y el eclipse sigue su curso hacia el Golfo de Bengala. Compro el
diario y en la primera plana de El País hay una foto encantadora: siluetas de hombres
recortados contra un cielo de cataclismo calibrando telescopios. Noticia del día que ya
es vieja y el espanto de la velocidad. No somos nada. Todos esos libros de Nostradamus
sufren súbito eclipse de mesa de saldo y habrá que esperar hasta el 31 de diciembre para
volver a hablar del apocalipsis. Ahora, los noticieros vuelven a la normalidad: India
derriba a un avión pakistaní, crece la tensión en el episodio China-Taiwan, un
norteamericano limpia su revólver y se pregunta para qué lo compró si no es para
usarlo. Y el fin del mundo continúa luego de haber comenzado, tal vez, en el preciso
instante en que el hombre dejó de ser mono para poder reírse de ellos en los zoológicos
sin saber que son los monos los que se ríen de nosotros al vernos mirar en masa para
arriba como si esperáramos del cielo alguna instrucción, una respuesta, un mapa para
encontrar la entrada de la salida o la salida de la entrada. Lo que sea, pero que sea ya.
Pobrecitos, piensan los monos. |
Historias que eclipsan Con la panza llena.
Pobladores de las ciudades rumanas cuyas playas acaban en el Mar Negro no sólo
disfrutaron de los 33 grados de temperatura, sino que también recibieron, en sus costas,
un verdadero regalo del cielo. Decenas de kilos de peces subieron a la superficie
facilitando su captura por los bañistas. Según explicó un experto en investigaciones
marinas, el cambio de conducta de los cardúmenes y la modificación repentina en las
temperaturas del agua son fenómenos típicos de los eclipses.
Puntualidad
suiza. Con la precisión y exactitud de un reloj helvético el Consejo de Ministros suizo
suspendió su reunión habitual de los miércoles, durante nueve minutos, para poder
contemplar al igual que sus conciudadanos el eclipse de sol. Los llamados siete
sabios que componen el gobierno salieron al balcón, un poco antes de las 12.30 hora
local, equipados con gafas especiales y contemplaron el fenómeno. Nueve minutos después
regresaron a la mesa de consejos y reanudaron las deliberaciones.
La salud de los
hijos. El mufti de Egipto, Nasr Farid Wasel, advirtió, a los padres musulmanes que ellos
serán los responsables ante Dios de la salud de sus hijos, por lo que tienen que
protegerlos contra los efectos negativos que supone la observación del fenómeno.
También recordó que el Islam prohíbe mirar directamente, sin gafas protectoras, el
eclipse solar debido al daño que puede causar en los ojos. En Medio Oriente las
autoridades pidieron a la población que siguiera la manifestación celeste por
televisión.
El bebé
eclipse. Las páginas del libro Guinness tienen un nuevo dato. Pues un niño ha sido dado
a luz en el momento preciso del eclipse solar. Ocurrió, ayer, en la ciudad de Graz,
capital de la región de Estiria, en el sur de Austria. Se desconocen el nombre, peso y
sexo del niño eclipse.
Un Papa
comprensivo. Vamos a terminar porque sé que algunos de ustedes están con prisa
para ver el eclipse. Con estas palabras, Juan Pablo II tranquilizó a los religiosos
que lo escuchaban, en la mañana de ayer, en la audiencia papal semanal del Vaticano.
Minutos más tarde se dirigió hasta el helipuerto del pequeño Estado pontificio, donde
lo esperaba la nave papal que, a diario, lo traslada de la residencia veraniega de
Castelgandolfo al Vaticano. El Pontífice, como un privilegiado, observó desde los
cielos, protegido por un cristal ahumado, el último eclipse solar del milenio.
Exorcizar al
comunismo. En uno de los actos organizados por artistas plásticos rumanos como parte del
festival de Arte Efímero, Eclipse 99, se quemó ayer, en la plaza de la
Prensa Libre, ubicada en la capital rumana, un varcolac (ser fantástico que
según cuentan las creencias populares se come el Sol durante los eclipses). El muñeco,
hecho con paja y telas y cargado de explosivos, fue detonado como parte de una ceremonia
simbólica para exorcizar definitivamente el comunismo del mundo. El acto explosivo se
realizó en el espacio, hoy vacío, donde se alzaba, en otros tiempos, la estatua de
Lenin.
Los incautos.
Pese a la advertencia mil veces repetidas, hubo gente que se atrevió a mirar el eclipse
sin ninguna protección en los ojos. Obvio, terminaron en el hospital. En la clínica
oftalmológica de Innsbruck, en el Tirol, recibieron a los primeros de la región: dos
adultos y dos niños, quienes fueron tratados con cortisona, como prevención contra los
daños en la retina. Los médicos aún no sabían si el daño sería permanente. |
|